
Mucho palo pa' que aprenda (a no jugar)
La moto de la FIFA, a Zúrich ida y vuelta.

Nueve partidos y cuatro meses sin pisar una cancha de fútbol. La FIFA sancionó a Luis Suárez de manera tan implacable como desmedida.
¿Qué decir? ¿Que Suárez se “regaló”? Es cierto, se regaló. ¿Merecía que lo sancionaran? Es más que probable. Pero después de esto es casi imposible evitar las comparaciones con otros jugadores, con otras incidencias. El codazo de Neymar, el de Sakho, pululan por nuestras cabezas con una mezcla de indignación e impotencia que no resuelve lo que ya parece una causa nacional: el mejor jugador uruguayo queda afuera del Mundial, es un afano, suspendanló (el Mundial).
La cruzada se gestó, los medios dieron más bombo que con las propias eliminaciones de Inglaterra, de Italia e incluso de España (eso es para los que dicen que los medos no forman opinión ni tienen poder), y finalmente la FIFA le puso el moño al asunto con la sanción. Aún así, nada quita que Inglaterra siga con un solo Mundial en su haber (gracias a un gol fantasma) y que Italia se vuelva sin pasar la fase de grupos por segundo Mundial consecutivo.
¿Nueve partidos? Ni que hablar que parece desmesurado. Y pongamos como ejemplo dos casos emblemáticos. Primero, el codazo de Tassotti (defensa italiano) a Luis Enrique en el Mundial 1994. Fractura de tabique nasal para el español, lo que ameritó una sanción de oficio de la FIFA de siete partidos. Segundo, la terrible patada de Martin Taylor (zaguero del Birmingham inglés) sobre Eduardo Da Silva, en aquel momento delantero de Arsenal. Fractura de tibia y peroné, que solo mereció tres fechas de suspensión para el agresor. El fair play inglés, ojo.
Imposible también no hacer referencia al circo mediático que se armó en el Mundial 1994 en torno al dóping de Maradona, la enfermera sacándolo de la cancha y la sanción que sí se le aplicó al 10 y no de igual forma a otros jugadores que también se habían “dopado” durante el torneo. Imposible no acordarse de la terrible patada de De Jong a Xabi Alonso en la final del Mundial 2010 y la irrisoria tarjeta amarilla del justiciero inglés Howard Webb.
Imposible no pensar que cuando los pobres le sacan algo a los poderosos, no hay represalias. Dejamos afuera a Inglaterra y a Italia, hicimos que se perdiera mucha plata. Suárez le impidió a un africano llegar por primera vez en la historia a semifinales de un Mundial, y encima jugando en África.
Pero más allá de comparaciones, de bronca, de impotencia, hay algo que pinta realmente el espíritu de la sanción que la FIFA le impuso a Suárez. Con los cuatro meses de inactividad, de prohibición de jugar al fútbol, de impedirle jugar y volar, no hay intención de que “corrija su comportamiento”. La intención es, como se dice en el barrio, “matarlo”. Colocarlo como el chivo expiatorio, como el victimario del fair play, sin pensar un minuto en el deportista.
Además, esos cuatro meses de sanción implican que Suárez, en su condición de futbolista, no pueda trabajar, ya que incluso le prohíben practicar en su club. El artículo 23 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 indica que “toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo.” ¿No daría para preguntar, al menos, si se puede?
Para terminar, se me viene a la cabeza algo que dijo Dolina, cuando le preguntaban por qué defendía a Maradona, dándole con un caño a la “moralidad barata” de la que, como en otras oportunidades, han hecho gala los medios internacionales: “¿Ante quiénes tenemos que quedar bien? ¿Dónde está la fiscalía del Universo? ¿Dónde está el reservorio moral de la humanidad? ¿En Europa? Déjeme que me muera de risa”
Suárez se equivocó, no hay duda. Pero que nos quieran vender que pretenden “reformarlo” alejándolo de las canchas, es otra cosa. Es solo “mucho palo pa’ que aprenda”, y de eso, como en otros ámbitos, hay sobradas pruebas que no funciona para nada.
