Y hoy te vas
Un repaso por los éxitos de Luis Enrique al frente de Barcelona.
Luis Enrique dejará de ser entrenador de Barcelona tras finalizar la presente temporada. En conferencia de prensa posterior a la goleada frente a Sporting de Gijón, el asturiano sorprendió a todos y adujo falta de energías de cara a lo que se viene. Repasamos las luces y sombras de un ciclo exitoso como pocos.
Muchas cosas se han dicho del temperamental Luis Enrique Martínez desde que el 19 de marzo de 2014 firmó su contrato como entrenador del Fútbol Club Barcelona. A veces con honestidad intelectual, otras oscilando entre la falta de respeto y un sarcasmo de poco vuelo. Hoy, casi tres años después de aquel desembarco con dudas, el asturiano anunció que dejará el club catalán tras finalizar la presente temporada. Después de la goleada de su equipo frente al Sporting de Gijón por 6 - 1, las palabras del Lucho español en conferencia de prensa eclipsaron el resto; incluso el asalto culé a la punta de la liga española.
Emulando a su amigo Pep Guardiola, el hombre de 46 años alega falta de energías y cansancio mental, debido a cómo encara su profesión, con intensidad exacerbada y obsesión por los detalles. Seguramente también juega un papel preponderante la presión constante de sentarse en ese banco que obliga y quema fin de semana tras fin de semana, o las canas verdes que deben salir al escuchar que el run run de los pasillos del Camp Nou y la inmensidad de este club todo lo multiplica.
Luces y sombras, buenas y malas, de cal y de arena. Hubo de todo en este exitoso ciclo de Luis Enrique al mando del mejor equipo del siglo XXI, aunque muchas veces la opinión pública le haya quitado méritos en la alegría y endilgado mayores responsabilidades en la tristeza. Hasta el día de la fecha la cosecha del asturiano en lo que refiere estrictamente a los resultados es ampliamente positiva; ocho torneos ganados de diez disputados pone de manifiesto la enorme eficacia (80%) que ha tenido su conducción a lo largo de estos tres ajetreados años.
El nacido en Gijón arribó a la institución blaugrana con una experiencia relativa. En 2008 había comenzado su camino justamente al frente del Barcelona B, luego tuvo un paso sin pena ni gloria por la Roma de Italia y finalmente recaló en las filas del Celta de Vigo. Sustituyó al argentino Gerardo Martino y desde el inicio nada fue fácil. Tuvo que atravesar un camino empinado y lleno de obstáculos antes de saborear las mieles del triunfo. El punto de quiebre fue una caída frente a la Real Sociedad acontecida el 4 de enero del 2015; como suele suceder con los procesos victoriosos del fútbol y de la vida, antes del triunfo necesitan de derrotas que te hagan crecer.
Aquella tarde en el Estadio Anoeta, Luis Enrique dejó en el banco de suplentes a Messi y a Neymar, apelando a su discutida rotación y le salió el tiro por la culata. Luego de aquel traspié muchas voces se alzaron pidiendo la cabeza del DT, hablando de ciclo cumplido y haciendo especial hincapié en que la relación con los jugadores estaba rota. Pero independientemente de las profecías de los diarios del lunes, las cosas variaron sustancialmente y la temporada terminó con triplete; Champions League, Liga y Copa del Rey para sorpresa de los escépticos. Llegó la goleada intercontinental ante el River de Gallardo con show de Suarez y la Supercopa europea, en un partido no apto cardíacos ante el Sevilla que terminó 5 - 4 a favor de los catalanes. Posteriormente, el bravo Luis perdería su única final ante el Athletic de Bilbao por la Supercopa española, con un estrepitoso 0 - 4 jugando en rodeo ajeno.
Con una manera bien diferente al tiqui taca irrepetible de la sinfonía que dirigía Guardiola; apelando a la tenencia de pelota pero sin la presión alta que siempre caracterizó a los equipos de Pep. Ya con un Xavi Hernández en su última temporada, aportando destellos de su clase viniendo del banco de suplentes. Muchas veces esperando en mitad de cancha y aprovechando la velocidad y el desequilibrio de los tres genios de arriba que cuando uno menos pensaba frotaban la lámpara y a sacar del medio. De la mano de la MSN (Messi, Suarez y Neymar), con brillantes actores de reparto como El Cerebro Iniesta y Busquets y el laburo silencioso pero siempre eficaz de Rakitic, Piqué y muchos más.
