
La gran estafa
La increíble historia del ciudadano chanta que, sin ser jugador de fútbol, estuvo fichado en muchos clubes importantes.

Esta historia parece joda, pero es real. Se trata de un jugador brasileño, que en realidad no era jugador, pero que integró los planteles de muchos clubes de Primera División y -lo mejor de todo- cobró el sueldo sin jugar ni un minuto.
Se llamaba Carlos Henrique Raposo, y le decían "Kaiser", por su parecido físico con Beckenbauer. ¿De qué jugaba? De nada. No era jugador, no sabía pegarle a la pelota. Era peor que cualquiera de nosotros en el campito.
¿Y entonces cómo hizo para que lo contrataran cuadros como Botafogo, Flamengo, Pumas o Ajaccio? Muy sencillo: tenía muchos amigos y se le daba bien la actuación.
Todo comenzó en 1986, cuando, a través de un amigo que jugaba en Botafogo, firmó con ese club. Como su amigo era ídolo de la institución, los directivos confiaron y le permitieron traer al jugador que quisiera.
Entonces Carlitos, siendo un perro cualquiera, comenzó a entrenar con el plantel principal de un equipo de Primera. El gran tema era cómo disimularlo para que no dieran cuenta.
"Hacía algún movimiento raro en el entrenamiento, me tocaba el muslo, y me quedaba 20 días en el departamento médico. En esa época no existía la resonancia magnética. Cuando los días pasaban, tenía un dentista amigo que me daba un certificado de que tenía algún problema. Y así, pasaban los meses", explica.
Obviamente terminó la temporada y Carlos no jugó ni un solo minuto. Pero cobró el sueldo. Como la mentira no se podía seguir extendiendo, tuvo que cambiar de club. Llamó a otro amigo suyo, Renato Gaúcho, que jugaba y era ídolo en Flamengo.
Le pidió el mismo favor y lo logró: fue contratado por el elenco rojinegro de Rio de Janeiro. "En el entrenamiento acordaba con un colega que le golpeara, para así marcharse a la enfermería", cuenta Renato Gaúcho sobre las estrategias de Carlitos para seguir cobrando sin que se dieran cuenta.
La pregunta que surge es: ¿Nadie notaba que el tipo era un fiasco y vivía lesionado? Posiblemente sí, pero Carlos tenía más aliados estratégicos: la prensa. El pseudo-jugador se la apalabraba y le hacía favores para que escribieran artículos dándole para adelante.
Como todavía no había videos ni tecnología, los dirigentes confiaban mucho en lo que decía la prensa para contratar jugadores. Y la prensa, sobornada, decía que, Carlitos era un fenómeno.
La movida siguió funcionando a la perfección y al año siguiente Carlos pegó el pase al exterior. Jugó en Puebla de México y en El Paso de Estados Unidos. Bah, jugó... en realidad no pisó la cancha ni un solo minuto en ninguno de los dos. Pero cobró el sueldo.
Una que Carlitos hacía mucho era simular que hablaba por teléfono en las concentraciones. En esa época casi no había celulares, pero él tenía uno y entonces aparentaba ser un groso. Aparte se hacía el que hablaba en inglés con clubes europeos, y su fama de crack se acrecentaba.
Su periplo por Norteamérica no duró mucho, pero le engrosó la chequera. "Yo firmaba el contrato de riesgo, el más corto, normalmente de unos meses. Recibía las primas del contrato, y me quedaba allí durante ese periodo", cuenta Carlos.
Cuando regresó a su país, fichó por Bangú. Allí desarrolló la táctica de siempre, pero una vez el director técnico, ante la ausencia de tantos jugadores, lo tuvo que convocar para un partido. Por primera vez, "Kaiser" integraba un banco de suplentes en forma oficial.
Promediando el segundo tiempo, el DT mandó a calentar a Carlitos. Estaba a punto de ingresar, pero no sabía pegarle a una pelota. Tenía que hacer algo. ¿Y qué hizo? Se agarró a las piñas con un hincha que estaba cerca y lo expulsaron. Negocio perfecto.
