Día 8
Diario del año en que no tuvimos deporte
Hoy me levanté revisionista y un poco pensando en el futuro también. Un revisionista del futuro, ahí tenés. Por un lado me pregunto si no es buen momento para re pensar algunas frases que acompañan al fútbol. Aquella de “tiene lo que no se compra en la farmacia”. ¿Será alcohol en gel lo que tendrá ese jugador?.
Porque este encierro me hizo redefinir mi visión del mundo. La primera conclusión a la que llegué, es que los futbolistas están mucho más preparados que el resto de los mortales para estar encerrados en sus casa. Un poco porque tienen casas de cientos de metros cuadrados, pero su ventaja radica en que ellos tienen miles y miles de horas acumuladas de no hacer nada. Concentraciones eternas, viajes todo el tiempo, tiempo libre donde tienen que cuidar el físico. ¿Entonces que va haciendo el futbolista? Va replicando su ambiente laboral en casa. Primero una canchita o algunos arcos, obviamente pelotas hay las que quieras. Después empieza una etapa donde acopia materiales de entrenamiento, a lo mejor aquella banda elástica que le dio el profe para que te lleves a tu casa, la bicicleta fija que precisó una vez que no podías correr, también por las dudas se compró una elíptica, para evitar el impacto. Vio House of Card y se mandó traer un Remoergometro, y como eso todo desperdigado por el living quedaba feo, se armó un cuarto de gimnasio. Entonces llegaron las máquinas para hacer pesas, las barras, las mancuernas, conos, aros, pelotas de las grandes para hacer pilates. Felicitaciones, tu casa se parece a un club de fútbol.
Lo otro que me hizo revisar lo que decimos entorno al fútbol fue ver el clásico virtual que se jugó el domingo pasado. Antes de la pandemia, mi canal de Youtube era una alerta tras otra de contenido futbolístico, conferencias de prensas previa a partidos, resumenes de juegos recién subiditos, análisis tácticos sobre el partido de la fecha en la Bundesliga. Un montón de material para no ver, una abundancia innecesaria, pero son los tiempos que corren, o corrían. Entonces cuando el domingo saltó una notificación sobre un partido, fue una novedad. Se jugaba la final de la copa uruguay entre Peñarol y Nacional, 11 vs 11. Comienza la transmisión y el relator resulta hablar de la misma manera que me podrías estar transmitiendo un Fénix-Deportivo Maldonado sentado en la cabina del Parque Capurro. Mismos latiguillos, mismos ritmos, mismas expresiones. Si los dos sabemos que lo que estoy viendo es un videojuego, ¿por qué me lo contás igual que un partido real? ¿O será que los videojuegos son la nueva realidad? Pérez Reverte dijo uno vez que posiblemente en el futuro las historias las iban a contar los videojuegos, ni las películas, ni las novelas, los jueguitos. Y capaz que es eso, se está contando la historia detrás de un joystick.
Como decía, estos día también sirven para pensar en el futuro. Y se me dio por pensar en el primer abrazo de gol luego de la cuarentena. Ya sé que hay ligas que se siguen jugando, pero tenemos casi todo el mundo occidental paralizado. Entonces me imagino especiales sobre ese primer abrazo de gol, lo bueno es que queda país tendrá el suyo, cuando retomen las ligas locales, pero en el futuro se hara revisionismo para saber cuál fue el primer abrazo de gol en el mundo. Y tiene que ser un abrazo genuino, nada de macacadas en la previa, ni de llamados enfáticos a jugadores que están lejos, no puede ser coregrafía. Tiene que salir del alma. Y ya encontré el nombre para mi novela: “Los abrazos perdidos”, son dos personas que empiezan una relación de balcón a balcón, se enamoran, pero una de ellas no logra sobrevivir, pero la otra no lo sabe porque sigue viendo su reflejo en el espejo, porque al morirse dejó programado un holograma que saluda todas las mañanas. Pero cuando todo pasa, y el o la sobreviviente cruza la calle y toca el timbre, nadie contesta. El portero además le dice que en ese piso no vive nadie desde hace 30 años. Después se da cuenta que había contado mal, y no era el 402, era el 403. Y así con muchos giros, tengo que trabajarla un poco más. Prometo avanzar en futuras ediciones.
