Gol de mujer
Más que nunca hay que meter ovario y salir de una vez por todas del banco de suplentes.
Los incómodos vestidos que te ponían de niña, el apodo de "machona" con el que tuviste que lidiar en la adolescencia y las patadas que te ligaste en la vida adulta no impidieron que metieras varios goles.
A los 7 te aburriste de los cumpleaños en la cancha de fútbol 5. No tenían gracia si eras de los relegados de la pelota, nenas o gorditos cansados de ir al arco.
A los 10 te percataste de que tus viejos nunca te preguntaron si querías ir al baby fútbol como tu hermano.
Pisando los 13 llegaste a creer que la biología te había jugado una mala pasada... hasta que seguiste de cerca el campeonato femenino y te reíste de expresiones como "no están hechas para eso", "no saben" o "no pueden".
Al igual que tus amigas, a los 15 no te perdías ni un solo partido en el que jugara tu novio.
Cuando cumpliste 16 te cansaste de alentarlos a ellos y formaste un cuadro con las pibas. No te importó que nadie fuera a verte.
A los 17 notaste la ausencia femenina en los programas y suplementos de deportes.
A los 18 te convenciste de que sí hay muchas mujeres en la tele y en las revistas transpirando la camiseta... en tanga.
Al tiempo reparaste en lo poco que se habla del mundial femenino que organiza la FIFA desde el 91, sesenta y un años después del primer mundial de fútbol a secas.
Cuando caíste en la cuenta de que todos los ídolos del fútbol son varones, te preguntaste casi literalmente por qué no le dan pelota a las mujeres.
A los 20 mencionaste el "asuntito" y te dieron vuelta la tortilla. Terminaste reconociendo los avances históricos y agradeciste que hoy las mujeres también puedan vivir del fútbol, a pesar de que ganen hasta un 95% menos que sus pares masculinos.
A los 21 admitiste que al menos existe lo "femenino", un adjetivo que sirve para señalar todo lo que no es importante y universal (razón de que haya una Copa Mundial que no necesita de más calificativos y una Copa Mundial Femenina que se diferencia de LA COPA MUNDIAL).
Un día sentiste que agradecer la posibilidad de votar, estudiar o jugar al fútbol es como festejar que el juez cobró bien después de que te robara todo el partido.
Hasta que en un momento de la vida aprendiste que no tenés que conformarte con que de vez en cuando te pasen la pelota.
Y entendiste más que nunca que hay que meter ovario y salir de una vez por todas del banco de suplentes.