Sombras Chinescas

La reflexión de un hincha del fútbol tras el retiro del Chino Recoba. Todo lo logró con mérito propio, pero no fue gratis.

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Álvaro Recoba en su último partido oficial.

Durante años nombrar al Chino Recoba en Uruguay era sinónimo de fracaso, de arrugues, de corners que no llegaban al primer palo o tiros libres que iban a la fosa de la Colombes.

Ya la gente ni siquiera se detenía a discutir si "Chino sí o Chino no", simplemente era un dato más del desolador paisaje del fútbol uruguayo, como si fuera un familiar odioso el cual se acepta y se trata de convivir lo mejor posible sin mayores expectativas de reconciliación.

Los niños crecieron aprendiendo que no había que ser como Recoba. Tal vez sí como el Chengue, el Canario García o el Profe Bengoechea.

De nada valía discutir o defender sus corridas contra Brasil, sus asistencias contra Australia o la ineludible magia que tenía en su juego. "Recoba no" y listo. Tampoco tiene sentido analizar si la gente estaba equivocada o no. Fue cosa laudada luego de ver 10 años de su fútbol.

Por eso su regreso a Uruguay fue en silencio y a su casa. Al lugar donde siempre lo defendieron, los que decían con orgullo que Recoba salió de la Universidad del Fútbol. Fue con esa franja negra que el Chino volvió a tirar los corners fuertes y apretaditos en el estadio donde hoy se está despidiendo.

El recibimiento en el Parque no fue el mejor, claro. A todas las frustraciones celestes, los bolsos le cargaron la herida del quinquenio, cuando el Chino se fue campeón en junio de 1997 y Nacional se desmoronó como si fuera de arena en diciembre.

Por todo esto, cuando la serie de goles clásicos y definitorios lo puso de nuevo en el lugar del ídolo, del genio, del clase A, Recoba obtuvo el premio mayor. Y no me refiero a los esos títulos, sino que se arregló la vida hasta el día de su muerte.

Se sacó el lastre maldito y las cadenas, quedando en el registro de todos como un crá, como una víctima de su tiempo y de sí mismo, pero un jugadorazo del que nadie hoy en día se anima a decir nada.

Hoy se puede dar el lujo de sacar una murga, de gozar su vida y no tener que andar pidiendo disculpas después de cada fecha de Eliminatorias. De hecho nadie va a recordar que en su último partido oficial (una final del Uruguayo contra Peñarol) el Chino erró un penal. Eso les pasa a los que se lo ganaron, los que fueron más allá de un gol o una jugada.

Y todo esto lo logró con mérito propio, pero no fue gratis. Le costó esa franja negra donde ya no es más el hijo pródigo. Porque la bronca y el despecho del fútbol también llega a la Universidad y hoy se encuentra tachado en todos las fotos y anuarios.

Ojalá algún día Danubio lo quiera y lo haga suyo, tan suyo como aquella melena con cerquillo que desparramaba rivales en el Forno.