Alegría nao tem fim

El deporte que más alegrías le dio a Brasil en este siglo no es el fútbol, es el vóley.

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Cuando pensamos en Brasil tendemos a imaginar un país futbolero por excelencia, pero el jogo bonito que más alegrías le ha dado a la tierra del sol y la caipiriña en el siglo XXI se juega con las manos. El vóleibol masculino de la verde amarela volvió a ratificar su hegemonía mundial el pasado fin de semana, tras consagrarse en la Copa de Campeones disputada en Japón.

Esta competencia se disputa cada cuatro años con la presencia de los campeones continentales más el locatario y un equipo invitado. Esta nueva conquista llegó tras cuatro victorias (Francia, Irán, Estados Unidos y Japón) y una derrota (ante Italia) como saldo final de una película ya repetida.
 
Por enésima vez la copa descansa en manos del mágico Bruninho; armador capitán, alma del cuadro e hijo de Bernardo Rezende, el hombre que marcó un antes y un después en la historia del vóley norteño, aquel que inició este ciclo sin final. El personaje en cuestión fue técnico del seleccionado durante dieciséis años y abandonó su cargo después de conseguir la medalla de oro en los Juegos Olímpicos del 2016.
 
Desde el 2001, la escuadra brasileña gritó campeón, nada más y nada menos, que en 34 oportunidades; ocho en la Liga Mundial, tres en el Campeonato Mundial (Argentina 2002, Japón 2006 e Italia 2010), dos en la Copa del Mundo, otras dos en los Juegos Olímpicos (Atenas 2004 y Rio 2016), cuatro en la Copa de Campeones, dos en Juegos Panamericanos (Rio 2007 y Guadalajara 2011), tres en la Copa Panamericana, una en la Copa América y nueve en Campeonatos Sudamericanos.
 
Con su particular temperamento exigente y ganador, el popular Bernardinho le incorporó una mentalidad única a tres generaciones de jugadores. Diamantes en bruto del calibre de Giba (considerado mejor jugador de todos los tiempos), Ricardinho, Murilo, Lucarelli, Bruninho o Lucas han sido pulidos a la perfección por un verdadero obsesivo que vive para este deporte las 24 horas del día.   

Hoy sus ex dirigidos continúan el legado bajo las órdenes de Renan Dal Zotto, quien en este año de debut ya ha conquistado dos títulos y un segundo puesto. Además de la reciente conquista, ganó el campeonato sudamericano y cayó ante Francia en la definición de la liga mundial, cuya última fase se disputó en Curitiba; una espina que aún duele y otro frustrado intento de cortar la sequía de siete años en dicho torneo (cuatro finales perdidas); una extrañeza para estas épocas dulces. La revancha llegó más temprano que tarde con la cuarta coronación consecutiva en la competencia que se desarrolla en suelo nipón. 
 
Nuevo eslabón de una cadena interminable de triunfos que lleva casi dos décadas y parece no querer terminarse. La regularidad extrema de los Garotos se pone de manifiesto con un dato que habla por sí solo; desde el 2000 hasta la fecha, entre olimpíadas y mundiales (cuatro y cuatro) jamás se bajaron del segundo escalón del podio.  
 
Aunque en menor escala, las Meninas también son parte de esta época gloriosa; con la misma receta del proceso a largo plazo (José Roberto Guimarães dirige desde 2003 hasta la actualidad), en la presente temporada cantaron victoria en el Grand Prix (equivale a la Liga Mundial),  Montreux Volley Masters y Sudamericano, además del segundo puesto en la Grand Champions Cup.

Desde que arrancó el milenio, son dueñas de un bicampeonato olímpico (Beijing 2008 y Londres 2012), Juegos Panamericanos del 2011 en Guadalajara, nueve Grand Prix y múltiples torneos continentales. Así el voleibol se afianza como segundo deporte más popular  de esta nación tropical acostumbrada a tradición de pies mágicos y goles bellos, pero con presente de lungos bloqueadores, potentes atacantes, ágiles líberos y finos levantadores; todos ellos hacen posible que 207 millones de personas sigan celebrando a ritmo de samba.