Fuego teutón

“Soy fogoso, a veces me tienen que parar”, dice el joven Zverev, talento emergente.

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Foto: EFE - Kiko Huesca
El pibe se llama Alexander Zverev, tiene 21 años recién cumplidos, mide 1,98 y es una bomba de tiempo a punto de explotar; o al menos así se lo ve semana a semana en la gira itinerante de la ATP donde exhibe un talento tan explosivo como su temperamento de nene mal criado. Después de ocho meses de sequía, el alemán volvió a gritar campeón en el torneo de Múnich que se juega sobre polvo de ladrillo, tras vencer a su compatriota Philipp Kohlschreiber en sets corridos, defendiendo de esta forma la corona obtenida el año pasado. 6-3, 6-3 fue el resultado final de un encuentro que se resolvió en una hora y diez minutos en el que la emoción brilló por su ausencia. Superioridad absoluta del nacido en Hamburgo, quien obtuvo el séptimo título de su carrera, tercero en canchas lentas y primero en este 2018 que poco a poco se viene enderezando.

Afirmado en el top ten desde hace diez meses (julio 2017), dueño de un saque picante y un revés a dos manos de libro, el apodado “Sascha” es el principal señalado por sus propios colegas para tomar la posta cuando ya no esté la mejor generación de la historia del tenis. A pesar de nuestros anhelos de inmortalidad, los Federer, Nadal o Djokovic (todos mayores de treinta) dirán adiós algún día y este lungo desprejuiciado es número puesto para subirse al trono cuando ello suceda. El Us Open del año pasado fue la primera gran lección de humildad para el actual número tres del mundo, quien llegó a Nueva York con el mote de candidato luego de victorias consecutivas en Washington y Toronto, pero decepcionó a propios y extraños tras una prematura eliminación en ronda de 64 a manos de Borna Coric. De aquel momento hasta febrero disputó ocho torneos, perdiendo diez encuentros (incluidos los tres del Masters), sin siquiera una presencia en semifinales. 

Después de la caída en tercera ronda del Abierto de Australia frente al coreano Chung decidió poner punto a final a la relación con su ex entrenador Juan Carlos Ferrero en medio de serias desavenencias tanto profesionales como personales. Solo, a la deriva y con la confianza por el piso Zverev empezó a reinventarse en la adversidad, paso a paso, escalón por escalón; la final perdida frente a John Isner en el Masters 1000 de Miami puede verse como una oportunidad perdida aunque también como un renacer de las cenizas. Luego de largos meses fuera de los primeros planos las buenas sensaciones reaparecen poco a poco y la temporada de arcilla ya trajo semifinales en el principado de Montecarlo y este nuevo trofeo jugando en condición de local. En mayo alcanzó su mejor ubicación en el ranking y ahora va por más.                       

“Soy fogoso, a veces me tienen que parar”, reconoce en nota brindada al diario “El País” de España y agrega que jamás logrará ser una persona tranquila. Consciente de que su peor defecto podría tornarse su mejor virtud si madura y dosifica las pasiones, esa condición innata de competidor feroz lo hace temible para cualquiera. Hijo de un soviético llamado Aleksandr, quien jugó Copa Davis en la década del sesenta  además de ser su coach de toda la vida y hermano de Mischa quien también es tenista profesional; este adolescente con sueños de adulto, residente en Montecarlo, sabe que su cuenta pendiente está en los grand slams y allí apuntará sus cañones. En campeonatos de esta magnitud no ha podido atravesar la frontera de  octavos de final, siendo su actuación más destacada Wimbledon del año pasado donde cayó frente a Raonic en cinco sets. Para ponerse mano a mano con los grandes deberá sacar a relucir todo su potencial en las que más duelen, en esas ocasiones para elegidos en las que el pulso no puede temblar. Tiempo le sobra y condiciones también; el futuro está en sus manos.