El año es suyo

Nadal se confirmó como número uno del año antes de retirarse por dolores en su rodilla.

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Foto: EFE
“Un tiempo atrás estábamos lesionados, inaugurando tu academia y ninguno de los dos soñó esto”, le dijo Roger Federer a Rafael Nadal en la ceremonia posterior a la consagración del suizo en el Masters 1000 de Shangai.

Diecisiete días después de aquel revés en su final número diez en la misma cantidad de meses, el español se aseguró ser número uno del mundo cuando culmine el 2017 luego de derrotar al coreano Hyeon Chung en partido correspondiente a la segunda ronda del torneo de Paris Bercy que se juega en superficie de carpeta y bajo techo.

Fiel a un estilo que tiene como banderas perseverancia y superación, Rafa culminará la temporada en la cima del planeta por cuarta vez en su carrera, objetivo que no alcanzaba desde el 2013.
 
Después de esa época, retornaron los inconvenientes físicos; una constante en la vida del zurdo. Más allá de las heridas del cuerpo, aquella mente trituradora de rivales salía ilesa de cualquier circunstancia. Sin embargo, desde junio de 2014 hasta fines de 2016 inclusive, apareció la peor lesión que alguien pueda sufrir en este deporte. Esa cabeza prodigiosa tambaleó por vez primera y ello devino automáticamente en pérdida de confianza. Durante dicho lapso, Nadal solo ganó un torneo de Grand Slam (Roland Garros 2014) y cinco títulos ATP, muy por debajo de la media a la que un feroz competidor como el nacido en Manacor estaba acostumbrado.
 
Hace un año, nuevos dolores en la muñeca lo obligaron a abandonar la temporada indoor. China fue su última escala en la gira itinerante, pero contra muchos pronósticos agoreros nada terminaba allí, sino que todo comenzaba. Empezó a reinventarse con la contratación de Carlos Moya, quien se sumó al staff técnico encabezado por Tío Tony, aportando un plan estratégico más agresivo desde el fondo de la cancha. Los resultados fueron inmediatos aunque durante el primer trimestre un verdugo de apellido Federer le impidió coronar su notoria mejoría con trofeos en alto. Cayó en sus primeras tres finales en el Abierto de Australia, Miami y Acapulco (dos de ellas ante el reloj helvético), pero jamás bajó los brazos.
 
Nadal terminó de consumar el regreso al nivel superlativo sobre polvo de ladrillo, donde su espíritu combativo calza a la perfección y esas defensas-contraataques desesperan a cualquier mortal. Cantó victoria en Montecarlo, Barcelona, Madrid y Roland Garros y tras el décimo festejo en el patio de su casa se perfiló de manera inmejorable.

Sin participar de ningún torneo preparatorio en césped, llegó a Wimbledon y Gilles Muller le puso freno en cuarta ronda. La ruta en cemento tampoco inició de la mejor manera (octavos en Montreal y cuartos en Cincinnati), aunque en la previa de la cita neoyorquina empezó a mirar a todos desde arriba. Ya ubicado en el pedestal dejó su estela ganadora en el US Open, logrando así su primer éxito en canchas duras desde el 4 de enero de 2014 cuando había conquistado Doha. La ciudad que nunca duerme fue testigo de su corona número diecisiséis en campeonatos grandes y allí sentenció virtualmente lo que ahora terminó de concretar en la matemática.
 
Independientemente de que aún restaba la parte donde más se deterioran los tendones de sus rodillas, los 2500 puntos de ventaja a la altura de setiembre lucían indescontables. Mucho más teniendo en cuenta lo selectivo que ha sido Roger con su itinerario en pos de mantenerse fresco y saludable. Tras la exitosa gira asiática (campeón en Beijing y vice en Shanghái), una carga de estrés en la rodilla derecha le recordó que jugar 75 partidos de alta competencia (65 ganados y 10 perdidos) en casi 310 días no es changa y menos para un hombre que ya pasó los treinta. Registró las señales del cuerpo y se retiró de Basilea, allanando el camino del escolta legendario en su ciudad natal. 

Pocas horas después del octavo grito ante los enfervorizados locatarios, el expreso suizo anunció que no sería de la partida en la capital francesa, por lo que el número uno quedó servido en bandeja. A pesar de la meta alcanzada tras su pase a los octavos en suelo galo, falta el Masters y Rafa sabe que entre tanta miel habita esa espina que todavía duele, solitaria cuenta pendiente en un 2017 de ensueño.

Tal vez Londres sea el lugar justo para saldarla, cortar la sequía frente al eterno adversario, al compañero de ruta, al que lo acompañará por siempre en el Olimpo de los Dioses con Raqueta. De paso cañazo, coronarse por primera vez como Maestro entre los ocho mejores y cerrar con broche de oro doce meses de renacer fulminante.