La jugada le salió aún más redonda, cuando luego de ese incidente, Carlos declaró públicamete: "Dios me dio un padre y después me lo quitó. Ahora que Dios me ha dado un segundo padre (refiriéndose al técnico) no dejaré que ningún hincha le insulte".
Esa alcahueteada le valió el respeto eterno del DT, que le pidió a los dirigentes que renovaran contrato a Carlos por seis meses más. Golazo.
Otra anécdota bárbara es cuando Carlitos pasó por el Ajaccio de Francia. Allí le prepararon una presentación oficial en el estadio, con todo el color, a la europea. Carlos llegó y se encontró con varias pelotas. Tenía que dominarlas. Iba a quedar pegado.
Tranquilos, había una solución: "Salté al campo, y comencé a agarrar todas esas pelotas y patearlas hacia los hinchas. Al mismo tiempo saludaba y me besaba el escudo. Los hinchas enloquecieron. Y en el césped ya no quedaba ni un balón". Perfecto.
Su carrera prosiguió en otros clubes como Palmeiras, Fluminense y Guaraní. Allí, increíblemente, llegó a tener minutos oficiales. Algunas veces los técnicos lo pusieron, pero en todas las ocasiones Carlos se retiró lesionado a los pocos minutos.
A los 39 años, "Kaiser" colgó las botas. Pasando raya, puede decir que, en cuanto a importancia de los equipos en los que estuvo, hizo una carrera bastante superior a muchos jugadores de fútbol que realmente son jugadores de fútbol.
Una de las claves de su éxito fueron los amigos que tenía. ¿Pero cómo hacía para tener tantos? "Nos concentrábamos en un hotel. Yo llegaba dos o tres días antes, llevaba diez mujeres y alquilaba apartamentos de dos pisos", dice. El típico fiestero generoso, ¿quién no lo va a querer?
Carlos se transformó en un símbolo y lo llegaron a llamar el "Forrest Gump" o el "Robin Hood" del fútbol brasileño. "No me arrepiento de nada. Los clubes han engañado y engañan mucho a los futbolistas. Alguno tenía que vengarse por todos ellos", sentencia. Una bestia.
Se llamaba Carlos Henrique Raposo, y le decían "Kaiser", por su parecido físico con Beckenbauer. ¿De qué jugaba? De nada. No era jugador, no sabía pegarle a la pelota. Era peor que cualquiera de nosotros en el campito.
¿Y entonces cómo hizo para que lo contrataran cuadros como Botafogo, Flamengo, Pumas o Ajaccio? Muy sencillo: tenía muchos amigos y se le daba bien la actuación.
Todo comenzó en 1986, cuando, a través de un amigo que jugaba en Botafogo, firmó con ese club. Como su amigo era ídolo de la institución, los directivos confiaron y le permitieron traer al jugador que quisiera.
Entonces Carlitos, siendo un perro cualquiera, comenzó a entrenar con el plantel principal de un equipo de Primera. El gran tema era cómo disimularlo para que no dieran cuenta.
"Hacía algún movimiento raro en el entrenamiento, me tocaba el muslo, y me quedaba 20 días en el departamento médico. En esa época no existía la resonancia magnética. Cuando los días pasaban, tenía un dentista amigo que me daba un certificado de que tenía algún problema. Y así, pasaban los meses", explica.
Obviamente terminó la temporada y Carlos no jugó ni un solo minuto. Pero cobró el sueldo. Como la mentira no se podía seguir extendiendo, tuvo que cambiar de club. Llamó a otro amigo suyo, Renato Gaúcho, que jugaba y era ídolo en Flamengo.
Le pidió el mismo favor y lo logró: fue contratado por el elenco rojinegro de Rio de Janeiro. "En el entrenamiento acordaba con un colega que le golpeara, para así marcharse a la enfermería", cuenta Renato Gaúcho sobre las estrategias de Carlitos para seguir cobrando sin que se dieran cuenta.
