Pase puente
La historia de un delantero estrella en Uruguay.
La noticia estalló como suelen estallar las noticias. Primero un rumor chiquito, difícil de creer, bastante absurdo. Luego una foto confirmaba la noticia, los programas de TV ponían placas de último momento, las radios interrumpían sus programas.
El periodismo deportivo entero hablando de un solo tema: el delantero de los dos nombres, el famoso 9 de un cuadro argentino con pasado en Europa, pedía pase para un humilde club de Uruguay, de esos que tienen más publicidades que espacios libres en su camiseta.
Todos sabían que el pase era un puente de dudosos cimientos que conectaba las dos orillas del Atlántico. Todos saben que si un día hay un puente entre Europa y Sudamérica, tiene que empezar en Montevideo.
Los dirigentes inventaban excusas inverosímiles, los programas partidarios inventaban cuestiones legales para explicar tan particular suceso.
Y allá estaba el delantero de los dos nombres, aquel que supo jugar en una selección europea, esperando en un pequeño cuartito de una Asociación de fútbol que nunca había pisado y que nunca volverá a pisar. Dicen que el destino final del puente es la ciudad de Oporto.
Hecho el papeleo, solo quedaba que el equipo portugués cerrara el trato. Los días pasaban y la llamada no se producía. El famoso 9 al que le gustan más las cámaras que una pelota picando en el área chica, ya había pasado por cuanto programa de TV lo invitara.
Pasado el entusiasmo inicial la cosa se calmó, y de a poco la gente se fue acostumbrando a ver a este jugador que hablaba español con un acento italiano, incluso más que los porteños de Buenos Aires.
Hasta que un día sonó el teléfono. El número con característica portuguesa hizo entusiasmar a los representantes del jugador. Pero a poco de comenzada la charla la historia se torció.
Que el club había invertido mucha plata en un arquero símbolo de otro gran equipo, que la reciente contratación uruguaya no recomendaba a este delantero de doble nombre, que la plata ganada por la reciente venta de un espigado delantero moreno se demoraba, y vaya a saber uno qué cosa más.
El pase se caía, el puente no terminaba de construirse.
Con el período de pases cerrado, la noticia era fatal. El célebre delantero, aquel que recorrió los mejores estadios europeos, el que se viste con la tendencia futbolera del momento, estaba atrapado por los próximos seis meses en un país al sur del sur.
El cambio fue duro, el club de las mil publicidades es un cuadro humilde, sin muchas posibilidades. Fue así que el delantero de los dos apellidos debió cambiar las vacaciones en Sicilia por Avenida Italia.
Del yacuzzi con masajeador a las duchas donde el agua caliente no está del todo garantizada; acostumbrarse a jugar de visita contra Rampla y que la pelota se vaya al agua; ir a jugar al Centenario y que sus compañeros lleguen en taxi.
Lo más difícil fue tratar de adivinar para dónde pica la pelota en la cancha de entrenamiento. Eso, y entender los algoritmos para definir los horarios de los partidos cada fin de semana, con sus famosos "proyectos de la fecha".
Lo más cerca de hablar portugués que estuvo fue aquella vez que enfrentó en un amistoso a la selección de Rivera, un viaje de 5 horas en ómnibus donde no hubo más merienda que una bolsa de bizcocho y algunos mates.
Acostumbrarse a jugar al truco con muestra le costó un poco, conocer todas las empresas que auspiciaban la camiseta le llevó mucho más. Se lo vio visitando ensayos de parodistas y dicen que una vez fue medio disfrazado, para que no lo reconocieran, a Azabache.
Esa temporada el equipo de las mil publicidades llevó más gente que nunca. Dejaron de ser los mismos 300 de siempre. Los hinchas de verdad, los de antes, dejaron de conocer a todos sus compañeros de tribuna.
Fueron seis meses intensos, donde llamaban periodistas de muchos rincones del mundo para interesarse por el equipo que tenía al delantero de los dos nombres.
El semestre pasó y en cuanto pudo el delantero estrella se fue. Ahora juega en un equipo que todos conocen, donde los futbolistas son todos estrellas como él. Los hinchas de siempre de aquel club humilde, agradecidos de volver a ser los mismos de siempre.
Y así pasó un jugador que, si no fuera por un extraño giro reglamentario, jamás hubiera pisado aquel pequeño país. Se fue y seguramente ni siquiera recuerde el nombre de aquel club con nombre de continente.
