
La culpa no es de Suárez
Cómo la Psicología del Deporte podría ayudar a regular las reacciones emocionales.

Foto: fifa.com
Uruguay noma’. Gargantas raspadas, alegría. Dos victorias espectaculares, frente a rivales durísimos, y la clasificación. Y la extraña sensación de que esto es producto de un proceso largo, pero al mismo tiempo que estos partidos son el inicio de algo nuevo: nuevo Capitán, un “Señor” zaguero de 19 años, volantes ofensivos de la nueva generación. La tranquilidad de que no se termina.
Pero el pos-partido de Italia deja un tema planteado: el control de las emociones. A lo largo del partido, cada equipo buscó descontrolar al otro desde el lado mental, para así lograr desorganizarlo en lo táctico. Uruguay lo logró con Balotelli. Y quizá fue lo que Chiellini logró con Suárez. Recordemos que los italianos no son nuevos en esto, y para imagen basta recordar a Materazzi haciendo reaccionar al pacífico Zidane.
Es claro que cualquier competencia deportiva de este tipo genera una sucesión de emociones, y que el jugador y equipo que logren controlar mejor esas emociones, tienen ventaja. Si un equipo “pierde el humor”, tiende a desconcentrarse, perder intensidad y tomar malas decisiones.
Para comenzar a comprender este tema, es importante decir que se han encontrado seis emociones universales: alegría, ira, miedo, asco, sorpresa y tristeza. Estas emociones están presentes en cualquier cultura, e incluso están asociadas a una expresión facial particular, según estudios de Paul Ekman. Y es claro que las seis aparecen en el deporte.
Daniel Goleman habla de la Inteligencia Emocional, como aquella que nos permite, entre otras cosas, tomar conciencia de nuestras emociones y tolerar las presiones y frustraciones. Esta es la misma inteligencia que nos permite comprender las emociones de los demás y mostrar empatía. Todos tenemos Inteligencia Emocional pero en diferentes niveles.
Pero, ¿para qué sirve ser conciente de mis emociones? El propio Ekman nos da las dos ventajas clave: para poder elegir si quiero ser emotivo o no, y especialmente para elegir el comportamiento a través del cual voy a expresar dicha emoción. Por ejemplo, un jugador que pierde la pelota se enoja, pero puede canalizarlo volviendo a defender con mucha intensidad. En ese caso, por más negativa que pudiera ser la emoción, tendría un resultado deportivo positivo.
A esto nos referimos cuando hablamos de control emocional: la capacidad de regular el estado anímico o su manifestación inmediata en una situación. No podemos elegir “desconectar” nuestras emociones, pero sí podemos regular nuestras reacciones. No importa cuál sea la emoción, incluso ante emociones positivas como la alegría, a veces es necesario moderar la reacción emocional.
Una investigación de Regina Brandão, Psicóloga que trabaja con Scolari en Brasil y que lo hiciera también en Portugal, muestra que una de las principales diferencias entre el deportista latino y el europeo, es que aquí sentimos las emociones (sean positivas o negativas) de forma mucho más intensa, mientras que ellos son mucho más neutros.
¿Cuáles son los mecanismos? Para comenzar, el propio pensamiento. Hay ríos de tinta discutiendo si el pensamiento antecede a la emoción o viceversa, sin conclusiones claras. Lo que podemos decir es que vienen juntos, y si logro modificar uno, cambiará el otro. Pensamientos negativos se asociarán a emociones negativas.
Lo segundo sería enseñarle al deportista a tomar conciencia de las emociones y buscar predefinir cuál quiere que sea su reacción cuando comience a sentir esa emoción. “Reprogramarlo” para que, al aparecer el enojo, sepa cómo reaccionar, y no quede esa conducta librada al descontrol del momento.
Queda claro que existe un patrón de conducta, y la persona tiende a repetirlo. En este caso, sería la tercera oportunidad en que Suárez cae en esta trampa que le hace su propio ser (Bakkal de PSV en 2010 e Ivanovic de Chelsea en 2013). Y es claro que asociar esto a ser “mala gente” o “mal profesional”, como pretenden ingleses e italianos, es no entender nada del funcionamiento humano.
El caso específico de Luis Suárez, además, muestra un lado emotivo muy fuerte en su personalidad. Lo ha demostrado innumerables veces, y lo pudimos ver ante Inglaterra. Su lado emocional que transformó todo el sufrimiento en rebeldía para jugar ese partido, y que dejó ver claramente en las entrevistas luego del partido.
Ese mismo aspecto que para muchas cosas es positivo, para otras termina siendo negativo. Y es así porque Suárez es así, seguramente no ha tenido la posibilidad de trabajarlo adecuadamente con un Psicólogo del Deporte, o no de forma suficiente, como para limar los aspectos negativos y dejar que esta faceta de su personalidad juegue solamente a su favor.
Ojalá esta situación pase, por el bien de un Suárez que ya ha pasado mucho y de una selección que merece seguir con todas sus armas. Pero también, ojalá que quienes trabajan en el deporte entiendan que estas reacciones se pueden regular y es importante invertir en darle al deportista las herramientas necesarias para hacerlo. Porque el deportista no es culpable si sale a la cancha sin todas las herramientas.
