El medio vaso
El optimismo y el pesimismo en los deportistas.
“Todo depende del punto de vista del que se mire”. Pero, ¿de qué depende ese punto de vista? De las experiencias y resultados anteriores, sí. De los objetivos preestablecidos, sí. De la realidad con que se encaró una competencia, también. Pero hay un factor más.
El estudio de los factores de la personalidad ha sido uno de los más difíciles e interesantes campos de trabajo de la Psicología del Deporte, buscando encontrar qué rasgos distinguen a los deportistas de alto rendimiento de los demás. Y aquí, se han encontrado unas cuantas líneas interesantes, en las que se continúa investigando y trabajando.
Pero hay un factor que se ha destacado en el último tiempo: el optimismo. El estudio del optimismo como factor disposicional, es decir como característica generalizada y estable de la personalidad, consecuencia de la carga genética y los aprendizajes (especialmente aquellos más tempranos).
Aquí encontramos dos polos opuestos: el optimista, que tiene expectativas y percepciones positivas sobre lo que le sucederá; y el pesimista, en quien estas perspectivas son negativas.
El optimismo/pesimismo es una disposición de la personalidad, que determina cómo afrontará situaciones adversas o de presión. En el caso específico del deportista, que se ve constantemente resolviendo situaciones de este tipo, esta disposición pasa a ser fundamental, ya que, por ejemplo, el optimista percibe las situaciones como desafíos, al tiempo que el pesimista las vive como amenazas.
Antes que nada, es bueno aclarar que, entre el optimismo y el pesimismo existe un continuo, es decir que hay grados de optimismo/pesimismo, que los Psicólogos del Deporte podemos evaluar de manera científica. Pero para autoevaluarse rápidamente, es sólo preguntarse si en momentos difíciles espero que pase lo mejor o que las cosas sigan mal –o empeoren–, si mis expectativas en cuanto al futuro son positivas o negativas, y si en situaciones clave confío que me irá bien o que me sucederá lo peor.
Por ejemplo, es común ver en un plantel de cualquier deporte de equipo, integrantes que tras un par de resultados adversos, mantienen su visión positiva (ej.: “venimos jugando bien, el próximo partido lo vamos a ganar”), mientras otros, en idéntica situación, perciben la situación de una manera mucho más negativa (ej.: “siempre nos pasa lo mismo y terminamos perdiendo, nos va a seguir pasando”).
Ahora bien, ¿cuál es la incidencia de esta visión en la realidad? Simple. Cuando una persona tiene expectativas favorables realiza todo su esfuerzo para alcanzar su objetivo, al tiempo que si sus expectativas son desfavorables dicho esfuerzo será menor aún sin proponérselo. Dicho de otra forma, es como si el pensamiento subyacente fuera “si ya sé que vamos a perder, ¿para qué me voy a esforzar más?”.
Además, varias investigaciones han mostrado cómo los optimistas afrontan mejor situaciones negativas, de frustración o de derrota que los pesimistas, logrando una recuperación más rápida. Pensemos lo importante que es esto en algunos deportes en que el ritmo de competencia es altísimo, como el básquetbol en donde en los torneos internacionales se juega a diario y no hay casi tiempo para procesar una derrota.
Por su parte, se han encontrado relaciones entre el perfil de optimismo y la autoconfianza, así como una relación negativa entre optimismo y ansiedad precompetitiva. Es decir, que un deportista que es optimista tenderá a confiar más en sí mismo y a tener menos problemas en el manejo de la ansiedad, dos factores psicológicos claves para lograr un buen rendimiento en cualquier deporte. Es decir, el optimismo se relaciona con un mejor rendimiento deportivo.
Pero cuidado, es importante tener claro que no hacemos referencia a un optimismo exacerbado o ingenuo, que niega la realidad, en donde se cree que todo saldrá bien siempre y sin motivo, el cual también sería negativo. Es un optimismo que se basa en factores reales, que en del deporte suelen ser la actitud, el entrenamiento y la habilidad personal, a las que se suma la cohesión de equipo en el caso de deportes de competencia grupal.
