"La ilusión y el sueño están"

Hace cuatro años, el jinete Martín Rodríguez quedó a un punto de clasificar a los Juegos Olímpicos. Ahora buscará cumplir su sueño.

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Arquitecto de profesión, montevideano de pura cepa y proveniente de una familia sin vinculación al campo. Martín Rodríguez no encaja en el perfil prototípico del jinete uruguayo, sin embargo es uno de los más destacados del medio.

Hace cuatro años, Rodríguez participó de los Juegos Panamericanos y quedó a un punto de clasificar a los Juegos Olímpicos de Londres. Hoy, a sus 33 años, ya tiene marca habilitante (él y sus caballos) para estar nuevamente en los Panamericanos e intentar sacarse esa espina.

De las tres modalidades olímpicas que tienen los deportes ecuestres (adiestramiento, salto y prueba completa), Rodríguez compite en salto. Esta consiste, como su nombre lo indica, en saltar obstáculos lo más alto posibles y sin derribarlos. Mirá una demostración acá.

Su compromiso con su club -el Cecade- y con el deporte es tal, que él hizo una inversión, que irá siendo amortizada gradualmente por el club, para colocar una nueva pista de última generación.

PDA se fue hasta allá para conocer más a fondo la historia de Martín Rodríguez.

¿Cómo te iniciaste en el mundo de los caballos?
Un poco por casualidad. En realidad de mi familia nadie está vinculado al caballo. Mi primer contacto con un caballo fue en la típica del verano, “vamos a hacer una cabalgata”, me gustaron y me colgué. Después un día acompañé a una amiga a una chacra a montar, fui, me gustó y así empezó mi vínculo con los caballos. Casualidad. Tenía once años, más o menos.

¿Y ahí cuál fue el siguiente paso para seguir vinculado?
Mi primer vínculo fue una amiga que montaba. Fue en una chacra en Manga, que era de un militar retirado que daba clases. Después él se fue a vivir al interior y ahí me trasladé al Carrasco Polo. Empecé en la escuelita del Carrasco Polo, durante unos dos años, y después en el 98 me vine para el Cecade con mi propio caballo.

¿Hoy en día te dedicás excusivamente a los caballos?
Sí. Aparte de competir en mi carrera profesional como deportista, doy clases y entreno caballos para terceros también. Normalmente los amateurs tratan de trabajan con caballos experientes, entonces lo que nosotros hacemos es la iniciación de ese caballo, que es como cuando un niño entra a la escuela. Se trata que los alumnos amateurs, los que lo hacen como un hobby, siempre tengan caballos que sepan, caballos maestros. Que no sea la primera vez del caballo y del alumno, sino que el caballo ya haya pasado por etapas y le dé seguridad. Lo que hacemos entonces es iniciar caballos, y después dar clases.

La carrera de un jinete se hace en base a su propia inversión. ¿Siempre fue un hobby o en algún momento fue una apuesta económica?
Siempre fue hobby, hasta hoy sigue siendo un hobby. Realmente lo hago porque me gusta, y a veces doy clase no tanto por necesidad, sino porque lo disfruto. Lo que sí es un deporte caro, eso no hay vuelta. El mes del caballo es caro, yo siempre digo que es como un hijo más. El caballo come, hay que estar las 24 horas atento, es tu responsabilidad y, por más que en el club haya personal que te ayuda, siempre estás pendiente de si le pasa algo, si está comiendo bien, si está trabajando todos los días. Porque en realidad el deportista es el caballo. Nosotros tenemos cierto ejercicio, es un esfuerzo físico, pero el verdadero atleta es el caballo. Al que hay que entrenar es al caballo.

En la competencia deportiva, ¿qué porcentaje es del caballo y qué porcentaje del jinete?
Lo que pasa es que es muy relativo. Esto no es auto, que viene de fábrica y está pronto. El caballo hay que construirlo, vos lo educás, lo crías, le enseñás. Entonces yo puedo darle a un alumno un caballo creado, “fabricado”, y capaz que funciona súper bien, pero solo por un tiempo. Si el caballo no sigue con la educación y el entrenamiento adecuado, se echa a perder. Entonces hay veces que el caballo puede soportar errores del jinete, y estar arriba de un 70%, pero eso pasa por un tiempo corto. A largo plazo, el jinete es un 70 u 80, por todo el entrenamiento y dedicación que hay atrás, porque es su responsabilidad entrenar al caballo.