Porque este encierro me hizo redefinir mi visión del mundo. La primera conclusión a la que llegué, es que los futbolistas están mucho más preparados que el resto de los mortales para estar encerrados en sus casa. Un poco porque tienen casas de cientos de metros cuadrados, pero su ventaja radica en que ellos tienen miles y miles de horas acumuladas de no hacer nada. Concentraciones eternas, viajes todo el tiempo, tiempo libre donde tienen que cuidar el físico. ¿Entonces que va haciendo el futbolista? Va replicando su ambiente laboral en casa. Primero una canchita o algunos arcos, obviamente pelotas hay las que quieras. Después empieza una etapa donde acopia materiales de entrenamiento, a lo mejor aquella banda elástica que le dio el profe para que te lleves a tu casa, la bicicleta fija que precisó una vez que no podías correr, también por las dudas se compró una elíptica, para evitar el impacto. Vio House of Card y se mandó traer un Remoergometro, y como eso todo desperdigado por el living quedaba feo, se armó un cuarto de gimnasio. Entonces llegaron las máquinas para hacer pesas, las barras, las mancuernas, conos, aros, pelotas de las grandes para hacer pilates. Felicitaciones, tu casa se parece a un club de fútbol.
Lo otro que me hizo revisar lo que decimos entorno al fútbol fue ver el clásico virtual que se jugó el domingo pasado. Antes de la pandemia, mi canal de Youtube era una alerta tras otra de contenido futbolístico, conferencias de prensas previa a partidos, resumenes de juegos recién subiditos, análisis tácticos sobre el partido de la fecha en la Bundesliga. Un montón de material para no ver, una abundancia innecesaria, pero son los tiempos que corren, o corrían. Entonces cuando el domingo saltó una notificación sobre un partido, fue una novedad. Se jugaba la final de la copa uruguay entre Peñarol y Nacional, 11 vs 11. Comienza la transmisión y el relator resulta hablar de la misma manera que me podrías estar transmitiendo un Fénix-Deportivo Maldonado sentado en la cabina del Parque Capurro. Mismos latiguillos, mismos ritmos, mismas expresiones. Si los dos sabemos que lo que estoy viendo es un videojuego, ¿por qué me lo contás igual que un partido real? ¿O será que los videojuegos son la nueva realidad? Pérez Reverte dijo uno vez que posiblemente en el futuro las historias las iban a contar los videojuegos, ni las películas, ni las novelas, los jueguitos. Y capaz que es eso, se está contando la historia detrás de un joystick.
Como decía, estos día también sirven para pensar en el futuro. Y se me dio por pensar en el primer abrazo de gol luego de la cuarentena. Ya sé que hay ligas que se siguen jugando, pero tenemos casi todo el mundo occidental paralizado. Entonces me imagino especiales sobre ese primer abrazo de gol, lo bueno es que queda país tendrá el suyo, cuando retomen las ligas locales, pero en el futuro se hara revisionismo para saber cuál fue el primer abrazo de gol en el mundo. Y tiene que ser un abrazo genuino, nada de macacadas en la previa, ni de llamados enfáticos a jugadores que están lejos, no puede ser coregrafía. Tiene que salir del alma. Y ya encontré el nombre para mi novela: “Los abrazos perdidos”, son dos personas que empiezan una relación de balcón a balcón, se enamoran, pero una de ellas no logra sobrevivir, pero la otra no lo sabe porque sigue viendo su reflejo en el espejo, porque al morirse dejó programado un holograma que saluda todas las mañanas. Pero cuando todo pasa, y el o la sobreviviente cruza la calle y toca el timbre, nadie contesta. El portero además le dice que en ese piso no vive nadie desde hace 30 años. Después se da cuenta que había contado mal, y no era el 402, era el 403. Y así con muchos giros, tengo que trabajarla un poco más. Prometo avanzar en futuras ediciones.