¿Qué decir? ¿Que Suárez se “regaló”? Es cierto, se regaló. ¿Merecía que lo sancionaran? Es más que probable. Pero después de esto es casi imposible evitar las comparaciones con otros jugadores, con otras incidencias. El codazo de Neymar, el de Sakho, pululan por nuestras cabezas con una mezcla de indignación e impotencia que no resuelve lo que ya parece una causa nacional: el mejor jugador uruguayo queda afuera del Mundial, es un afano, suspendanló (el Mundial).
La cruzada se gestó, los medios dieron más bombo que con las propias eliminaciones de Inglaterra, de Italia e incluso de España (eso es para los que dicen que los medos no forman opinión ni tienen poder), y finalmente la FIFA le puso el moño al asunto con la sanción. Aún así, nada quita que Inglaterra siga con un solo Mundial en su haber (gracias a un gol fantasma) y que Italia se vuelva sin pasar la fase de grupos por segundo Mundial consecutivo.
¿Nueve partidos? Ni que hablar que parece desmesurado. Y pongamos como ejemplo dos casos emblemáticos. Primero, el codazo de Tassotti (defensa italiano) a Luis Enrique en el Mundial 1994. Fractura de tabique nasal para el español, lo que ameritó una sanción de oficio de la FIFA de siete partidos. Segundo, la terrible patada de Martin Taylor (zaguero del Birmingham inglés) sobre Eduardo Da Silva, en aquel momento delantero de Arsenal. Fractura de tibia y peroné, que solo mereció tres fechas de suspensión para el agresor. El fair play inglés, ojo.
Imposible también no hacer referencia al circo mediático que se armó en el Mundial 1994 en torno al dóping de Maradona, la enfermera sacándolo de la cancha y la sanción que sí se le aplicó al 10 y no de igual forma a otros jugadores que también se habían “dopado” durante el torneo. Imposible no acordarse de la terrible patada de De Jong a Xabi Alonso en la final del Mundial 2010 y la irrisoria tarjeta amarilla del justiciero inglés Howard Webb.
Imposible no pensar que cuando los pobres le sacan algo a los poderosos, no hay represalias. Dejamos afuera a Inglaterra y a Italia, hicimos que se perdiera mucha plata. Suárez le impidió a un africano llegar por primera vez en la historia a semifinales de un Mundial, y encima jugando en África.
Pero más allá de comparaciones, de bronca, de impotencia, hay algo que pinta realmente el espíritu de la sanción que la FIFA le impuso a Suárez. Con los cuatro meses de inactividad, de prohibición de jugar al fútbol, de impedirle jugar y volar, no hay intención de que “corrija su comportamiento”. La intención es, como se dice en el barrio, “matarlo”. Colocarlo como el chivo expiatorio, como el victimario del fair play, sin pensar un minuto en el deportista.
Además, esos cuatro meses de sanción implican que Suárez, en su condición de futbolista, no pueda trabajar, ya que incluso le prohíben practicar en su club. El artículo 23 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 indica que “toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo.” ¿No daría para preguntar, al menos, si se puede?
Para terminar, se me viene a la cabeza algo que dijo Dolina, cuando le preguntaban por qué defendía a Maradona, dándole con un caño a la “moralidad barata” de la que, como en otras oportunidades, han hecho gala los medios internacionales: “¿Ante quiénes tenemos que quedar bien? ¿Dónde está la fiscalía del Universo? ¿Dónde está el reservorio moral de la humanidad? ¿En Europa? Déjeme que me muera de risa”
Suárez se equivocó, no hay duda. Pero que nos quieran vender que pretenden “reformarlo” alejándolo de las canchas, es otra cosa. Es solo “mucho palo pa’ que aprenda”, y de eso, como en otros ámbitos, hay sobradas pruebas que no funciona para nada.