De sangre roja (y verde)
Cómo vivió un hincha de Rampla la vuelta de su equipo a Primera División.
Para peor era lunes, ni me acuerdo los malabares que hice para ir. Que se jugaba en Flores, en el Estadio, Anfield, Giuseppe Meazza... Ta, Jardines, nos tocó Jardines. Acostumbrado a ir a la tribuna visitante di mil vueltas para llegar a la local.
Por algún complejo mecanismo que nos invade cada tanto a los hinchas, ese día pensé que teníamos chance. Escasas fechas antes veníamos de plantarnos ante Nacional en el Parque, cuando los albos se jugaban la Tabla Anual. Pero no fue así.
De esa tarde tengo chispazos. Goles de ellos, gol nuestro, esperanza, resignación, puteadas, el abrazo de mi novia -siempre ahí-, saludos de amigos, saludos de gente, lágrimas, saludos a Novick, gente llorando y una larga lista de etcéteras. Me costó dar vuelta la página pero lo logré.
Luego vino un año difícil, de altibajos. Pasamos de ser "el candidato a bajar" a ser "el grande de la divisional" y "candidato a subir". La B es brava, y no es un lugar común.
No embocamos una en aquel Apertura y para el clausura vino el Ronco. Nos enderezamos un poco, pero nos dimos de frente contra Tacuarembó allá. El Morumbí del norte nos mató y nos dejó afuera de los playoffs.
Es de las peores sensaciones en el fútbol. Sentir que no solo quedaste eliminado, sino que es "otro año en la B". Vuelta a levantarse, a preparar el centenario donde no queríamos y seguir.
Para que se entienda lo que me (nos) pasó, fue eso que te pasa cuando vas a hacer una fiesta, la imaginás en un salón, vas hasta ahí y está alquilado para esa fecha.
En tu cabeza era ahí, ya habías pensado dónde sentar a la gente, dónde poner los globos. Tenés que cambiar todo, es tremendo. Pero Rampla sabe de levantarse, y esta no fue ni la primera ni será la última vez.
Probamos con alguien de la casa. Codevila nos subió en 2004 y ni sé por qué no pudo dirigir en Primera. Arrancamos bárbaro, nos plantábamos en todos lados, canchas lindas y de las otras. Nos trajimos triunfos de Tacuarembó (donde siempre nos costó), Rocha, San José. Todo.
El Pájaro Márquez las metía de todos lados, parecía un sueño. Terminó el Apertura y estábamos primeros solos. Soñado.
Nuestros goles emigraron y vinieron otros. Tocó decirle adiós al Pájaro y Mezquida (entre otros) y depositar nuestra confianza en Gularte, el Turbo Vargas y Richard.
Empezamos bien, con alguna goleada, y después nos empezamos a caer. Fue como cuando en el juego de la oca tenés que retroceder varias casillas. Por un momento se había borrado todo lo bueno de ese Apertura, las sonrisas en la cancha, los goles en la hora. Todo.
Fue tiempo de Saralegui, que -justo es decir- su elección generaba dudas en más de uno. Me incluyo.
Al equipo le costó adaptarse, mientras tanto los hinchas, nosotros, mirábamos de reojo. Veíamos como el ascenso directo se nos iba de las manos, y tocaba playoffs. ¡Otra vez playoffs!
La luz de esperanza que nos invitó a creer vino en forma de goles. Gularte empezó a enderezarse y el equipo a hacerse más compacto. Pasamos a Rocha, a Plaza y llegamos a la serie final con el Villa.
Todo un año, más de 3000 kilómetros recorridos, ilusión, ambición, tradición y una larguísima lista de etcéteras se jugaba en una serie ida y vuelta. La realidad es que jugamos 210 minutos con un justo empate a cero. Penales. Obvio, todo lo nuestro es así.
Viví esa serie con mucho nerviosismo, pero cuando llegaron los penales me acordé de una frase que repetí en cada centro, en cada tiro libre, en cada penal durante el último año y pico: "Hay golero".
Ese pibe, que se bancó ser suplente años (con titulares que no rendían), que se comió goleadas y descensos, que siempre dio la cara con buenos rendimientos, tenía su momento. Bernardo Long ya había atajado no menos de tres penales durante el año.
No defraudó, obvio, y tapó el primero. Los nuestros iban metiendo los suyos y ellos erraron otro más hasta que llegó el definitivo. Y claro, entró apenas, como siempre, pero entró.
Había soñado con ese momento los últimos dos años, no me alcanzaban las manos para abrazarme con amigos y gente querida. ¡Y me faltaron muchos! En ese momento hubiera necesitado ser Goro, para abrazar gente hasta n (n -> ∞).
Lloré. Lloré por mí, por mis abuelos, por mi vieja, por mi novia (que la hice de Rampla), por los miles de kilómetros que hice con amigos para seguir esta camiseta y porque somos de Primera, ¡carajo!
Subimos con pibes del barrio que sienten al club, con pibes de otros lados que parecen del barrio y con jugadores experimentados que no vinieron de paseo. Muchos el otro día se tomaron revancha por el descenso y yo, como hincha, siento que también me vengaron a mí.
Con el pasado descenso y con este ascenso me di cuenta que yo no soy de Rampla, Rampla es mío. Me llegaron pila de felicitaciones, como en su momento palabras de aliento cuando bajamos.
Me di cuenta que -como tanto hinchas más- yo también soy Rampla. Es divino que gente con la que te ves cada tanto lea “Rampla” e instantáneamente piense en vos y te escriba, te felicite, te aliente. Haga el ejercicio, querido lector, y verá que especialmente con cuadros “no grandes” le sucede lo mismo.
Capaz que nos vuelve a tocar bajar, la realidad es que nos falta mucho como club en muchos aspectos, pero ta, ¡ahora somos de Primera!
Agradezco desde acá a todos aquellos que prestaron su tiempo y esfuerzo para poner al viejo Rampla en Primera, donde se merece, desde el lugar que sea.
¡Rampla Rampla, carajo!
PD: ¡Dale PDA, poné el escudito en la portada, dale, poné!