Volvió el fóbal

Y ahora la vida es hermosa.

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El hincha y su alambrado: inseparables.
El fóbal volvió hace un par de semanas ya, pero es lo que tiene la edad. Acá en Japón tampoco nos libramos del Alzheimer y esta nota, que la pensé hace... bue, no sé hace cuánto, pero antes que volviera el fóbal. Igual, más vale tarde que nunca, estimados lectores, abnegadas lectoras.

Sí señor, sí señora, volvió el fóbal, volvió el fúbol. Se terminaron esos tediosos meses, los peores, los más lentos del año. Se acabaron los domingos haciendo zapping en la tele sin nada para ver; porque es así: los domingos están hechos para ver fóbal, y no para colgarse con un  documental de los nazis en el History Channel, que es lo que el hincha huérfano hace cuando le sacan la pelotita sin piedad por tanto tiempo.

Pero tranquilos, los que ya extrañaban el bronceado de Julio Ríos y el TOC sinonímico de Juan Carlos Chelsea saben que el sufrimiento llegó a su fin, y ahora van a volver a empezar a odiarlos profundamente, como siempre. De a poco el orden se restablece: al mediodía a masoquearse con el “Toto” en Punto Penal y los lunes de noche Estadio Uno, con Sánchez Padilla y su hermosa barba. Nada de Utilísima.

Porque eso tiene el fóbal: es un vicio terrible, una constante autoflagelación, un despertar continuo de las más increíbles alegrías y los más rabiosos ataques de ira asesina. ¿O acaso ninguno soñó alguna vez con apuñalar, descuartizar o sopapear a varios de esos que hablan todos los domingos por la tele? Pero así y todo los vemos siempre, como estupidizados, porque hablan de fóbal. En realidad nunca hablaron de fóbal, pero eso dicen que hacen, y por eso nos calentamos hasta querer patear el televisor.

Es eso, el fóbal y todo lo que gira a su alrededor nos dan motivos para querer prender todo fuego, y fin de semana tras fin de semana descargamos toda la furia en la cancha. ¿Y cómo pueden sacarte eso así como así? Maldito sea el calendario europeo que nos dejó sin la vieja y querida Liguilla, con fóbal a las tres de la tarde y 30 grados de calor. Una belleza.

¡Qué lindo descargar todas tus frustraciones en la cancha! Porque para eso también es que existe el fóbal. ¿Lo cagó su mujer? ¿Lo echaron del laburo? ¿Su vida es una porquería? Pues bien, vaya al Méndez Piana e insulte hasta más no poder al puntero derecho de Miramar Misiones. Está permitido, es fóbal. No importa que el pobre guacho que intenta no romperse los tobillos en los pozos de la cancha, o esquivar los guadañazos del ja izquierdo de Huracán del Paso, labure vendiendo repuestos en Cymaco y después se disfrace de jugador profesional. Uno tiene derecho a putearlo hasta el hartazgo, a hundirlo en la más profunda depresión, a acordarse de sus parientes mientras, colgado del alambrado, un gargajo de coca berreta y pancho de 40 mangos el kilo brota de nuestras fauces e impacta de lleno en la frente del pleier del equipo rival.

Y ni que hablar del juez de línea, a quien podemos sugerirle mil usos para su bandera cuando la levanta cobrando ese orsái que no fue. Y lo más lindo de todo: festejar ese gol, ese golazo en la hora, ese gol agónico para la victoria, y tomarse los genitales con una mano mientras con la otra señalás a la tribuna rival. Una delicia.

El fóbal se fue un par de meses, pero volvió. Y con él regresaron sus héroes: los Pellejeros, los Novicks, los “Titos” Ferro, los paladines de la justicia, los ídolos charrúas, los más fieles exponentes de la esencia de nuestro balompié. Los rústicos, los que despiertan lo más primitivo de nuestro ser cuando trancan con la cabeza, cuando ven la roja pero se llevan un fémur del enganche rival bajo el brazo.

Tranquilos, ya no hay crisis en Europa, no hay flor de quilombo en Egipto ni tiran bombas en Siria. Tranquilos, el bondi no va lento en el Corredor Garzón, la carne no sale un millón de dólares ni declararon ciudadano ilustre al malandra de Ravi Shankar. Tranquilos, tus hijos no te odian, tu suegra es una fenómena y no te van a pedir el divorcio. Tranquilos, la vida es hermosa, volvió el fóbal.