El especialista

Llegó el momento del año que tiene nombre y apellido en el circuito ATP: Rafael Nadal.

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Foto: EFE
Desde hace una década y media hay un nombre que se repite incesantemente cuando llega el trimestre del polvo de ladrillo. Muy cerquita de cumplir 32 años de edad, Rafael Nadal Parera sigue siendo el dominador absoluto de la superficie y en esta nueva temporada no hace más que ratificar su status de mejor jugador sobre clay en la historia de este deporte; tras su última consagración en el Masters 1000 de Roma, el español cierra una preparación soñada para Roland Garros con una cosecha de tres títulos en cuatro posibles y diecinueve victorias en veinte partidos disputados. Números descomunales para cualquier ser de este planeta; cifra muy normal para un Rafa que no deja de triturar rivales en su camino a la soñada undécima corona en territorio parisino. El último domingo derrotó al alemán Alexander Zverev con parciales de 6-1, 1-6 y 6-3 para alzar su octava copa en el Foro Itálico, donde no se consagraba desde el 2013. 
 
Como si no fuese suficiente con el dominio aplastante que ejerce a gusto y piacere cuando pisa tierra anaranjada, hasta los imponderables bendicen a este hombre con mente de hierro y pies de gacela; esos factores del azar que no explican triunfos pero si están de nuestro lado mucho mejor. Y así sucedió el fin de semana cuando después de jugar un match regular para su estándar y con el marcador 2-3 en el set definitivo aparecieron los Dioses de la lluvia para frenar al niño alemán que venía con trece éxitos al hilo, quien  tras tomar conciencia del tamaño de la leyenda que habitaba el otro lado de la red se entregó mansamente a lo irremediable del destino, perdiendo hasta ese fogoso instinto de ganador nato que lo caracteriza. ¿El desenlace? El mismo de siempre, un calco del mito porfiado que se reinventa una y otra vez. Cuatro games consecutivos y broche de oro para una semana en la que cediendo dos sets y lejos de su mejor versión Nadal confirma una hegemonía que durará hasta que el cuerpo diga basta.         

Monótono, previsible, aburridor; dichos adjetivos podrían definir a las claras como transcurre este tramo del calendario cada vez que el nuevo número uno del mundo (recupero el trono esta semana) está en buen estado físico y con la confianza por las nubes. Si bien la última semana no estuvo a la altura de sus recientes actuaciones en Montecarlo o Barcelona donde también gritó campeón, es imposible poner en tela de juicio la supremacía de alguien que en el presente 2018 llegó al campeonato número 56 en polvo, batiendo el enésimo record luego de hilvanar 50 sets ganados en forma consecutiva sobre su piso favorito. Una racha que empezó en el pasado Roland Garros y a la que puso fin Dominc Thiem en los cuartos de final del Masters 1000 de Madrid.
 
El austríaco ha sido, a la postre, único verdugo del zurdo mallorquín en la sagrada tierra batida desde mediados del 2016 hasta el día de la fecha (también le ganó en Roma 2017), período en el que ganó 43 de 45, otro dato elocuente que refleja este invariable estado de situación. 408 victorias y 36 derrotas en su carrera profesional, diez Roland Garros en trece jugados desde 2005 a esta parte, único player en lograr el denominado "Clay Slam", luego de lograr en el 2010 los tres Masters de Montecarlo, Roma y Madrid, además de levantar la copa en la Philippe Chatrier; estadísticas que son prueba cabal de una Era absolutista en la que un monarca ibérico acapara la escena y el resto solo atina a recoger las migajas que sobran. La Torre Eiffel se vislumbra en el horizonte y más allá de la eterna promesa llamada Thiem o el peso específico de un Djokovic aún en la búsqueda de la forma ideal, el bueno de Rafa continúa un trayecto inmaculado hacia su gran amor correspondido, ese que le quita el sueño desde que era un imberbe. Esa Copa de los Mosqueteros que cuanto más conquista más desea.