Por último, que esto no nos desenfoque. Tras la decisión de FIFA, sea cual sea, aceptar y poner toda nuestra energía en el próximo juego. Una vez más, la confianza íntegra y la ilusión intacta. ¡Vamos Uruguay!
Pero el pos-partido de Italia deja un tema planteado: el control de las emociones. A lo largo del partido, cada equipo buscó descontrolar al otro desde el lado mental, para así lograr desorganizarlo en lo táctico. Uruguay lo logró con Balotelli. Y quizá fue lo que Chiellini logró con Suárez. Recordemos que los italianos no son nuevos en esto, y para imagen basta recordar a Materazzi haciendo reaccionar al pacífico Zidane.
Es claro que cualquier competencia deportiva de este tipo genera una sucesión de emociones, y que el jugador y equipo que logren controlar mejor esas emociones, tienen ventaja. Si un equipo “pierde el humor”, tiende a desconcentrarse, perder intensidad y tomar malas decisiones.
Para comenzar a comprender este tema, es importante decir que se han encontrado seis emociones universales: alegría, ira, miedo, asco, sorpresa y tristeza. Estas emociones están presentes en cualquier cultura, e incluso están asociadas a una expresión facial particular, según estudios de Paul Ekman. Y es claro que las seis aparecen en el deporte.
Daniel Goleman habla de la Inteligencia Emocional, como aquella que nos permite, entre otras cosas, tomar conciencia de nuestras emociones y tolerar las presiones y frustraciones. Esta es la misma inteligencia que nos permite comprender las emociones de los demás y mostrar empatía. Todos tenemos Inteligencia Emocional pero en diferentes niveles.
Pero, ¿para qué sirve ser conciente de mis emociones? El propio Ekman nos da las dos ventajas clave: para poder elegir si quiero ser emotivo o no, y especialmente para elegir el comportamiento a través del cual voy a expresar dicha emoción. Por ejemplo, un jugador que pierde la pelota se enoja, pero puede canalizarlo volviendo a defender con mucha intensidad. En ese caso, por más negativa que pudiera ser la emoción, tendría un resultado deportivo positivo.
A esto nos referimos cuando hablamos de control emocional: la capacidad de regular el estado anímico o su manifestación inmediata en una situación. No podemos elegir “desconectar” nuestras emociones, pero sí podemos regular nuestras reacciones. No importa cuál sea la emoción, incluso ante emociones positivas como la alegría, a veces es necesario moderar la reacción emocional.
Una investigación de Regina Brandão, Psicóloga que trabaja con Scolari en Brasil y que lo hiciera también en Portugal, muestra que una de las principales diferencias entre el deportista latino y el europeo, es que aquí sentimos las emociones (sean positivas o negativas) de forma mucho más intensa, mientras que ellos son mucho más neutros.
¿Cuáles son los mecanismos? Para comenzar, el propio pensamiento. Hay ríos de tinta discutiendo si el pensamiento antecede a la emoción o viceversa, sin conclusiones claras. Lo que podemos decir es que vienen juntos, y si logro modificar uno, cambiará el otro. Pensamientos negativos se asociarán a emociones negativas.
Lo segundo sería enseñarle al deportista a tomar conciencia de las emociones y buscar predefinir cuál quiere que sea su reacción cuando comience a sentir esa emoción. “Reprogramarlo” para que, al aparecer el enojo, sepa cómo reaccionar, y no quede esa conducta librada al descontrol del momento.
Queda claro que existe un patrón de conducta, y la persona tiende a repetirlo. En este caso, sería la tercera oportunidad en que Suárez cae en esta trampa que le hace su propio ser (Bakkal de PSV en 2010 e Ivanovic de Chelsea en 2013). Y es claro que asociar esto a ser “mala gente” o “mal profesional”, como pretenden ingleses e italianos, es no entender nada del funcionamiento humano.
El caso específico de Luis Suárez, además, muestra un lado emotivo muy fuerte en su personalidad. Lo ha demostrado innumerables veces, y lo pudimos ver ante Inglaterra. Su lado emocional que transformó todo el sufrimiento en rebeldía para jugar ese partido, y que dejó ver claramente en las entrevistas luego del partido.
Ese mismo aspecto que para muchas cosas es positivo, para otras termina siendo negativo. Y es así porque Suárez es así, seguramente no ha tenido la posibilidad de trabajarlo adecuadamente con un Psicólogo del Deporte, o no de forma suficiente, como para limar los aspectos negativos y dejar que esta faceta de su personalidad juegue solamente a su favor.
Ojalá esta situación pase, por el bien de un Suárez que ya ha pasado mucho y de una selección que merece seguir con todas sus armas. Pero también, ojalá que quienes trabajan en el deporte entiendan que estas reacciones se pueden regular y es importante invertir en darle al deportista las herramientas necesarias para hacerlo. Porque el deportista no es culpable si sale a la cancha sin todas las herramientas.
Por último, que esto no nos desenfoque. Tras la decisión de FIFA, sea cual sea, aceptar y poner toda nuestra energía en el próximo juego. Una vez más, la confianza íntegra y la ilusión intacta. ¡Vamos Uruguay!