Sueño de una noche de verano
La crónica de Felipe Fernández de la victoria celeste sobre Portugal en fútbol playa.
Uruguay celebró al eliminar al último campeón del mundo y pasar a cuartos de final.
La voz del estadio insiste en pronunciar la “u” de Guerrero. Entonces tenemos a Güerrero acomodando la pelota para patear un tiro libre. Los pasos a seguir son los siguientes: juntar arena con los pies haciendo una montañita (no se pueden usar las manos). Luego con la pelota se afina el montículo, se aplana la zona donde irá el pie de apoyo y se toma carrera.
El partido empezó complicado, “Cuidado con Martins que usa la marca para girar”, se dijo en la charla previa, y Martins giró para el primer gol. “Cuidado con Von que recibe de un óbol y arma chilena”, y Von recibió, armó la chilena e hizo el segundo gol. Pero esto recién empezaba, lo sabíamos los que estábamos en la tribuna, viéndolo todo desde arriba, sufriendo como si estuvieramos ahí abajo.
Al lado mío el "Tiki" Miranda con su tobillo violeta, que lo traicionó dos días antes de empezar el mundial. También Marcelo Capurro, que jugó los dos primeros partidos. Es nuevo para un plantel de fútbol playa esto de no estar convocados. Desde siempre viajaban 12 jugadores, y los 12 iban al banco. Ahora somos 14.
El partido se rompió rápido, de ese 0-2 pasamos al 2-2 en pocos minutos. Era ganar o volverse. Por si le faltaba épica empezó a llover en Moscú. Arriba gritábamos, una acción totalmente inútil ya que en este deporte se juega con música, pero no música de fondo, música muy alta. Gritábamos más para sacarnos el nerviosismo que para que nos escucharan.
En ese golpe por golpe nosotros íbamos, y estábamos finos de puntería. Nico y sus tiros libres, Beto y su constante optimismo en pegarle desde donde sea. Y ellos con Be Martins, una y otra vez. Cinco goles en total. En la tribuna se festejaba todo, los goles nuestros, pero también cada vez que nos salvábamos. Esa manera que tenemos los uruguayos de vivir el fútbol, festejo con puteadas, apretando el puño, maldiciendo, apretando la botella vacía, golpeando el banco. No lo parece, pero así se disfrutan los partidos cuando hay algo en juego.
Una máxima de este deporte: los partidos se ganan o se pierden en el tercer tiempo. Y entramos en él perdiendo por uno, 5-4. Saque y gol del Beto, la arena avisaba. Sacan ellos, gol. A remarla. Al Andy le queda una pelota cerca de la mitad de la cancha. Andrés es pivot, y los pivot tienen esa extraña condición de preferir quedar de espalda que de frente al arco. Pelota en el suelo, el arco en la espalda y sucedió lo que tantas veces entrenó en Pocitos. Pie debajo de la pelota, golpe de tobillo para levantarla más alto que la cabeza, ejecutar la chilena a la perfección y pelota que se clava en un ángulo. Si había una noche para hacer ese gol, era la de ayer.
6-6 y volvemos al principio. No es extraño en este deporte que los goleros hagan goles, lo que no sucede a menudo es que los hagan desde una falta. Lo sabemos todos, el Ale lo sabe. Entonces ante un tiro libre tan lejano como el que iba a patear, las chances son mínimas. Se acerca Gastón, uno de nuestros capitanes y por las dudas le refresca la memoria: “que pique antes”. Se dice fácil, se ejecuta difícil. El Ale, impecablemente vestido de amarillo sol, toma carrera, se acerca y le pega de borde interno. La pelota hace un primer pique, lejano, inofensivo. De ahí en más todo sucede en cámara lenta. El golero portugués da un paso hacia adelante, Gastón ya empezó a correr habilitado por ese primer pique, y la pelota que va con intenciones de picar otra vez. La arena te da y te quita, ese segundo pique puede ser regular, que continúe la trayectoria de la pelota, o bien puede cambiar totalmente su rumbo. No fue ni una cosa ni la otra, pero se desvió lo suficiente para que el golero portugués quedara sin reacción, un cambio de dirección en el momento justo. Entró mansita.
La explosión fue tremenda. Desahogo, euforia. Además la lluvia había traído otra complicación, se habían apagado las pantallas donde aparecía el tiempo restante, estábamos a ciegas. ¿Cuánto quedaba? Fernando llama a Matías Pérez que estaba en otra tribuna y de frente a una segunda pantalla que sí mostraba el tiempo, hacen una videollamada, Matías enfocando el reloj, nosotros tratando de descifrar los números pixelados. De repente los cañones de aire comprimido tiran papelitos. ¿Cómo? ¿Ya terminó? ¡Ya terminó! Claro, la llamada tiene un pequeño delay, en la pantalla del cel estábamos viendo un reloj que ya estaba en cero.
Me devoro la escalera para bajar a la cancha, tengo abrazos para dar que no se pueden hacer esperar. Ahí están ellos, que somos nosotros, y que somos los que se quedaron en Montevideo. Ahí están ellos que eliminaron al último campeón del mundo, ahí estamos nosotros avanzando de fase como cada vez que Uruguay fue a un mundial de fútbol playa.