Nota del autor: los hechos relatados son puramente ficción, o no. En el fútbol uruguayo esos límites no están muy claros.
El periodismo deportivo entero hablando de un solo tema: el delantero de los dos nombres, el famoso 9 de un cuadro argentino con pasado en Europa, pedía pase para un humilde club de Uruguay, de esos que tienen más publicidades que espacios libres en su camiseta.
Todos sabían que el pase era un puente de dudosos cimientos que conectaba las dos orillas del Atlántico. Todos saben que si un día hay un puente entre Europa y Sudamérica, tiene que empezar en Montevideo.
Los dirigentes inventaban excusas inverosímiles, los programas partidarios inventaban cuestiones legales para explicar tan particular suceso.
Y allá estaba el delantero de los dos nombres, aquel que supo jugar en una selección europea, esperando en un pequeño cuartito de una Asociación de fútbol que nunca había pisado y que nunca volverá a pisar. Dicen que el destino final del puente es la ciudad de Oporto.
Hecho el papeleo, solo quedaba que el equipo portugués cerrara el trato. Los días pasaban y la llamada no se producía. El famoso 9 al que le gustan más las cámaras que una pelota picando en el área chica, ya había pasado por cuanto programa de TV lo invitara.
Pasado el entusiasmo inicial la cosa se calmó, y de a poco la gente se fue acostumbrando a ver a este jugador que hablaba español con un acento italiano, incluso más que los porteños de Buenos Aires.
Hasta que un día sonó el teléfono. El número con característica portuguesa hizo entusiasmar a los representantes del jugador. Pero a poco de comenzada la charla la historia se torció.
Que el club había invertido mucha plata en un arquero símbolo de otro gran equipo, que la reciente contratación uruguaya no recomendaba a este delantero de doble nombre, que la plata ganada por la reciente venta de un espigado delantero moreno se demoraba, y vaya a saber uno qué cosa más.
El pase se caía, el puente no terminaba de construirse.
Con el período de pases cerrado, la noticia era fatal. El célebre delantero, aquel que recorrió los mejores estadios europeos, el que se viste con la tendencia futbolera del momento, estaba atrapado por los próximos seis meses en un país al sur del sur.
El cambio fue duro, el club de las mil publicidades es un cuadro humilde, sin muchas posibilidades. Fue así que el delantero de los dos apellidos debió cambiar las vacaciones en Sicilia por Avenida Italia.
Del yacuzzi con masajeador a las duchas donde el agua caliente no está del todo garantizada; acostumbrarse a jugar de visita contra Rampla y que la pelota se vaya al agua; ir a jugar al Centenario y que sus compañeros lleguen en taxi.
Lo más difícil fue tratar de adivinar para dónde pica la pelota en la cancha de entrenamiento. Eso, y entender los algoritmos para definir los horarios de los partidos cada fin de semana, con sus famosos "proyectos de la fecha".
Lo más cerca de hablar portugués que estuvo fue aquella vez que enfrentó en un amistoso a la selección de Rivera, un viaje de 5 horas en ómnibus donde no hubo más merienda que una bolsa de bizcocho y algunos mates.
Acostumbrarse a jugar al truco con muestra le costó un poco, conocer todas las empresas que auspiciaban la camiseta le llevó mucho más. Se lo vio visitando ensayos de parodistas y dicen que una vez fue medio disfrazado, para que no lo reconocieran, a Azabache.
Esa temporada el equipo de las mil publicidades llevó más gente que nunca. Dejaron de ser los mismos 300 de siempre. Los hinchas de verdad, los de antes, dejaron de conocer a todos sus compañeros de tribuna.
Fueron seis meses intensos, donde llamaban periodistas de muchos rincones del mundo para interesarse por el equipo que tenía al delantero de los dos nombres.
El semestre pasó y en cuanto pudo el delantero estrella se fue. Ahora juega en un equipo que todos conocen, donde los futbolistas son todos estrellas como él. Los hinchas de siempre de aquel club humilde, agradecidos de volver a ser los mismos de siempre.
Y así pasó un jugador que, si no fuera por un extraño giro reglamentario, jamás hubiera pisado aquel pequeño país. Se fue y seguramente ni siquiera recuerde el nombre de aquel club con nombre de continente.
Nota del autor: los hechos relatados son puramente ficción, o no. En el fútbol uruguayo esos límites no están muy claros.