
No pasarás
Henrikh Mkhitaryan, el 10 de Borussia Dortmund, se perdió un partido de Europa League por un conflicto político entre dos países.

El fútbol tiene una capacidad asombrosa: por momentos evade la realidad. Hay conflictos que se trasladan a casi todos los ámbitos de un país y una sociedad, pero que el fútbol logra zafar.
Hacía años que Israel no dejaba cruzar a un equipo de la Franja de Gaza hacia Cisjordania. La FIFA amenazó con suspenderlo y, negociación mediante, se pudo jugar la Copa de Palestina, trece años después de su última edición.
Siria a duras penas puede ser denominado como país, sin un gobierno que controle todo su territorio, con un éxodo masivo de su población. Ya son 7 millones los sirios desplazados por su conflicto.
Con todo eso, Siria va primera en su grupo en la eliminatoria asiática y tiene a su selección sub 17 jugando el Mundial en Chile. Y perdón que insista: un país donde la capital y la costa las controla el gobierno de Al-Asad, el centro los rebeldes y el este el ISIS, tiene una delegación de 30 personas compitiendo en la otra parte del mundo.
El este de Ucrania es de las zonas más inestables del planeta, sin embargo el Shakhtar Donetsk simplemente se mudó a Kiev y sigue compitiendo.
Serbios y albanos arrastran una relación complicada por temas culturales, religiosos y sociales. Un nudo dificilísimo de desatar y, si bien en el primer partido de la eliminatoria para la Euro hubo incidentes, el segundo se jugó en suelo albano sin inconvenientes. Es verdad que sin público visitante, pero una delegación serbia jugó en Albania y no pasó nada.
Por eso el fútbol podría llegar a ser una herramienta más a la hora de solucionar conflictos. Pocas cosas hay en el mundo que tengan tanto alcance.
Pero en esta ocasión, la historia que nos convoca sucede porque el fútbol no pudo escapar de una realidad geopolítica complicada.
La semana pasada Borussia Dortmund visitó al FK Qabala de Azerbaiyán por la fase de grupos de la Europa League. En el cuadro alemán el 10 es el armenio Henrikh Mkhitaryan, y las cosas entre armenios y azeríes no están nada bien.
El problema etntre estos dos países vecinos tiene nombre y apellido: Nagorno-Karabaj, una zona fronteriza entre ambos estados. Estamos en una zona del mundo que fue dominada por la URSS en el siglo XX.
Resulta que cuando los soviéticos invadieron la zona y establecieron las Repúblicas Socialistas Soviéticas de Armenia y Azerbaiyán, decidieron entregar Nagorno-Karabaj (una zona habitada por un 94% de armenios) a Bakú, la capital azerí.
Cuando la URSS se derrumba, los armenios de Nagorno-Karabaj manifiestan a favor de incorporarse a Armenia. Todo muy pacífico, hasta que una noche de 1990 se produce en Bakú un pogromo contra los armenios, que no es otra cosa que violencia orquestada contra la población armenia de la capital de Azerbaiyán.
Los habitantes de Nagorno-Karabaj convocan un referéndum en 1991, se declaran independientes y la guerra estalla. Los militares armenios comienzan una persecución contra la población azerí en respuesta de lo sucedido en Bakú.
En la actualidad nos encontramos con una zona controlada militarmente por Armenia (el 20% del territorio de Azerbaiyán), donde reina una paz tensa. En palabras del periodista Toni Padilla: "Karabaj todavía es una República Independiente no reconocida por nadie. Un vacío legal. Un agujero en el mapa político de Europa. De facto, forma parte de Azerbaiyán. Pero, en realidad, es un estado armenio no reconocido que sobrevive como puede tras una guerra donde militarmente ganaron los armenios".
El conflicto se traduce en, por ejemplo, medidas restrictivas para el ingreso de ciudadanos armenios a suelo azerí. Una de las disposiciones indica que se prohíbe la entrada a cualquier persona que haya visitado Nagorno-Karabaj sin permiso de las autoridades de Azerbaiyán.
Mkhitaryan, el 10 de Borussia Dortmund, visitó en tres ocasiones la zona. La última fue en 2012, por un acto de caridad. Michael Zorc, director deportivo del Dortmund, explicó: "Azerbaiyán siempre pregunta si la persona que pide el visado ha estado en los últimos años en la zona del conflicto, algo que consideran una gran provocación".
Por estas razones el club alemán decidió que su número 10 ni siquiera viaje, para evitar posibles hechos de violencia. Esta vez el fútbol no pudo escapar a la realidad.