Una huella en la arena

El adiós de Diego Monserrat al fútbol playa. Su historia, su forma de ser y algunas anécdotas que lo retratan.

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El nueve de Milan cabeceó al segundo palo, la pelota tomó altura, el golero voló hacia atrás y con su mano derecha ahogó el grito de gol. Volar en la arena no es nada fácil.

En la charla técnica previa al partido, le tembló la pera y los jugadores se miraron. A Ricar se le escapó un “no” cuando intuyó lo que se venía:

Muchachos, por último les quiero pedir una sola cosa, yo me considero un jugador ganador, no sé si en resultados, pero en mentalidad seguro. Les voy a pedir que me regalen una victoria en lo que posiblemente sea mi último partido como jugador de fútbol playa”.

En esa última volada iban 10 años de carrera, una década pasó desde aquella primera llamada de Miguel Aguirrezabala invitándolo a sumarse a la selección de fútbol playa.

Con Miguel eran compañeros en la selección de futsal. La llamada del “Negro” Aguirrezabala lo encontró en las arenas de Copacabana, pero no jugando, sino viendo la final del mundo de Corea Japón 2002. Río de Janeiro siempre estuvo, fue testigo del comienzo y del final de su carrera en la arena.

El final de la charla técnica fue emocionante, los jugadores estaban mandatados, había que ganar por él. El plantel que representaba a Peñarol debía ganar por primera vez en un Mundial de Clubes, ya que las primeras dos presentaciones habían terminado en derrotas.

Tanto tiempo hace que juega en la selección que pocos recuerdan quién era el golero de Uruguay fútbol playa antes que él.

Supo meterse en la elite de este deporte. En la época que se organizaban partidos entre Brasil y el Resto del Mundo, era el golero del Resto del Mundo. Fue vicecampeón del mundo y le atajó un penal a Benjamin para ganar la Copa Latina del 2011, el último título conseguido por Uruguay.

Había viajado al tercer Mundial de Clubes como golero titular y DT de Peñarol. A pesar de ser su último partido decidió que el golero suplente, 15 años menor, fuera titular. Porque eso hacen los referentes, compartir el protagonismo.

En el partido anterior, el ayudante técnico pensó que lo mejor era cambiarlo luego de una seguidilla de tres goles del Flamengo. No salió. “La mano venía de varios goles, prefiero aguantar yo el mal momento”. Minutos más tardes el golero suplente le dijo al jefe de delegación: “Me cuida mejor que yo mismo”.

Estuvo en las buenas, cuando Uruguay le ganó por primera vez a Brasil, en un Sudamericano disputado en Lima. También en aquel recordado partido de la arena en los ojos de Salgueiro el golero argentino, y la devolución de la pelota que en realidad fue un tiro al arco, irse a los vestuarios a los roscasos, pero con la clasificación a la semifinal asegurada.

Pero no todo son éxitos. Estaba bajo los tres palos la primera vez que Uruguay quedó fuera de un Mundial, y también la segunda.

El partido contra Milan era por el honor, ningún equipo podía pasar de fase. Los dos primeros tiempos serían del golero suplente, jugaría el tercer tiempo para que los últimos minutos de su carrera lo encontraran en cancha, como se deben retirar los grandes.

El nueve cabeceó y esa pelota, si entraba, era el empate a poco del final, pero no lo fue. Técnicamente esa atajada se explica por la fuerza de piernas, pero quienes lo vimos sabemos que la fuerza no solo salió de sus músculos.

No habrá grandes titulares, ni cámaras de televisión apuntando, los protagonistas de los deportes menores no lo precisan, saben cómo son las reglas del juego.

Monserrat dejó su huella en la arena, bien lejos de la orilla, porque es el lugar donde se juega al fútbol playa, porque es el lugar donde las olas no llegan para borrarlas.