La mala costumbre
En una época de revalorización para las selecciones uruguayas, los títulos juveniles han sido esquivos.
Jugadores sub 20 tras perder la final del Mundial ante Francia en 2013. Foto: FIFA.com
Desde 2006, Óscar Tabárez está al frente de la coordinación de todas las selecciones nacionales, en un proceso muy exitoso y plagado de logros de gran magnitud para revalorizar el fútbol uruguayo en el ámbito internacional.
En abril del 2013, Gerardo Bassorelli repasaba todas las participaciones en torneos disputados hasta ese entonces en una nota publicada en La República. Los números son elocuentes y conocidos por la mayoría. Los grandes desempeños de los juveniles celestes se demuestran en las siete clasificaciones de ocho posibles a Mundiales sub 17 y sub 20 hasta aquel momento.
Con esta edición del Sudamericano sub 20 se acumula la octava de nueve posibles. Además en los mundiales, excepto en el sub 20 de 2011, Uruguay siempre consiguió pasar la fase de grupos, llegando a disputar dos finales del mundo; una en sub 17 y otra en sub 20.
Todo lo mencionado es motivo de orgullo para Tabárez, su equipo y aquellos que nos encontramos identificados y bien representados por su forma de trabajo. Sin embargo, una constante se ha repetido en todos estos años. Tras casi una década, cada vez que alguna selección juvenil de Uruguay llegó al último partido con chances de alcanzar el título, no alcanzó el éxito.
Dejemos de lado aquel encuentro en el que un gol de Argentina en el último minuto puso a la celeste en tercer lugar y fuera de los JJOO de Beijing 2008. Por entonces Uruguay no dependía de sí mismo para ser campeón. Los Sudamericanos sub 20 de 2011 y ahora 2015, se escaparon en partidos "finales" contra Brasil (goleada 0 - 6) y Argentina (1 - 2). Tanto en el Mundial sub 17 de 2011 (0 - 2 vs. México) como en el sub 20 de 2013 (por penales ante Francia), las finales terminaron con derrota para los charrúas.
El medio vaso lleno a resaltar es que los gurises uruguayos nuevamente pelean títulos a nivel continental y mundial en todas las categorías. Sin embargo cabe preguntarse qué falta para concretar los objetivos y transformar peleas, en títulos. Hay quienes opinan que los juveniles no deben preocuparse por alcanzar títulos, sino por formarse y competir a nivel internacional, y es verdad ese es el primer objetivo. Pero convengamos que todos aquellos que juegan, quieren ganar. El objetivo de una competición deportiva es ganar. Si las actuaciones celestes se resaltan, es porque se consiguen victorias y la copa se mira siempre de cerca y con ilusión.
Un Estadio Centenario no se llena con 60 mil personas esperando únicamente la clasificación a un mundial de la categoría, que de todas formas ya se había concretado. Y las lágrimas de los gurises al terminar terceros, ciertamente no indican satisfacción con el resultado de ese partido. Sin excesos, sin poner presiones adicionales en la previa, ni cortar cabezas cuando no se puede conseguir el objetivo, los participantes y los espectadores anhelan cortar con la sequía y volver a levantar una copa.
Sobre las bases sólidas que Tabárez ha construido junto con su equipo en estos años, es hora de buscar respuestas. Creo que aquellos que seguimos a la selección como hinchas, disfrutando de este buen momento en la historia y defendiendo el proceder del Maestro, esperamos que con el estilo que lo caracteriza, ese trabajo sea hecho.
Gracias a este exitoso proceso, Uruguay puede disfrutar de aparecer en instancias decisivas nuevamente. Tantas veces lo hemos escuchado hablar de los análisis científicos de los partidos, de la importancia del método de trabajo, de comprender las falencias propias para esconderlas y las virtudes ajenas para contrarrestarlas. Tantas veces hemos también confiado en que ese trabajo se hace con dedicación y pasión, pero sobre todas las cosas, con la rigurosidad y meticulosidad que requiere.
Ahora, la tarea de Tabárez y aquellos entrenadores que designa al frente de las juveniles, es encontrar qué errores se han repetido durante estos años. Buscar causalidades, más allá de la mera estadística, que permitan dilucidar por qué, hasta ahora, los partidos finales no se cierran con resultados favorables. Entender si es simple coincidencia que los títulos sean esquivos, o si es que el trabajo tiene facetas en las que debe ser mejorado. Es hora de probar que el método ejemplar con el que se trabaja, no se agota en sí mismo, sino que puede encontrar las respuestas.