¿Cómo es la competencia interna acá en Uruguay?
Uruguay es un país chico, este es un deporte caro, pero competencia hay. Todos los fines de semana, o fin de semana por medio, hay concursos. Pero son concursos chicos y las exigencias no son muy altas. En la categorías altas somos muy pocos. En salto somos cuatro o cinco, entonces eso nos obliga a estar siempre tratando de viajar, por lo menos a Brasil o Argentina. Ahí el problema es que se encarecen mucho los costos del viaje, porque otro atleta tiene sus costos, pero nosotros tenemos también los costos del caballo. El caballo es caro: si un pasaje de avión de una persona sale 500 dólares, el del caballo puede salir 4000 o 5000. Y aparte el caballo es considerado “mercadería”, no es como nosotros que presentamos el pasaporte y pasamos. Hay que hacer todo un trámite de exportación, que lleva un mes, tiene su costo, despachante de aduana, veterinario del Ministerio… todo eso nos complica un poco la circulación de los caballos en Sudamérica.

¿Te acordás de tu primer viaje?
La primera vez que viajé fue a San Pablo, a un American Championship para chicos. Yo en esa época era categoría children, tendría unos 14 años. Como experiencia de viaje no fue la más feliz, porque fue un viaje larguísimo, entre trámites y aduanas los caballos se comieron 70 horas arriba del camión y llegaron doloridos. Todas estas dificultades para viajar hicieron que Uruguay se fuera aislando, se fuera quedando, y nos perdimos un poco las actividades internacionales y la realidad de cómo iba evolucionando el deporte. Personalmente yo he hecho un esfuerzo muy grande por viajar siempre; me obligo a, por lo menos, dos veces al año ir a un concurso internacional.

¿Alguna experiencia internacional te marcó especialmente?
Yo creo que el primer clic lo hice en 2001 o 2002, por ahí, con un caballo Pura Sangre que tenía, con el que salté en un Gran Premio de 1.50 o 1.60. Eso fue como que llegué a la primera división, como quien dice. A partir de ahí cambié la calidad de caballos, fui a conseguir caballos a Europa. Y después el gran clic fue cuando participé de los Juegos Panamericanos de Guadalajara en 2011. Fue medio de rebote, porque faltando dos meses no tenía caballo y apareció uno por medio de un brasileño, que me ofreció una sociedad. Era medio locura, pero dije “bueno, voy a probar”. Fui, probé, me entendí con el caballo y me fue bárbaro. Largamos 54 y quedé en el puesto 18 o 19, a un punto de clasificar de los Juegos Olímpicos de Londres, algo que era muy difícil de imaginar. Ya participar de la final -los 20 mejores- era un sueño.

Si quedó esa espinita, ahora el sueño será entrar a Río 2016…
Sí, siempre está ese objetivo, pero somos conscientes que es difícil. La equitación en los países de Sudamérica ha evolucionado mucho, además se redujeron los cupos, entonces está todavía más difícil. Pero sí, la ilusión y el sueño están.

¿A qué otro gran torneo fuiste?
El año pasado participé del Mundial ecuestre, que fue otro gran sueño logrado. Fue en Normandía y las exigencias eran muy grandes. Conseguí la clasificación en Brasil y pude ir, aparte fui el único uruguayo que participé en la disciplina de salto. Hacía por lo menos 50 años que no había uno.

¿Deportivamente cómo te fue?
Quedé de mitad de tabla para abajo, pero sabía que iba a ser una experiencia y un aprendizaje, al medirme contra los mejores jinetes del mundo. Dentro de lo que fue actuación de los sudamericanos, que muchos no pudieron terminar y tuvieron dificultades, nos fue bien y quedé conforme. Si bien sé que estuve lejos de las principales clasificaciones, quedé conforme por haber podido culminar y haber hecho una buena participación.

Mirando tu carrera a largo plazo, ¿qué perspectivas tenés?
Logré participar de unos Panamericanos, de un Mundial, y creo que participar de unos Olímpicos sería un sueño, un objetivo que esperemos algún día cumplir. El deporte ecuestre es un deporte bastante longevo. Uno de los principales jinetes de Canadá, que admiro, tiene como 65 o 66 años. Eso es algo atípico a ese nivel, pero sí me gustaría poder disfrutar este deporte de una forma activa hasta los 55. Después los otros objetivos son en la enseñanza: poder transmitir toda la experiencia que uno fue formando y tratar que Uruguay, que había quedado un poco relegado, crezca en los deportes ecuestres y tenga un realce internacional.