Intocable
En tiempos de Mundial de fútbol, Nadal puede hacer una alineación entera con sus 11 trofeos de Roland Garros.
Foto: EFE - Caroline Blumberg
Quien haya seguido el andar arrollador de Rafael Nadal en Roland Garros desde hace casi una década y media, sabrá que esta flamante undécima corona no será recordada como una de las más sobresalientes de su brillante carrera. Con la voracidad intacta de la fiera suelta, en medio de altibajos infrecuentes y un respeto excesivo de los rivales, Rafa volvió a gritar campeón en Paris luego de vencer a Dominic Thiem en sets corridos, consolidando la hegemonía masculina más grande que haya existido en un torneo de Grand Slam. Así revalida su status de invencible en canchas lentas e iguala la cantidad de éxitos obtenidos por la australiana Margaret Court en su país de origen. 6-4, 6-3 y 6-2 fue el resultado de una final que se extendió por dos horas, cuarenta minutos y que a pesar del marcador abultado tuvo un desarrollo parejo. Título grande número 17 para el español, quien ahora se sitúa a solo tres de su archirrival Roger Federer y como si esto fuese poco se mantendrá en la primera posición del ranking mundial, cien puntos por delante del suizo.
Ante un Estadio Philippe Chatrier colmado por 16 mil almas, el monarca perpetuo de la tierra batida empezó quebrando el saque de su oponente, quien reaccionó de inmediato e igualó en 2 el score. De allí en adelante ambos sostuvieron sus respectivos servicios pero cuando el austríaco sacaba 4-5 una laguna gigante atravesó esa mente volátil y con cuatro errores no forzados entregó el set en un abrir y cerrar de ojos. Demasiada ventaja para el rey del polvo, quien lejos de su mejor nivel picaba en punta. El auto flagelo de Thiem se estiró hasta el 0-3 del segundo parcial, perdiendo cinco games consecutivos; más que suficiente para quedar dos abajo y al borde del nocaut. Ya en la manga definitiva y con la luz al final del túnel cada vez más cerca, el de Manacor empezó a exhibir los ingredientes que lo transformaron en genio y figura de esta superficie. Como si fuese una pared impenetrable con la agilidad de una gacela, mudando defensas imposibles en contraataques ganadores, la derecha (izquierda para los puristas del idioma) corriendo furiosa y el revés a dos manos intratable. 6-2 rotundo para firmar un desenlace previsible como ningún otro en el circuito.
Bolelli, Pella, Gasquet, Marterer, Schwartzman y Del Potro fueron las víctimas camino al domingo del hombre que huele sangre y no perdona; allí radica la gran diferencia ante los retadores de ocasión, quienes cuando tienen tambaleante al zurdo irrompible quedan paralizados ante el monumento viviente que se para del otro lado de la red. Así le pasó a Schwartzman quien estuvo set arriba con quiebre a favor en el segundo o al también argentino Del Potro, quien desaprovechó seis bolas de break en aquel primer parcial que a la postre fue punto de inflexión. Dicha aureola de inexpugnable que tiende a retraer al contendiente no es gratuita; la avalan 56 trofeos en polvo de ladrillo además de 11 campeonatos en 14 presentaciones y 86 triunfos de 88 posibles en Bouis de Boulogne, más conocido como el patio de su casa.
Este es el cuarto título de la temporada para Rafa, quien acumula 79 en el global de su trayectoria. Montecarlo, Barcelona y Roma fueron las otras conquistas; todas sobre el sagrado suelo anaranjado que lo eleva al cielo de las raquetas. Después de una compleja lesión en el primer trimestre que lo obligó a jugar 17 encuentros menos que el año pasado; así y todo, el dirigido por Carlos Moya no solo está al tope de la clasificación de la ATP sino que también lidera el puntaje de la carrera de campeones que solo contabiliza lo disputado en este 2018. Aunque la estirpe de esta mítica figura de 32 abriles recién cumplidos eclipsa cualquier registro cuantitativo y exalta lo cualitativo de su gesta; con menos piernas que antes, una mente de acero que jamás lo abandona, experiente como nunca y hambriento como siempre. En una reinvención incesante de este idilio con la ciudad luz, empeñado en reclamar exclusividad sobre su amada copa de los mosqueteros.