Esperemos que la experiencia recogida a lo largo del camino, sea la recompensa para futuras finales que seguro están por venir. Ojalá, la mala costumbre de perder esos partidos se deje de lado, y las alegrías vuelvan para el hincha de la selección cuando mira a los juveniles y también para ellos que defienden con tanta garra nuestra camiseta.
En abril del 2013, Gerardo Bassorelli repasaba todas las participaciones en torneos disputados hasta ese entonces en una nota publicada en La República. Los números son elocuentes y conocidos por la mayoría. Los grandes desempeños de los juveniles celestes se demuestran en las siete clasificaciones de ocho posibles a Mundiales sub 17 y sub 20 hasta aquel momento.
Con esta edición del Sudamericano sub 20 se acumula la octava de nueve posibles. Además en los mundiales, excepto en el sub 20 de 2011, Uruguay siempre consiguió pasar la fase de grupos, llegando a disputar dos finales del mundo; una en sub 17 y otra en sub 20.
Todo lo mencionado es motivo de orgullo para Tabárez, su equipo y aquellos que nos encontramos identificados y bien representados por su forma de trabajo. Sin embargo, una constante se ha repetido en todos estos años. Tras casi una década, cada vez que alguna selección juvenil de Uruguay llegó al último partido con chances de alcanzar el título, no alcanzó el éxito.
Dejemos de lado aquel encuentro en el que un gol de Argentina en el último minuto puso a la celeste en tercer lugar y fuera de los JJOO de Beijing 2008. Por entonces Uruguay no dependía de sí mismo para ser campeón. Los Sudamericanos sub 20 de 2011 y ahora 2015, se escaparon en partidos "finales" contra Brasil (goleada 0 - 6) y Argentina (1 - 2). Tanto en el Mundial sub 17 de 2011 (0 - 2 vs. México) como en el sub 20 de 2013 (por penales ante Francia), las finales terminaron con derrota para los charrúas.
El medio vaso lleno a resaltar es que los gurises uruguayos nuevamente pelean títulos a nivel continental y mundial en todas las categorías. Sin embargo cabe preguntarse qué falta para concretar los objetivos y transformar peleas, en títulos. Hay quienes opinan que los juveniles no deben preocuparse por alcanzar títulos, sino por formarse y competir a nivel internacional, y es verdad ese es el primer objetivo. Pero convengamos que todos aquellos que juegan, quieren ganar. El objetivo de una competición deportiva es ganar. Si las actuaciones celestes se resaltan, es porque se consiguen victorias y la copa se mira siempre de cerca y con ilusión.
Un Estadio Centenario no se llena con 60 mil personas esperando únicamente la clasificación a un mundial de la categoría, que de todas formas ya se había concretado. Y las lágrimas de los gurises al terminar terceros, ciertamente no indican satisfacción con el resultado de ese partido. Sin excesos, sin poner presiones adicionales en la previa, ni cortar cabezas cuando no se puede conseguir el objetivo, los participantes y los espectadores anhelan cortar con la sequía y volver a levantar una copa.
Sobre las bases sólidas que Tabárez ha construido junto con su equipo en estos años, es hora de buscar respuestas. Creo que aquellos que seguimos a la selección como hinchas, disfrutando de este buen momento en la historia y defendiendo el proceder del Maestro, esperamos que con el estilo que lo caracteriza, ese trabajo sea hecho.
Gracias a este exitoso proceso, Uruguay puede disfrutar de aparecer en instancias decisivas nuevamente. Tantas veces lo hemos escuchado hablar de los análisis científicos de los partidos, de la importancia del método de trabajo, de comprender las falencias propias para esconderlas y las virtudes ajenas para contrarrestarlas. Tantas veces hemos también confiado en que ese trabajo se hace con dedicación y pasión, pero sobre todas las cosas, con la rigurosidad y meticulosidad que requiere.
Ahora, la tarea de Tabárez y aquellos entrenadores que designa al frente de las juveniles, es encontrar qué errores se han repetido durante estos años. Buscar causalidades, más allá de la mera estadística, que permitan dilucidar por qué, hasta ahora, los partidos finales no se cierran con resultados favorables. Entender si es simple coincidencia que los títulos sean esquivos, o si es que el trabajo tiene facetas en las que debe ser mejorado. Es hora de probar que el método ejemplar con el que se trabaja, no se agota en sí mismo, sino que puede encontrar las respuestas.
Esperemos que la experiencia recogida a lo largo del camino, sea la recompensa para futuras finales que seguro están por venir. Ojalá, la mala costumbre de perder esos partidos se deje de lado, y las alegrías vuelvan para el hincha de la selección cuando mira a los juveniles y también para ellos que defienden con tanta garra nuestra camiseta.