En envase chico
La historia de Diego Schwartzman, que supera su carencia de centímetros con gran talento.
Foto: EFE-Marcelo Sayão
A Diego Schwartzman siempre le dijeron que no podía. A lo largo de su carrera como juvenil los agoreros tenían certeza de que la estatura de “Peque” le impediría algún día codearse con los mejores del planeta de las raquetas, más allá de su corazón ardiente. Hoy, para sorpresa de los escépticos, cuando se nos va febrero del 2018, el porteño de veinticinco abriles se metió por primera vez en el Top 20 tras obtener el torneo ATP de Río de Janeiro disputado sobre polvo de ladrillo.
Segundo título de una carrera profesional que continúa un ascenso paulatino, sin prisa pero sin pausa, con un techo que nadie sabe a ciencia cierta dónde estará. Cerrando bocas que no supieron callar a tiempo, en una disciplina donde mandan lungos y esbeltos, este player de piernas tan cortas como veloces aparece desde este lunes como el número 18 del ranking después de la consagración en tierras norteñas. A pesar de este presente color de rosas conviene no olvidar un pasado lleno de espinas.
“Creímos que iba a medir entre 1,72 y 1,82. Todos sus hermanos son altos. Pero lo que le falta de altura lo tiene de cabeza”, fueron las palabras de su madre Silvana después de haber conseguido la primera victoria frente a un top 10 como Dominic Thiem en el Masters 1000 de Montreal del año pasado.
Ella fue quien nunca lo dejó bajar los brazos o caer en las telarañas de la desesperanza, ni siquiera cuando siendo un adolescente los propios médicos comunicaron a la familia que no podría cruzar el umbral del metro setenta; justamente en un deporte en el que los veintitrés jugadores que alguna vez fueron número uno jamás bajaron de 1,80 (salvo las excepciones de Marcelo Ríos y Jimmy Connors). Cuando era un purrete, entre los ocho y los diez, probó suerte en el fútbol, pasión de multitudes en el Río de la Plata. Jugó en el Club Parque donde arrancó su ídolo Juan Román Riquelme, pero la facilidad innata con la raqueta lo llevó por otros senderos.
En sus inicios nadie apostaba un peso por quien hoy desafía las convenciones; ya sea en los Juegos Odesur o en los Campeonatos Sudamericanos era suplente de Andrea Collarini, Agustín Velotti o Facundo Argüello, las tres esperanzas junior de aquella camada. Hoy ninguno de los mencionados aparece siquiera entre los doscientos mejores, mientras que el muchacho víctima de los estereotipos disfruta su mejor momento y sigue en ascenso.
No parece casualidad que el primer trofeo ATP lo haya levantado un 1° de mayo de 2016 en la ciudad de Estambul, Turquía; trabajador tenaz como pocos, verdadero obrero del tenis que no ha cedido ante el pesimismo de casi todos, haciendo un culto a la fuerza de voluntad. Después de aquella primera conquista hizo final en Amberes y empezó a insinuar cosas grandes pero 2017 fue el tiempo de explotar y arrimarse a la elite.
De la mano de Juan Ignacio Chela, quien asumió como nuevo coach, consiguió los dos primeros triunfos ante jugadores top ten (Thiem en Montreal y Cilic en el Us Open) y en el Us Open llegó por primera vez a los cuartos de final de un Grand Slam; hito para enmarcar, momento en el que la confianza se dispara y uno empieza a sentirse realmente bueno, a creer verdaderamente en sus posibilidades.
Como si esto fuese poco, el Peque se metió entre los ocho mejores del torneo Masters 1000 de Montecarlo, disputado sobre arcilla (superficie favorita) y meses más tarde repitió dicho resultado en las canchas de cemento de Montreal.
Todavía faltaba lo mejor y en el amanecer de la presente temporada ratificó su estado de gracia arribando a los octavos del Abierto de Australia, instancia en la que fue eliminado por Rafael Nadal luego de cinco horas de dura batalla. El domingo de tardecita en la Cidade Maravilhosa, Schwartzman jugó una final impecable y derrotó al español Fernando Verdasco en sets corridos (6-2, 6-3).
Primera corona en certámenes de categoría 500 para subir un nuevo peldaño en la escalera a ese cielo prohibido de antemano por los incrédulos. Allí donde suelen festejar los Goliat nunca faltará un David entrometido que rompa la monotonía de la lógica reinante.