Yo soy Dante

"... Dante está prendido al alambre. Recorre el juego sin rabia..." Una historia en homenaje a los 100 años del Liverpool Fútbol Club.

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La tarde iba cayendo, la charla nunca. Tate y los niños habían vuelto de mojarse en la lluvia, hacer del clima -esa charla repetida de los ascensores- el quiebre lindo de la jornada, eso distinto, ese color de la vida, eso de las cosas simples.

Repaso mis palabras y parecen el slogan de un reclame de yerba. Pero es que quizás vivimos como en un reclame de yerba. Quizás el mate tenga que ver con todo.

Dante adivina con gesto de crack: "Ahí viene papá". Y, en efecto, papá Bruno abre la puerta y reparte los besos pertinentes, que nunca se cansan.

La caldera empieza su cantarola, la lengua negra y azul de los Rolling se alisa en la piel del termo. Sobre la repisa observa Seregni, en los parlantes Ciro estira la armónica, la hace elástica. Dante pone el grito en el cielo: "¿No hay pajitas negra y azul, mamá?". Indignado, se entrega a la cocoa, y la mesa con Franca es un plenario de juegos y fantasía.

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Dante está prendido al alambre. Recorre el juego sin rabia. Sus ojos viajan con la pelota que se desliza graciosa por la alfombra de Belvedere. Vuelve a las gradas, Bruno lo abraza y la postal del hombre -mi amigo- abrazando a su hijo -a partir de hoy mi amigo también- es la foto que se revela en la memoria, se encuadra con la emoción y se cuelga en el cuartito del alma.

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Bruno trae su primer camiseta de Liverpool. Despejamos la mesa de la merienda y la extendemos frente a nosotros. El negro y el azul tienen que ver con toda la biografía. Con la biografía del padre, del hijo, del nieto. Dante se apura a traer las suyas de Stockolmo. "Esta es la nueva. Esta la del año pasado".

Franca dice que la azul es la que más le gusta, aunque dice que el fútbol no le gusta tanto. Tiene aire para otras cosas. Se junta con su madre, se van por ahí, de amigas. Y así va sucediéndose la historia. La biografía.

Dante titubea y Franca lo manda al frente: "Quiere que le firmes la camiseta de Liverpool". Yo dudo demasiado, tejo algunas tramoyas para zafar. Deseo tener un vínculo que hable mucho más que una rúbrica. Le pongo mucha cabeza a las cosas. Las cosas son más simples. Me pongo en su lugar y hubiese querido lo mismo. Arreglamos en que la firme todo el plantel.

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Grito el gol como un hincha más. Nos palmeamos con Bruno, que se abraza con Dante. Walter viene llegando del laburo y se prende a la reunión, Gonza tira una que nos hace reír. Nuestros ojos miran el juego. Nuestras bocas hablan de la vida. El gol se filtra en la charla, como se filtran los besos entre dos que se aman, que se gustan, que se buscan. Y los Fossatti y Liverpúl son eso. El amor. Dos que se gustan.

Alfaro grita por tres y hace el gol 59 con la camiseta de la Cuchilla. Es el máximo goleador de la historia del club. Yo, recuperando el desgarro de un pique largo, veo las cosas de afuera. Los goles de Emiliano de todas las prácticas, la sencillez pueblerina de su tranco, el oficio de artillero.

Las lesiones son como cuando la maestra te echaba de la clase, o te ponía en penitencia. Uno ve las cosas de afuera un rato. Extraña. Quiere estar de vuelta. Aprecia con furia, vive con emoción, vuelve a las básicas, a las cosas lindas que a veces esconde la cotidiana. Otra vez estoy hablando de amor.

Vamos hasta el vestuario. Dante y Bruno esperan en el hall que da al túnel. Ahí donde hiede a llanto. Donde cuelga el eco de otros gritos. Ahí donde si las paredes hablaran.

Emiliano va al encuentro de ambos hinchas, con la camiseta plagada de firmas. Bruno lo acompaña con un brazo sobre el hombro que solo suelta para que el niño y el goleador se saluden. El niño y el goleador.

En algún momento Bruno me comenta: "¿Viste los ojos de Dante?". Y yo, amigo, te contesto ahora: ¿viste tus ojos?