Endiablados

Kevin De Bruyne y Eden Hazard son figuras de la selección que devolvió a Bélgica a semifinales.

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Foto: EFE - Roman Pilipey
Lungo esbelto y petiso morrudo, opuestos aunque complementarios; nacidos hace 27 años en un pequeño país del noroeste europeo, finos estrategas, actores protagónicos de un torneo con sabor a vodka. Kevin De Bruyne y Eden Hazard fueron las figuras excluyentes del triunfazo de Bélgica frente a Brasil por 2 a 1 en cuartos de final del Mundial que le permitió a los del Viejo Continente meterse entre los cuatro mejores de la máxima cita de selecciones por segunda vez en su historia. 32 julios después de aquel cuarto puesto obtenido en México 1986, los diablos rojos vuelven a la meca del planeta fútbol gracias a un grupo que pregona el buen trato de pelota y cuyo sistema táctico se subordina a las características de los jugadores; entre estos un par de genios excepcionales, artífices de la victoria más importante en trece participaciones belgas correspondientes a copas del mundo.

Luego de una inmaculada primera ronda con puntaje perfecto (victorias ante Panamá, Túnez e Inglaterra) y un partido de octavos de final ganado de atrás y a la uruguaya frente a Japón, los dirigidos por el español Roberto Martínez afrontaban una de esas pruebas de fuego que de superarse permanecen indelebles en el imaginario colectivo del deporte popular por excelencia. El mítico pentacampeón verde amarelo estaba en el otro rincón y para semejante cruzada no sería posible solo con ser fiel a una idea madre, con la concentración total ni con el margen de error cero; para lograr tamaña proeza resultaba indispensable  que naufragando entre un millar de obedientes doble cinco,  apareciese en su mejor versión el singularmente atrevido Doble Diez que rompe moldes conservadores. 

Y así sucedió para alegría de once millones de personas que habitan el suelo de un pintoresco reino trilingüe. Hazard y De Bruyne o la dupla mágica o como prefieran llamarlos; ambos en vertiginoso modo play station, desembocando en el tan deseado clímax futbolero, parte fundamental de una gesta que perdurará en la selecta galería recordatoria de una nación con escasa tradición en estos menesteres. Más allá del gol en contra de Fernandiño y el balazo inatajable de uno de los personajes en cuestión, del heroico aguante de Courtouis, la potencia de Lukaku, la exuberancia de Meurnier y Fellaini, a pesar del descuento y el sufrimiento final e incluso de aquellos guiños del azar que arrancaron temprano con el palazo de Thiago Silva. Nada hubiese sido posible sin la tarea descomunal de dos players que no se superponen en la guerra de egos, potenciándose en la comunión del verde césped.
   
El de Manchester City con su tranco largo, físico privilegiado, virtuosa pegada e intuición extrema a la hora de decidir; el de Chelsea dueño de infinidad de gambetas cortas, guapo como pocos a la hora de bancarla ante el asedio de tres torres brasileñas que no se la pueden sacar ni por decreto, con los rasgos más típicos de un enganche nacido por estas latitudes. Disciplinadamente europeizados a la hora del retroceso, llenos de picardía sudamericana cuando es el momento de fantasear con la guinda en los pies. Son Jagger y Richards, Lennon y McCartney luciéndose en una banda que a veces desafina pero aun así es la única que ganó cinco de cinco (todos en los 90 minutos reglamentarios), además de ser la más goleadora con 14 pepas en arco rival. Después de las eliminaciones argentina y alemana, el Kazán Arena confirmó su condición de cementerio de los elefantes. Esta vez la víctima fue Brasil y el victimario un inusual convidado de piedra afecto a formas saludables y poco corrientes en la actualidad. Lo gritan en holandés, francés o alemán; en las paradisíacas Brujas o Bruselas. Al Doble Diez lo celebramos en idioma universal y pasé lo que pasé en semis frente a sus vecinos Bleus… ¿Quién les quita lo bailado?