Ganándole al reloj

Finalistas en Melbourne, Nadal y Federer siguen desafiando a la naturaleza.

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¿El más grande de todos los tiempos? Federer sigue agrandando su leyenda.
Federer le ganó a su amigo Wawrinka y Nadal se deshizo de Dimitrov para regalarnos la final que tanto soñamos. Roger y Rafa se verán las caras en Melbourne Park, igual que ocho años atrás. 

Tanto lo deseamos que sucedió. Roger Federer y Rafael Nadal se volverán a encontrar frente a frente en la final del Abierto de Australia, primer Grand Slam del año que se juega sobre canchas duras. Roger venció a su entrañable amigo Stan Wawrinka en un match no apto para cardíacos en cifras de 7-5, 6-3, 1-6, 4-6 y 6-3; mientras que el zurdo de Manacor eliminó al talentoso búlgaro Grigor Dimitrov en otro partidazo de casi cinco horas con parciales de 6-3, 5-7, 7-6, 6-7 y 6-4. Se viene la final onda retro que esperábamos y que no acontecía en torneos grandes desde el año 2011, cuando Nadal superó a Federer en la definición de Roland Garros. Como si los años se hubiesen suspendido en al aire, la vigencia de dos cracks se renueva.

La batalla contra el paso del tiempo siempre se pierde; en la vida pero mucho más en el deporte. Inevitablemente. Tarde o temprano la biología nos dice “hasta acá llegaste botija”. Existen unos pocos que consiguen postergar el inexorable final, vencer el atropello del calendario aunque sea durante un ratito; en una porción del ciclo vital dichos sujetos se sobreponen a las adversidades y cuando parece que ya no hay más nada, sobreviene una especie de rebelión espiritual que nos deja de boca abierta al resto de los mortales. Estos son los casos de Federer y Nadal, quienes hasta fines del año pasado se recuperaban de lesiones y solo aspiraban a volver a competir en un nivel acorde a sus ricas historias.

Ocho años después de aquella final inolvidable a cinco sets en la que Nadal se consagró por única vez en Melbourne Park, las vueltas de la vida y estos dos genios inoxidables nos regalan la posibilidad de experimentar este deja vu. Ambos venían de una inactividad prolongada, víctimas de ese mismo paso del tiempo al que parecen derrotar a cada instante, pero que cada tanto les da una cachetada para hacerles acordar que nada es eterno. El oriundo de Basilea había disputado su último match en la semifinal de Wimbledon, cuando cayó ante el canadiense Milos Raonic, mientras que el mallorquín había cerrado su temporada luego de la derrota en el Masters 1000 de Shangai frente al serbio Victor Troicki.

Muchos pronosticaban que las rodillas de Rafael Nadal y su cuerpo en general no llegarían a los 30 en lo que refiere a su vida útil como tenista; dado el desgaste acumulado, las lesiones recurrentes y el aguerrido estilo de juego innato del zurdo los augurios no eran los más optimistas. Si bien es cierto que el 2013 fue su último año al máximo nivel (último año que terminó como número uno), el de Manacor volvió al top ten y más allá de no ser ni la sombra de aquel impenetrable de antaño, siguió perseverando, insistiendo, entrenando, siempre abierto al aprendizaje.

Hoy con su amigo Carlos Moya en el staf técnico, el español ha recuperado algo de la confianza perdida; la derecha está más consistente que en temporadas anteriores, el revés a dos manos sigue siendo un arma clave y al saque se lo nota con bastante más pimienta que en el 2016. Esta versión treintañera (cumplió 30 en junio pasado) de Rafa sabe que necesita el aporte del servicio para acortar los puntos y no entregarse a una batalla interminable en cada peloteo como solía suceder. El temple y la jerarquía no se olvidan.

El caso de Federer es diferente, aunque admirable por donde se lo mire. Mientras compañeros de generación como Andy Roddick o David Nalbandian son ex desde hace rato, a los 35 pirulos, él sigue mostrando por qué es el mejor tenista de la historia. Más allá de los kilates de su magia inagotable, la derecha depurada, el revés técnicamente perfecto, la volea inmaculada o el saque siempre efectivo; todos somos conscientes de ese físico privilegiado. Es un lujo verlo volar sobre los courts a esa edad con su curriculum, con todos los kilómetros recorridos y con el ansia de triunfo que no merma, el instinto competitivo intacto, sus emociones a flor de piel.

Si uno ve vibrar a Roger en la cancha piensa en la adrenalina de un primerizo en estos menesteres, en alguien que está por coronarse en las grandes ligas o que aspira a conseguir un logro inédito; pero uno jamás sospecharía que ese tipo que festeja cada punto como nene con chiche nuevo sea el ganador de 17 torneos de los pesados o el que más semanas ha estado en la cima del ranking.

Entre los dos tienen 31 coronas de Grand Slam y ya se enfrenaron en 34 oportunidades; en ese duelo personal, Nadal corre con amplia ventaja sobre el suizo (23-11) y siempre dominó a su enemigo íntimo basándose en la parte psicológica. Desde esa mente prodigiosa, Rafa ha construido los mejores triunfos sobre su rival de todas las horas; incluso muchas veces disimulando la inferioridad en el juego. Estratégicamente, la pelota alta con top spin al revés siempre fue un problema sin solución para Federer en esas luchas épicas que quedarán marcadas a fuego en la memoria colectiva.

En finales de torneos grandes, el head to head también favorece al zurdo español por 6 a 2, aunque mucho ha cambiado en comparación con aquella época en la que solían encontrarse en todas las definiciones habidas y por haber (básicamente entre 2006 y 2009). Ninguno de los dos son los mismos; cuerpos baqueteados, cabezas quemadas por lesiones y oscilaciones imposibles de evitar a cierta altura del camino. El domingo en la madrugada uruguaya seremos muchos los que pondremos el despertador para ser testigos del clásico de los clásicos. Solo hay una certeza. Ambos siguen brillando con luz propia, a pesar de los dolores, los agoreros y los relojes que apremian.

La victoria de Nadal sobre Dimitrov