El fútbol une
Es el voto que el alma pronuncia y que heroicos sabremos cumplir.
Que toda sociedad necesita construir símbolos que le otorguen unidad y le permitan diferenciarse del resto, no es algo muy novedoso que digamos.
Cada sociedad cuenta con factores de cohesión social que, apoyados en prácticas y narraciones históricas e interiorizados durante los procesos individuales de socialización, consolidan un sentido de pertenencia a la comunidad y nos enseñan que a la patria hay que quererla. ¿O nunca nos pusieron a cantar en algún acto de la escuela que es muy bella mi bandera y nada igual a su lucir?
Más allá de cuán de acuerdo esté cada uno con esta imposición inconsciente que recibe desde chico, no hay dudas de que existe, y si existe es porque es útil para una integración social más o menos armoniosa. Cuanto más profundamente interiorice una persona los símbolos de pertenencia nacional que la sociedad le provee, más sólida será su adaptación a ella.
¿Me van a decir que los primeros mates de la juventud se aceptan por el delicado placer de saborear la yerba en la tibieza del agua? No, más bien intentás disimular el ardor en la lengua y la tristeza de saber que ese pantano con pajita que te va a perseguir toda la vida, en realidad no te gusta. Después, claro, te acostumbrás, y es probable que hasta te termine gustando.
¿El mate? No, decí la verdad, no es el sabor del mate lo que te gusta. Es el ritual de la ronda, ya sea real (estudiantes en la puerta de una facultad) o imaginaria (un tipo con termo y mate en Manhattan, ¡ese es uruguayo!), y la certeza complaciente de sentirte dentro de ella.
Sin que sea el propósito ahondar en ellos, hemos nombrado dos rituales de integración social, dos actividades sencillas e individuales que manifiestan sentimientos complejos y colectivos: cantar himnos patrios y tomar mate. Por supuesto, hay muchos otros.
En lo que sigue, nos dedicaremos a la que probablemente sea la manifestación cultural más representativa de la identidad nacional, o al menos la que mayor repercusión social tiene: el fútbol. Intentaremos analizar el fútbol como un símbolo multifactorial de cohesión social a lo largo de la vida de un varón uruguayo.
Dos aclaraciones son necesarias. Primero: en medio de celebrables conquistas en pos de la igualdad de género, es imposible desconocer que el fútbol sigue siendo la cancha del macho. Por más que las mujeres asisten a una futbolización de la vida cotidiana, la gran mayoría no lo practican ni lo tienen como tema de conversación frecuente. El fútbol, como fenómeno cultural de socialización, es un tema de hombres.
Segundo: ya vimos que en una sociedad la integración social es posible a través de la participación en actividades que simbolizan la identidad nacional a la que se debe querer pertenecer. Entonces, si el fútbol es un símbolo que exterioriza la identidad nacional, participar de él es sacar el carné de uruguayo.
Lo que creemos interesante señalar es cómo esta participación identificante, esta función de pegamento social de la masculinidad uruguaya que el fútbol cumple, puede llevarse a cabo en tres niveles interdependientes pero disociables. El fútbol es muy importante porque une a los uruguayos, pero a la vez ese poder de unión se presenta bajo distintas formas o dimensiones del mundo social masculino.
La primera es, como siempre, la que entra por los ojos. La práctica efectiva del fútbol; el hecho mismo de jugarlo con pares en el recreo de la escuela, en los pocos espacios verdes que los edificios dejaron, en las decenas de competiciones federadas o en la proliferación de canchas de fútbol cinco.
Jugar al fútbol es, para los varones uruguayos, un mecanismo de socialización casi infalible. Jugándolo desarrollan actitudes de compañerismo, solidaridad, compromiso, competitividad estimulante y fraternidad amistosa a la vez.
Dicho al revés: un joven varón uruguayo que no guste de jugarse un picadito con sus compañeros de liceo, no solo quedará por fuera de esos lazos forjados en la práctica, sino que será etiquetado como raro, nerd o maricón.
A mi entender, la segunda forma en la que el fútbol actúa como factor de cohesión social, es la más importante. Porque la práctica del fútbol es un espacio de socialización visible, pero no tan frecuente. Niños, adolescentes y adultos jóvenes, podrían ser tres etapas vitales en donde jugarlo es una cuestión asidua y mayoritaria.
Después, las obligaciones de una realidad más triste que los sueños, va convirtiendo forlanes en arquitectos y luganos en albañiles. Eso sí: hablar de fútbol, hablamos todos. Los jóvenes y los viejos, los arquitectos y los albañiles.
Hay un experimento sociológico que nunca falla y que ayuda a entender la inmensa potencia socializadora del fútbol como tema de conversación entre hombres. Vos, varón uruguayo, estás en un cumpleaños pero no conocés a nadie.
Podés quedarte en un rincón, vaso en mano y haciendo como que usás el celular, o acercarte a un grupo de desconocidos e introducir un tema de conversación que asegure tu integración a la misma. Hablá de fútbol, mijo. Elogiá el momento de Suárez, pronosticá la Copa América, palpitá la final del domingo. Ya está, estás adentro.
No importan las reacciones que tu intervención provoque. Seguramente unos estén de acuerdo contigo mientras otros argumenten en contra. Lo interesante es que existe, en la masculinidad uruguaya, un tema de conversación que atraviesa todas las barreras personales y sociales, y que, por eso mismo, une a dos hombres cualquiera por más desconocidos y diferentes que sean. No existe otro factor de cohesión con tanto arraigo y alcance popular.
La tercera forma puede que sea la más novedosa o la menos perceptible. No solo la práctica lúdica, no solo el debate cotidiano; también el lenguaje del fútbol une, y la explicación es bastante sencilla.
Como nos gusta tanto el fútbol, dominamos perfectamente su lenguaje específico. Sucede, entonces, que el lenguaje específico del fútbol se cuela como nexo de entendimiento en el lenguaje general.
La metáfora futbolística implica justamente recurrir a una expresión sencilla y compartida por todos, con la certeza de que el otro te va a entender. Podés decirle a un amigo que se tranquilice porque está quedando expuesto, o podés decirle que baje la pelota al piso que está quedando en orsai. Las dos cosas significan lo mismo, claro, pero una tiene una fuerza descriptiva y una cercanía canchera mucho mayor que otra.
Por último, si el fútbol es una manifestación cultural que atraviesa distintos niveles sociales o educativos, es lógico que su lenguaje también lo haga. Hablar en términos futbolísticos puede ser la única salida posible para una comunicación exitosa entre personas que manejan vocabularios muy distintos, siendo el lenguaje futbolero el único repertorio común entre ellas.
Es el voto que el alma pronuncia y que heroicos sabremos cumplir. El fútbol une a los uruguayos, y lo hace en tres planos separables aunque relacionados: práctica, conversación y lenguaje.