Huérfanos de Maracaná
A usted, Alcides.
"El fútbol en Uruguay es como un gran escenario de construcción de mitos. Allí surgen grandes relatos con los héroes reconocidos como tales, y se fabulan ciertas historias que finalmente terminan teniendo una proyección filosofal". Así definía Gerardo Caetano al fútbol uruguayo en el documental Mundialito.
Construcciones de historias épicas en el fútbol habrán siempre, pero ninguna jamás podrá igualar a la ocurrida el 16 de julio de 1950. Uruguay ya era ocho veces campeón de América, dos veces de los Juegos Olímpicos y una vez campeón del mundo, pero ese día, esa tarde de domingo, fue la tarde en que la heredada casaca celeste alcanzó la inmortalidad.
Resulta doblemente injusto escribir estas líneas ahora, u olvidar mencionar a Roque, al León, al Mono, al Pata Loca, al Pepe, al Cotorra y al capitán, el Negro Jefe.
Constructores todos ellos de la gesta deportiva más resonante de la historia del fútbol. Constructores todos ellos de cierta suerte de nervio constitutivo de identidad nacional, porque pareciera difícil negar al fútbol como impregnado rasgo cultural, e incluso, de cohesión social del país.
Porque lo cierto es que el fútbol es un deporte colectivo que deja al servicio de la calidad individual los momentos más trágicos y épicos del mismo. La gloria más encumbrada es una exquisita que solo sabe reservarse para unos pocos.
Y ahí estuvo usted, en ese momento, esos pocos segundos que marcaron a fuego la historia del fútbol mundial. Y cuando, finalmente, "goool uruguaaayooo" adquirió sentido místico para siempre.
El responsable fue usted, Alcides, y ni mil palabras podrían expresarlo mejor: "Solo tres personas en la historia han conseguido silenciar Maracaná con un solo gesto: el Papa, Frank Sinatra y yo".
Si acaso el mayor momento histórico del fútbol es un desafío propio a la historia misma del deporte, la que mandaba centro al medio, o definición al segundo palo, maravilloso reto ese tiro rasante al primer palo que dejó a Barbosa ahí tendido para siempre. "La condena de Maracaná se paga hasta morir", canta con acierto Tabaré Cardozo.
Hablamos de un triunfo memorable, de una epopeya admirada en cuanto rincón del planeta uno se encuentre, y que luego, la historia misma se encargaría de poner esa victoria en un pedestal que ya nadie más podrá alcanzar.
Es que el rival se volvió el mejor de todos, y tal vez solo usted sea responsable de que sean los derrotados aquella tarde los que nos causan hoy tan alta admiración. Ellos, los mejores, nunca más vistieron de blanco.
Seguro que innumerables fueron los infernales piques por derecha a lo largo de toda su carrera, desde el primero en la IASA hasta el último en Danubio, pero ninguno hubo igual a ese. Ninguno habrá igual a ese.
Esa corrida memorable no solo es una marca registrada en las entrañas del fútbol para aquellos contemporáneos a aquel día, sino que vive depositado en los que nacimos años y décadas después, sin saber exactamente en qué instante de la vida nos quedó atesorado en la sala VIP de nuestra mente.
No solo fue un gol de campeonato, fue un símbolo que nos cambió, redefinió e hizo sentir orgullosos de ser orientales, una y otra vez.
Curiosa envidia de infinidad de políticos que un simple hombre que corría detrás de una pelota lograra ser tan influyente y determinante en la historia de un pueblo.
¿Cómo explicar?, si los que sentimos, sufrimos y admiramos este maravilloso deporte no lo podemos comprender. ¿Cómo explicar a un uruguayo sin Maracanazo, inevitable referencia al definir una épica conquista?
Pero llegó el día en que la muerte convirtió al hombre en mito, es el hado del que no podemos escapar, y es que quizás recién después de Brasil 2014, los uruguayos estábamos preparados para el cierre épico del mito eterno.
No tenga dudas que en cada aniversario recorrerá nuevamente por el mundo su interminable corrida por derecha, y en Uruguay por un minuto, una vez más, se escuchará el mayor de los silencios, como un eco estruendoso de aquella espectral tarde.