En la segunda temporada llegaron más festejos; nueva Liga doméstica y otra Copa del Rey, aunque el 2016 incluyó una dolorosa eliminación en Europa frente al Atlético de Madrid. Hace poco, los de Catalunya se proclamaron campeones de la Supercopa española gracias a un lapidario 5 - 0 global frente al Sevilla; sin embargo, en este incipiente 2017 el panorama comenzó a tornarse oscuro. El juego atildado fue desapareciendo poco a poco y los niveles individuales acompañaron la ruta descendente del funcionamiento colectivo. La debacle acaeció en tierras francesas, cuando el equipo se comió cuatro en octavos de Champions League ante el Paris Saint Germain de Edinson Cavani y, de esta forma, quedó con un pie y medio fuera del torneo de clubes más importante del viejo continente.
Las críticas llovieron sobre las espaldas de Luis Enrique y él volvió a experimentar la consecuencia de dirigir un plantel de cracks; en el triunfo ganan los players, pero en la derrota pierde el entrenador. Así de simple, así de injusto. Este presente irregular lo encuentra vivo en las tres competencias. Flamante líder en la Liga, ya instalado en la final de Copa del Rey frente al Alavés y con una revancha muy complicada en el horizonte ante el Paris Saint Germain, en la que habrá que revertir un 0-4.
Sin embargo, hay algo que el Barcelona ha perdido en los últimos tiempos; más allá de la frialdad de estos números incuestionables, el estilo depurado y la distinción de una exquisita manera de jugar al fútbol hoy brillan por su ausencia. Se ha ido deshilachando paulatinamente la obra de arte. Se ha ido perdiendo en el camino la priorización del método, entre tanta competencia despiadada y copa que empalaga. Sin embargo, sería desmedido culpar exclusivamente a Lucho sin tener en cuenta que Iniesta ya no es el mismo, que ya no hay más un director de orquesta como Xavi asomando desde La Masía, que Messi es cada día más jugador integral pero pierde irremediablemente su explosión.
Que finalmente los años pasan, los ciclos terminan y la verdad del fútbol siempre son los jugadores. Más allá de esto, Luis Enrique Martínez García quedará marcado a fuego en la historia blaugrana como uno de los técnicos más exitosos de la historia del club.
Muchas cosas se han dicho del temperamental Luis Enrique Martínez desde que el 19 de marzo de 2014 firmó su contrato como entrenador del Fútbol Club Barcelona. A veces con honestidad intelectual, otras oscilando entre la falta de respeto y un sarcasmo de poco vuelo. Hoy, casi tres años después de aquel desembarco con dudas, el asturiano anunció que dejará el club catalán tras finalizar la presente temporada. Después de la goleada de su equipo frente al Sporting de Gijón por 6 - 1, las palabras del Lucho español en conferencia de prensa eclipsaron el resto; incluso el asalto culé a la punta de la liga española.
Emulando a su amigo Pep Guardiola, el hombre de 46 años alega falta de energías y cansancio mental, debido a cómo encara su profesión, con intensidad exacerbada y obsesión por los detalles. Seguramente también juega un papel preponderante la presión constante de sentarse en ese banco que obliga y quema fin de semana tras fin de semana, o las canas verdes que deben salir al escuchar que el run run de los pasillos del Camp Nou y la inmensidad de este club todo lo multiplica.
Luces y sombras, buenas y malas, de cal y de arena. Hubo de todo en este exitoso ciclo de Luis Enrique al mando del mejor equipo del siglo XXI, aunque muchas veces la opinión pública le haya quitado méritos en la alegría y endilgado mayores responsabilidades en la tristeza. Hasta el día de la fecha la cosecha del asturiano en lo que refiere estrictamente a los resultados es ampliamente positiva; ocho torneos ganados de diez disputados pone de manifiesto la enorme eficacia (80%) que ha tenido su conducción a lo largo de estos tres ajetreados años.