La pregunta que surge es: ¿Nadie notaba que el tipo era un fiasco y vivía lesionado? Posiblemente sí, pero Carlos tenía más aliados estratégicos: la prensa. El pseudo-jugador se la apalabraba y le hacía favores para que escribieran artículos dándole para adelante.
Como todavía no había videos ni tecnología, los dirigentes confiaban mucho en lo que decía la prensa para contratar jugadores. Y la prensa, sobornada, decía que, Carlitos era un fenómeno.
La movida siguió funcionando a la perfección y al año siguiente Carlos pegó el pase al exterior. Jugó en Puebla de México y en El Paso de Estados Unidos. Bah, jugó... en realidad no pisó la cancha ni un solo minuto en ninguno de los dos. Pero cobró el sueldo.
Una que Carlitos hacía mucho era simular que hablaba por teléfono en las concentraciones. En esa época casi no había celulares, pero él tenía uno y entonces aparentaba ser un groso. Aparte se hacía el que hablaba en inglés con clubes europeos, y su fama de crack se acrecentaba.
Su periplo por Norteamérica no duró mucho, pero le engrosó la chequera. "Yo firmaba el contrato de riesgo, el más corto, normalmente de unos meses. Recibía las primas del contrato, y me quedaba allí durante ese periodo", cuenta Carlos.
Cuando regresó a su país, fichó por Bangú. Allí desarrolló la táctica de siempre, pero una vez el director técnico, ante la ausencia de tantos jugadores, lo tuvo que convocar para un partido. Por primera vez, "Kaiser" integraba un banco de suplentes en forma oficial.
Promediando el segundo tiempo, el DT mandó a calentar a Carlitos. Estaba a punto de ingresar, pero no sabía pegarle a una pelota. Tenía que hacer algo. ¿Y qué hizo? Se agarró a las piñas con un hincha que estaba cerca y lo expulsaron. Negocio perfecto.
La jugada le salió aún más redonda, cuando luego de ese incidente, Carlos declaró públicamete: "Dios me dio un padre y después me lo quitó. Ahora que Dios me ha dado un segundo padre (refiriéndose al técnico) no dejaré que ningún hincha le insulte".
Esa alcahueteada le valió el respeto eterno del DT, que le pidió a los dirigentes que renovaran contrato a Carlos por seis meses más. Golazo.
Otra anécdota bárbara es cuando Carlitos pasó por el Ajaccio de Francia. Allí le prepararon una presentación oficial en el estadio, con todo el color, a la europea. Carlos llegó y se encontró con varias pelotas. Tenía que dominarlas. Iba a quedar pegado.
Tranquilos, había una solución: "Salté al campo, y comencé a agarrar todas esas pelotas y patearlas hacia los hinchas. Al mismo tiempo saludaba y me besaba el escudo. Los hinchas enloquecieron. Y en el césped ya no quedaba ni un balón". Perfecto.
Su carrera prosiguió en otros clubes como Palmeiras, Fluminense y Guaraní. Allí, increíblemente, llegó a tener minutos oficiales. Algunas veces los técnicos lo pusieron, pero en todas las ocasiones Carlos se retiró lesionado a los pocos minutos.
A los 39 años, "Kaiser" colgó las botas. Pasando raya, puede decir que, en cuanto a importancia de los equipos en los que estuvo, hizo una carrera bastante superior a muchos jugadores de fútbol que realmente son jugadores de fútbol.
Una de las claves de su éxito fueron los amigos que tenía. ¿Pero cómo hacía para tener tantos? "Nos concentrábamos en un hotel. Yo llegaba dos o tres días antes, llevaba diez mujeres y alquilaba apartamentos de dos pisos", dice. El típico fiestero generoso, ¿quién no lo va a querer?
Carlos se transformó en un símbolo y lo llegaron a llamar el "Forrest Gump" o el "Robin Hood" del fútbol brasileño. "No me arrepiento de nada. Los clubes han engañado y engañan mucho a los futbolistas. Alguno tenía que vengarse por todos ellos", sentencia. Una bestia.