A partir de hoy, imagino estarán todos los mejores futbolistas que han sido y serán, y sobre una gramilla celeste, Garrincha tendrá que esperar en el banco, mientras que Barbosa ya no querrá volver a pararse bajo los tres palos. Y nosotros, un 16 de julio, seremos de una vez por todas, huérfanos de Maracaná.
Construcciones de historias épicas en el fútbol habrán siempre, pero ninguna jamás podrá igualar a la ocurrida el 16 de julio de 1950. Uruguay ya era ocho veces campeón de América, dos veces de los Juegos Olímpicos y una vez campeón del mundo, pero ese día, esa tarde de domingo, fue la tarde en que la heredada casaca celeste alcanzó la inmortalidad.
Resulta doblemente injusto escribir estas líneas ahora, u olvidar mencionar a Roque, al León, al Mono, al Pata Loca, al Pepe, al Cotorra y al capitán, el Negro Jefe.
Constructores todos ellos de la gesta deportiva más resonante de la historia del fútbol. Constructores todos ellos de cierta suerte de nervio constitutivo de identidad nacional, porque pareciera difícil negar al fútbol como impregnado rasgo cultural, e incluso, de cohesión social del país.
Porque lo cierto es que el fútbol es un deporte colectivo que deja al servicio de la calidad individual los momentos más trágicos y épicos del mismo. La gloria más encumbrada es una exquisita que solo sabe reservarse para unos pocos.
Y ahí estuvo usted, en ese momento, esos pocos segundos que marcaron a fuego la historia del fútbol mundial. Y cuando, finalmente, "goool uruguaaayooo" adquirió sentido místico para siempre.
El responsable fue usted, Alcides, y ni mil palabras podrían expresarlo mejor: "Solo tres personas en la historia han conseguido silenciar Maracaná con un solo gesto: el Papa, Frank Sinatra y yo".
Si acaso el mayor momento histórico del fútbol es un desafío propio a la historia misma del deporte, la que mandaba centro al medio, o definición al segundo palo, maravilloso reto ese tiro rasante al primer palo que dejó a Barbosa ahí tendido para siempre. "La condena de Maracaná se paga hasta morir", canta con acierto Tabaré Cardozo.
Hablamos de un triunfo memorable, de una epopeya admirada en cuanto rincón del planeta uno se encuentre, y que luego, la historia misma se encargaría de poner esa victoria en un pedestal que ya nadie más podrá alcanzar.
Es que el rival se volvió el mejor de todos, y tal vez solo usted sea responsable de que sean los derrotados aquella tarde los que nos causan hoy tan alta admiración. Ellos, los mejores, nunca más vistieron de blanco.
Seguro que innumerables fueron los infernales piques por derecha a lo largo de toda su carrera, desde el primero en la IASA hasta el último en Danubio, pero ninguno hubo igual a ese. Ninguno habrá igual a ese.
Esa corrida memorable no solo es una marca registrada en las entrañas del fútbol para aquellos contemporáneos a aquel día, sino que vive depositado en los que nacimos años y décadas después, sin saber exactamente en qué instante de la vida nos quedó atesorado en la sala VIP de nuestra mente.
No solo fue un gol de campeonato, fue un símbolo que nos cambió, redefinió e hizo sentir orgullosos de ser orientales, una y otra vez.
Curiosa envidia de infinidad de políticos que un simple hombre que corría detrás de una pelota lograra ser tan influyente y determinante en la historia de un pueblo.
¿Cómo explicar?, si los que sentimos, sufrimos y admiramos este maravilloso deporte no lo podemos comprender. ¿Cómo explicar a un uruguayo sin Maracanazo, inevitable referencia al definir una épica conquista?
Pero llegó el día en que la muerte convirtió al hombre en mito, es el hado del que no podemos escapar, y es que quizás recién después de Brasil 2014, los uruguayos estábamos preparados para el cierre épico del mito eterno.
No tenga dudas que en cada aniversario recorrerá nuevamente por el mundo su interminable corrida por derecha, y en Uruguay por un minuto, una vez más, se escuchará el mayor de los silencios, como un eco estruendoso de aquella espectral tarde.
A partir de hoy, imagino estarán todos los mejores futbolistas que han sido y serán, y sobre una gramilla celeste, Garrincha tendrá que esperar en el banco, mientras que Barbosa ya no querrá volver a pararse bajo los tres palos. Y nosotros, un 16 de julio, seremos de una vez por todas, huérfanos de Maracaná.