El dueño del tenis

El primer hombre en alcanzar la marca de 20 títulos de Grand Slam no deja de maravillarnos.

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Foto: EFE - Lukas Coch
Como un eterno Deja Vu sentimos que la experiencia la vivimos mil veces. Las imágenes se repiten en el disco duro igual que el desenlace triunfal, la catarata de lágrimas y el beso a la copa. Casi quince años después de aquella primera consagración en el césped sagrado de All England Club, el hombre está intacto y ya tiene su vigésimo trofeo de Grand Slam guardado en las vitrinas.

Roger Federer se proclamó campeón del Abierto de Australia 2018 tras derrotar en la definición a Marin Cilic en una batalla que se prolongó por tres horas y tres minutos; defendiendo con éxito la corona obtenida el año pasado.

¿Qué decir de la gran final jugada en el mítico Estadio Rod Laver? Solo podríamos agregar que la pizarra definitiva marcó 6-2, 6-7(5), 6-3, 3-6 y 6-1. Absurdo sería pretender objetividad en estas líneas, poner énfasis en los 24 aces de la elegancia personificada, señalar la excesiva cantidad de errores no forzados cometidos (más de cien entre ambos) o detenernos en cualquier característica técnica del encuentro protagonizado por un croata orgulloso y este suizo inoxidable, otra vez rey en el calor sofocante de Melbourne.

Imposible ser objetivo con alguien que a los 36 años y 173 días, cuando la mayoría de sus colegas están en la mansión de turno disfrutando del dinero recolectado, insiste en perseguir la gloria como si se tratase de una adicción patológica a la que anestesia, solo por un instante, con el título ATP número 96 de su interminable trayectoria. 

Obligándonos a alejarnos cada día más de análisis meramente racionales, Don Roger exalta nuestra fibra íntima. Mientras su estilo, adentro y afuera, no deja de maravillarnos, los  números agigantan la leyenda; seis veces campeón en Oceanía igualando a Novak Djokovic, finalista en siete oportunidades (máximo en la historia), primer caballero en llegar a las dos decenas de campeonatos mayores (treinta finales disputadas) y aumentando la diferencia en conquistas de grand slam a cuatro por encima su archienemigo Rafael Nadal, más inmediato perseguidor. Por si esto fuera poco, se transformó en el segundo jugador más veterano en festejar en Melbourne después de Ken Rosewall, quien lo hizo con 37 años y 62 días en 1972. 

El camino hacia la gloria lució placentero; desfilaron uno a uno, Bedene, Struff, Gasquet, Fucsovics, Berdych y el sorprendente coreano Chung, victimario de Novak Djokovic en la cuarta vuelta. Con solvencia y sin ceder un solo set llegó al epílogo el maestro helvético; 10 horas 50 minutos en cancha le demandó arribar al duelo tan esperado, seis menos que al bueno de Marin (17 hs 3 min). 

A la hora de la verdad fue otra historia y los nervios jugaron un papel preponderante. El nudo se desató en el primer game del quinto chico cuando el lungo de los Balcanes, con viento en la camiseta, parecía llevarse puesto a Su Majestad. Allí el nacido en Basilea salvó dos pelotas de quiebre en contra y apretó el puño.

Luego la historia de siempre, para júbilo de los que nos gusta confundir tenis con arte y tras la plenitud del logro, la explosión de un llanto contenido que lo humaniza, llega a muchos hogares del planeta y nos hace quererlo aún más.

Así Federer continúa desafiando a Federer y se gana a sí mismo en una reinvención cotidiana sin límites. La escalofriante cifra de 1139 victorias en total y 321 en torneos majors (récord absoluto) durante dos décadas de carrera certifican el status de galáctico de la raqueta. De yapa se arrimó al número uno del mundo y ahora tan solo lo separan 155 puntos de la cima que hoy ostenta Rafa.

Si grita campeón en Dubai volverá a a ese sitial de privilegio que supo ocupar a lo largo de 302 semanas, otra marca difícil de romper para cualquier mortal.  No está en esa posición desde el 2012 y hoy es algo lejano a sus prioridades, pero para el más grande de todos los tiempos ya nada es utopía.