Hoy es el día después de haberle ganado a Portugal, pero también es el día antes de enfrentar a Suiza por cuartos de final. En fútbol playa todo sucede muy rápido.
El partido empezó complicado, “Cuidado con Martins que usa la marca para girar”, se dijo en la charla previa, y Martins giró para el primer gol. “Cuidado con Von que recibe de un óbol y arma chilena”, y Von recibió, armó la chilena e hizo el segundo gol. Pero esto recién empezaba, lo sabíamos los que estábamos en la tribuna, viéndolo todo desde arriba, sufriendo como si estuvieramos ahí abajo.
Al lado mío el "Tiki" Miranda con su tobillo violeta, que lo traicionó dos días antes de empezar el mundial. También Marcelo Capurro, que jugó los dos primeros partidos. Es nuevo para un plantel de fútbol playa esto de no estar convocados. Desde siempre viajaban 12 jugadores, y los 12 iban al banco. Ahora somos 14.
El partido se rompió rápido, de ese 0-2 pasamos al 2-2 en pocos minutos. Era ganar o volverse. Por si le faltaba épica empezó a llover en Moscú. Arriba gritábamos, una acción totalmente inútil ya que en este deporte se juega con música, pero no música de fondo, música muy alta. Gritábamos más para sacarnos el nerviosismo que para que nos escucharan.
En ese golpe por golpe nosotros íbamos, y estábamos finos de puntería. Nico y sus tiros libres, Beto y su constante optimismo en pegarle desde donde sea. Y ellos con Be Martins, una y otra vez. Cinco goles en total. En la tribuna se festejaba todo, los goles nuestros, pero también cada vez que nos salvábamos. Esa manera que tenemos los uruguayos de vivir el fútbol, festejo con puteadas, apretando el puño, maldiciendo, apretando la botella vacía, golpeando el banco. No lo parece, pero así se disfrutan los partidos cuando hay algo en juego.
Una máxima de este deporte: los partidos se ganan o se pierden en el tercer tiempo. Y entramos en él perdiendo por uno, 5-4. Saque y gol del Beto, la arena avisaba. Sacan ellos, gol. A remarla. Al Andy le queda una pelota cerca de la mitad de la cancha. Andrés es pivot, y los pivot tienen esa extraña condición de preferir quedar de espalda que de frente al arco. Pelota en el suelo, el arco en la espalda y sucedió lo que tantas veces entrenó en Pocitos. Pie debajo de la pelota, golpe de tobillo para levantarla más alto que la cabeza, ejecutar la chilena a la perfección y pelota que se clava en un ángulo. Si había una noche para hacer ese gol, era la de ayer.
6-6 y volvemos al principio. No es extraño en este deporte que los goleros hagan goles, lo que no sucede a menudo es que los hagan desde una falta. Lo sabemos todos, el Ale lo sabe. Entonces ante un tiro libre tan lejano como el que iba a patear, las chances son mínimas. Se acerca Gastón, uno de nuestros capitanes y por las dudas le refresca la memoria: “que pique antes”. Se dice fácil, se ejecuta difícil. El Ale, impecablemente vestido de amarillo sol, toma carrera, se acerca y le pega de borde interno. La pelota hace un primer pique, lejano, inofensivo. De ahí en más todo sucede en cámara lenta. El golero portugués da un paso hacia adelante, Gastón ya empezó a correr habilitado por ese primer pique, y la pelota que va con intenciones de picar otra vez. La arena te da y te quita, ese segundo pique puede ser regular, que continúe la trayectoria de la pelota, o bien puede cambiar totalmente su rumbo. No fue ni una cosa ni la otra, pero se desvió lo suficiente para que el golero portugués quedara sin reacción, un cambio de dirección en el momento justo. Entró mansita.
La explosión fue tremenda. Desahogo, euforia. Además la lluvia había traído otra complicación, se habían apagado las pantallas donde aparecía el tiempo restante, estábamos a ciegas. ¿Cuánto quedaba? Fernando llama a Matías Pérez que estaba en otra tribuna y de frente a una segunda pantalla que sí mostraba el tiempo, hacen una videollamada, Matías enfocando el reloj, nosotros tratando de descifrar los números pixelados. De repente los cañones de aire comprimido tiran papelitos. ¿Cómo? ¿Ya terminó? ¡Ya terminó! Claro, la llamada tiene un pequeño delay, en la pantalla del cel estábamos viendo un reloj que ya estaba en cero.
Me devoro la escalera para bajar a la cancha, tengo abrazos para dar que no se pueden hacer esperar. Ahí están ellos, que somos nosotros, y que somos los que se quedaron en Montevideo. Ahí están ellos que eliminaron al último campeón del mundo, ahí estamos nosotros avanzando de fase como cada vez que Uruguay fue a un mundial de fútbol playa.
Hoy es el día después de haberle ganado a Portugal, pero también es el día antes de enfrentar a Suiza por cuartos de final. En fútbol playa todo sucede muy rápido.