El infierno está encantador
Una bandeja en el último suspiro, al son de la chicharra del final, hizo delirar a mucho más de la mitad del Palacio Peñarol.
Se jugó el clásico número cien en la historia y es nuestro. Un partido lleno de imprecisiones pero en el que nuestro equipo supo mostrar en los últimos minutos la jerarquía que lo caracteriza y la paternidad ya indiscutida. La conducción, la solidez y la grandeza en el rectángulo de juego y el aliento sin respiro desde la tribuna.
La gran bestia, Leandro García Morales, una vez más paralizó nuestros corazones para dar ese dulce sabor de la victoria, al que ya nos tiene acostumbrados. A falta de doce segundos y a un punto abajo: un doble con el último suspiro, al son de la chicharra del final, hizo delirar a mucho más de la mitad del Palacio Peñarol.
Un partido que tuvo básquetbol, tuvo sangre y se ganó a lo Aguada. Ganamos los partidos que hay que ganar y festejamos cuando hay que festejar. Los tres clásicos jugados, después de cinco años sin enfrentarnos, están en casa y suman cinco clásicos al hilo para el campeón.
Con el partido de ayer ya son diez victorias consecutivas en un Palacio que ya está acostumbrado a esta marea rojiverde que avanza sin titubear. El infierno está encantador, este infierno está embriagador.