Y lo vimos llegar

Cappuccio: 20 años preparando el debut en Primera.

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Foto: Twitter @Alecappuccio76
“Así juegan los equipos de la Premier League” nos decía Alejandro Cappuccio para justificar tanta táctica: líbero, stopper, pase por fuera, postes con el delantero, cubrir al compañero que salió. Para un profesor de 25 años que entrenaba a niños de once lo más fácil hubiera sido soltar una pelota hasta que llegara la hora de volver al Colegio. Tiempo no le sobraba a un hombre que daba las últimas materias de Derecho para lograr su tercer título. Pero en ese momento toda su concentración estaba en educar. 

Arrancó el 2001 y Cappuccio quedó a cargo de la Sub-11 del Seminario B. Éramos un rejunte de preadolescentes que no teníamos lugar en el equipo principal y, muchos de ellos, no podíamos pegarle ni con la rodilla. A pesar de ser el segundo equipo debíamos honrar los 120 años de un Colegio con 120 alumnos por generación. 

Con una humildad que solo se aprecia en perspectiva, allí estaba aquel profesor que había hecho todas las formativas en Nacional: enseñando a parar una pelota, explicando la diferencia entre marca zonal y marca personal, dando consejos para anticipar a un delantero, o insistiendo en que al rival siempre hay que ayudarlo a levantarse.

Había algo en lo que enseñaba Ale que a mí me maravillaba: el fútbol era un juego. Podrá sonar obvio, pero era toda una novedad para un niño que vivía el fútbol como yo: un sistema para acumular información. Con once años yo conocía los segundos apellidos de los jugadores, los planteles completos del Torneo Permanencia o la trayectoria año a año del lateral derecho de Miramar Misiones. Información irrelevante, en cualquier caso, pero que me permitía saltear la infancia con conversaciones adultas.

A partir de aquel momento, el fútbol dejó de ser solamente un listado de datos para convertirse en correr, saltar, sudar y acalambrarse; festejar y amargarse con amigos adentro de una cancha. Fui puliendo algunas de mis limitaciones y en el liceo, cuando él pasó a dirigir el primer equipo, nos llevó a muchos a ser parte de un cuadro bastante competitivo. 

Aprendí que se puede jugar para atrás, de la misma forma en que un zaguero puede llegar a definir abajo del arco si toma impulso y tiene quien lo cubra, como hizo Maximiliano Falcón el domingo. Con sencillez y alegría, “Ale” mostraba que el fútbol es dinámico, que debemos resistir a las etiquetas del dibujo táctico de la tele y de las sentencias absolutas que se escriben en función de si una pelota entró o salió.

Es casi un lugar común decir que el deporte deja enseñanzas para toda la vida. En mi caso esas enseñanzas vinieron con Alejandro y trato de aplicarlas todos los días. Si éramos muy superiores al rival nos pedía que no gritáramos tanto los goles. Si íbamos perdiendo 0-4 en el entretiempo, insistía ante las caras largas: “Ahora empieza un partido nuevo. Vamos 0-0. Disfruten y diviértanse, que sus familias vinieron a verlos”. 

Una vez, antes de un clásico en 2004, Alejandro estaba preparando el curso de técnico y nos planteó un ejercicio que hacían en clase: cronometrar cuánto tiempo tenían la pelota las figuras de Nacional y Peñarol. Ganó Nacional 2 a 1 con doblete del “Cacique” Medina. Al otro día se imprimieron miles de páginas en los diarios alabándolo. Había tenido la pelota durante solo 48 segundos. El aprendizaje técnico fue revelador: repensemos cuáles datos nos dan qué tipo de información para tomar decisiones. La moraleja, aún más clara: las oportunidades son únicas, el éxito puede ser efímero. 

Él mismo lo ilustró cuando los medios le preguntaron el lunes pasado cómo era posible que el estratega detrás del sorpresivo Rentistas seguía trabajando como escribano en su despacho particular. Ni aún en su mayor momento de exposición olvida que lo importante está fuera de los focos y que a la suerte hay que rodearla de trabajo, paciencia y pragmatismo.

En 2008 terminamos el liceo y dejé de verlo con tanta frecuencia. “Algún día me van a ver en Primera” nos decía todos los años, aunque siempre estaba por la vuelta. Yo veía que capacidades le sobraban, pero dudaba de cómo un tipo tan sano podría hacerse lugar en un ambiente que se creía tan oscuro como el del fútbol. Lo logró y de qué manera: quizás el fútbol no es tan oscuro y quizás –como siempre ocurre– vale la pena intentar cambiar las cosas desde adentro. Poco después empezó a dirigir en AUF y esa historia ya la pueden contar mejor varios futbolistas destacados.

No sé si tengo derecho a sentirme orgulloso del momento del Rentistas de Cappuccio. Supongo que no, porque para sentirse orgulloso hay que sentirse parte y eso se lo reservo a su familia, a sus compañeros de trabajo, a los jugadores que fueron creciendo con él en Formativas estos años, a los dirigentes que le fueron poniendo el listón cada vez más alto con nuevos desafíos. 

Pero, como le recordó el periodista Juan Miguel Carzolio en un tuit, sí puedo dar fe de que Alejandro llevó trabajando más de veinte años para este momento. Y cualquier homenaje me quedará corto para agradecerle que parte de ese trabajo se haya quedado conmigo para siempre.