El nacido en Gijón arribó a la institución blaugrana con una experiencia relativa. En 2008 había comenzado su camino justamente al frente del Barcelona B, luego tuvo un paso sin pena ni gloria por la Roma de Italia y finalmente recaló en las filas del Celta de Vigo. Sustituyó al argentino Gerardo Martino y desde el inicio nada fue fácil. Tuvo que atravesar un camino empinado y lleno de obstáculos antes de saborear las mieles del triunfo. El punto de quiebre fue una caída frente a la Real Sociedad acontecida el 4 de enero del 2015; como suele suceder con los procesos victoriosos del fútbol y de la vida, antes del triunfo necesitan de derrotas que te hagan crecer.
Aquella tarde en el Estadio Anoeta, Luis Enrique dejó en el banco de suplentes a Messi y a Neymar, apelando a su discutida rotación y le salió el tiro por la culata. Luego de aquel traspié muchas voces se alzaron pidiendo la cabeza del DT, hablando de ciclo cumplido y haciendo especial hincapié en que la relación con los jugadores estaba rota. Pero independientemente de las profecías de los diarios del lunes, las cosas variaron sustancialmente y la temporada terminó con triplete; Champions League, Liga y Copa del Rey para sorpresa de los escépticos. Llegó la goleada intercontinental ante el River de Gallardo con show de Suarez y la Supercopa europea, en un partido no apto cardíacos ante el Sevilla que terminó 5 - 4 a favor de los catalanes. Posteriormente, el bravo Luis perdería su única final ante el Athletic de Bilbao por la Supercopa española, con un estrepitoso 0 - 4 jugando en rodeo ajeno.
Con una manera bien diferente al tiqui taca irrepetible de la sinfonía que dirigía Guardiola; apelando a la tenencia de pelota pero sin la presión alta que siempre caracterizó a los equipos de Pep. Ya con un Xavi Hernández en su última temporada, aportando destellos de su clase viniendo del banco de suplentes. Muchas veces esperando en mitad de cancha y aprovechando la velocidad y el desequilibrio de los tres genios de arriba que cuando uno menos pensaba frotaban la lámpara y a sacar del medio. De la mano de la MSN (Messi, Suarez y Neymar), con brillantes actores de reparto como El Cerebro Iniesta y Busquets y el laburo silencioso pero siempre eficaz de Rakitic, Piqué y muchos más.
En la segunda temporada llegaron más festejos; nueva Liga doméstica y otra Copa del Rey, aunque el 2016 incluyó una dolorosa eliminación en Europa frente al Atlético de Madrid. Hace poco, los de Catalunya se proclamaron campeones de la Supercopa española gracias a un lapidario 5 - 0 global frente al Sevilla; sin embargo, en este incipiente 2017 el panorama comenzó a tornarse oscuro. El juego atildado fue desapareciendo poco a poco y los niveles individuales acompañaron la ruta descendente del funcionamiento colectivo. La debacle acaeció en tierras francesas, cuando el equipo se comió cuatro en octavos de Champions League ante el Paris Saint Germain de Edinson Cavani y, de esta forma, quedó con un pie y medio fuera del torneo de clubes más importante del viejo continente.
Las críticas llovieron sobre las espaldas de Luis Enrique y él volvió a experimentar la consecuencia de dirigir un plantel de cracks; en el triunfo ganan los players, pero en la derrota pierde el entrenador. Así de simple, así de injusto. Este presente irregular lo encuentra vivo en las tres competencias. Flamante líder en la Liga, ya instalado en la final de Copa del Rey frente al Alavés y con una revancha muy complicada en el horizonte ante el Paris Saint Germain, en la que habrá que revertir un 0-4.
Sin embargo, hay algo que el Barcelona ha perdido en los últimos tiempos; más allá de la frialdad de estos números incuestionables, el estilo depurado y la distinción de una exquisita manera de jugar al fútbol hoy brillan por su ausencia. Se ha ido deshilachando paulatinamente la obra de arte. Se ha ido perdiendo en el camino la priorización del método, entre tanta competencia despiadada y copa que empalaga. Sin embargo, sería desmedido culpar exclusivamente a Lucho sin tener en cuenta que Iniesta ya no es el mismo, que ya no hay más un director de orquesta como Xavi asomando desde La Masía, que Messi es cada día más jugador integral pero pierde irremediablemente su explosión.
Que finalmente los años pasan, los ciclos terminan y la verdad del fútbol siempre son los jugadores. Más allá de esto, Luis Enrique Martínez García quedará marcado a fuego en la historia blaugrana como uno de los técnicos más exitosos de la historia del club.