Debut y despedida
John Isner se consagró por primera vez en un Masters 1000, la última vez que se jugó en Key Biscayne.
Foto: EFE - ERIK S. LESSER
Nunca es tarde cuando la dicha es buena. De la vigencia de este dicho popular podría dar fe el norteamericano John Isner, quien a los 32 años de edad y tras 11 como profesional se consagró campeón del ATP de Miami, primer Masters 1000 de su existencia y último a disputarse en el ya mítico Key Biscayne, tradicionalísimo destino del circuito mundial.
Veintiún temporadas más tarde de aquella primera edición, el grandote de 2,08 le puso broche de oro a Crandon Park derrotando al alemán Alexander Zverev por 6-7, 6-4, 6-4 y adjudicándose el título número trece de una extensa carrera que pasados los treinta llegó a su pico más alto. Con esta sorpresiva victoria llegó al número nueve del ranking mundial, igualando su mejor posición lograda en el 2012.
En un torneo atípico, lleno de bajas obligadas (Nadal, Murray y Wawrinka entre otros) y con las tempraneras eliminaciones de Roger y Nole la mesa estaba servida para los batacazos e Isner supo aprovechar la oportunidad mejor que nadie. De menor a mayor, tomando confianza y evolucionando poco a poco; primero sudando la gota gorda más de dos horas ante el checo Jiri Vesely para luego sacar en sets corridos al ruso Youzhny. De allí en más la autoestima por los cielos, el saque convertido en impenetrable y los golpes de fondo bastante más regulares de lo normal.
A puro cañonazo despachó a tres top ten y a un coreano que va en ese camino; Cilic, Chung, Del Potro y el ya mencionado Zverev desfilaron en este tardío viaje a la cima. A la hora de la verdad no sobró nada; en una final tan deslucida como emocionante, el apodado Iron Man prevaleció más allá de los 38 errores no forzados, a pesar de los nervios que agarrotaron su brazo derecho o la cantidad de break points desaprovechados (solo concretó dos en doce).
Tras dos horas y media de batalla, con la colaboración inestimable de un germano tan talentoso como irascible, el bueno de John tocó el cielo con las manos y a contramano de la leyenda demuestra una vez más que él sí es profeta en su tierra; de los trece trofeos obtenidos, once han sido en su país de origen. Cuatro en Atlanta (cemento), tres en Newport (césped), dos en Winston Salem (cemento), uno en Houston (polvo de ladrillo) y esta cereza de la torta en la calurosa Florida cierran un listado que avala su condición de crecerse ante el aliento de los propios.
Como una jugada maestra del destino, ocho temporadas después de la última coronación local (Roddick 2010) apareció otro yanqui para despedir a lo grande uno de los espacios con más historia dentro del planeta tenis; esa coqueta isla estadounidense situada entre la bahía Vizcaína y el océano atlántico en la que supieron brillar tres generaciones; los Lendl, los Sampras y los Federer forman parte del rico legado. Unos tales Nole Djokovic y Andre Agassi (seis veces campeones) serán por siempre los máximos ganadores en este terreno sagrado; sin embargo, el último sorbo de gloria se lo llevó el gigante Isner, hombre poco habituado a los grandes festejos, quien frente a la ausencia de los galácticos vio la puerta abierta y entró sin pedir permiso.
Veintiún temporadas más tarde de aquella primera edición, el grandote de 2,08 le puso broche de oro a Crandon Park derrotando al alemán Alexander Zverev por 6-7, 6-4, 6-4 y adjudicándose el título número trece de una extensa carrera que pasados los treinta llegó a su pico más alto. Con esta sorpresiva victoria llegó al número nueve del ranking mundial, igualando su mejor posición lograda en el 2012.
En un torneo atípico, lleno de bajas obligadas (Nadal, Murray y Wawrinka entre otros) y con las tempraneras eliminaciones de Roger y Nole la mesa estaba servida para los batacazos e Isner supo aprovechar la oportunidad mejor que nadie. De menor a mayor, tomando confianza y evolucionando poco a poco; primero sudando la gota gorda más de dos horas ante el checo Jiri Vesely para luego sacar en sets corridos al ruso Youzhny. De allí en más la autoestima por los cielos, el saque convertido en impenetrable y los golpes de fondo bastante más regulares de lo normal.
A puro cañonazo despachó a tres top ten y a un coreano que va en ese camino; Cilic, Chung, Del Potro y el ya mencionado Zverev desfilaron en este tardío viaje a la cima. A la hora de la verdad no sobró nada; en una final tan deslucida como emocionante, el apodado Iron Man prevaleció más allá de los 38 errores no forzados, a pesar de los nervios que agarrotaron su brazo derecho o la cantidad de break points desaprovechados (solo concretó dos en doce).
Tras dos horas y media de batalla, con la colaboración inestimable de un germano tan talentoso como irascible, el bueno de John tocó el cielo con las manos y a contramano de la leyenda demuestra una vez más que él sí es profeta en su tierra; de los trece trofeos obtenidos, once han sido en su país de origen. Cuatro en Atlanta (cemento), tres en Newport (césped), dos en Winston Salem (cemento), uno en Houston (polvo de ladrillo) y esta cereza de la torta en la calurosa Florida cierran un listado que avala su condición de crecerse ante el aliento de los propios.
Como una jugada maestra del destino, ocho temporadas después de la última coronación local (Roddick 2010) apareció otro yanqui para despedir a lo grande uno de los espacios con más historia dentro del planeta tenis; esa coqueta isla estadounidense situada entre la bahía Vizcaína y el océano atlántico en la que supieron brillar tres generaciones; los Lendl, los Sampras y los Federer forman parte del rico legado. Unos tales Nole Djokovic y Andre Agassi (seis veces campeones) serán por siempre los máximos ganadores en este terreno sagrado; sin embargo, el último sorbo de gloria se lo llevó el gigante Isner, hombre poco habituado a los grandes festejos, quien frente a la ausencia de los galácticos vio la puerta abierta y entró sin pedir permiso.