Para terminar, falta decir lo más importante. Si bien es cierto que el optimismo es un rasgo estable de la personalidad, el mismo puede modificarse a través de la reestructuración cognitiva y de cambios en los estilos atribucionales. Lo que se trabaja es que el pesimista comience a ver desde otra óptica (“el medio vaso lleno”), focalizarse en lo positivo, encontrar las fortalezas y recursos en vez de las debilidades, a sentir que tiene el control sobre muchos de sus resultados positivos, etc.
Es decir, sí, existe la posibilidad de aprender a ser más optimista. Y vale la pena.
El estudio de los factores de la personalidad ha sido uno de los más difíciles e interesantes campos de trabajo de la Psicología del Deporte, buscando encontrar qué rasgos distinguen a los deportistas de alto rendimiento de los demás. Y aquí, se han encontrado unas cuantas líneas interesantes, en las que se continúa investigando y trabajando.
Pero hay un factor que se ha destacado en el último tiempo: el optimismo. El estudio del optimismo como factor disposicional, es decir como característica generalizada y estable de la personalidad, consecuencia de la carga genética y los aprendizajes (especialmente aquellos más tempranos).
Aquí encontramos dos polos opuestos: el optimista, que tiene expectativas y percepciones positivas sobre lo que le sucederá; y el pesimista, en quien estas perspectivas son negativas.
El optimismo/pesimismo es una disposición de la personalidad, que determina cómo afrontará situaciones adversas o de presión. En el caso específico del deportista, que se ve constantemente resolviendo situaciones de este tipo, esta disposición pasa a ser fundamental, ya que, por ejemplo, el optimista percibe las situaciones como desafíos, al tiempo que el pesimista las vive como amenazas.
Antes que nada, es bueno aclarar que, entre el optimismo y el pesimismo existe un continuo, es decir que hay grados de optimismo/pesimismo, que los Psicólogos del Deporte podemos evaluar de manera científica. Pero para autoevaluarse rápidamente, es sólo preguntarse si en momentos difíciles espero que pase lo mejor o que las cosas sigan mal –o empeoren–, si mis expectativas en cuanto al futuro son positivas o negativas, y si en situaciones clave confío que me irá bien o que me sucederá lo peor.
Por ejemplo, es común ver en un plantel de cualquier deporte de equipo, integrantes que tras un par de resultados adversos, mantienen su visión positiva (ej.: “venimos jugando bien, el próximo partido lo vamos a ganar”), mientras otros, en idéntica situación, perciben la situación de una manera mucho más negativa (ej.: “siempre nos pasa lo mismo y terminamos perdiendo, nos va a seguir pasando”).
Ahora bien, ¿cuál es la incidencia de esta visión en la realidad? Simple. Cuando una persona tiene expectativas favorables realiza todo su esfuerzo para alcanzar su objetivo, al tiempo que si sus expectativas son desfavorables dicho esfuerzo será menor aún sin proponérselo. Dicho de otra forma, es como si el pensamiento subyacente fuera “si ya sé que vamos a perder, ¿para qué me voy a esforzar más?”.
Además, varias investigaciones han mostrado cómo los optimistas afrontan mejor situaciones negativas, de frustración o de derrota que los pesimistas, logrando una recuperación más rápida. Pensemos lo importante que es esto en algunos deportes en que el ritmo de competencia es altísimo, como el básquetbol en donde en los torneos internacionales se juega a diario y no hay casi tiempo para procesar una derrota.
Por su parte, se han encontrado relaciones entre el perfil de optimismo y la autoconfianza, así como una relación negativa entre optimismo y ansiedad precompetitiva. Es decir, que un deportista que es optimista tenderá a confiar más en sí mismo y a tener menos problemas en el manejo de la ansiedad, dos factores psicológicos claves para lograr un buen rendimiento en cualquier deporte. Es decir, el optimismo se relaciona con un mejor rendimiento deportivo.
Pero cuidado, es importante tener claro que no hacemos referencia a un optimismo exacerbado o ingenuo, que niega la realidad, en donde se cree que todo saldrá bien siempre y sin motivo, el cual también sería negativo. Es un optimismo que se basa en factores reales, que en del deporte suelen ser la actitud, el entrenamiento y la habilidad personal, a las que se suma la cohesión de equipo en el caso de deportes de competencia grupal.
Para terminar, falta decir lo más importante. Si bien es cierto que el optimismo es un rasgo estable de la personalidad, el mismo puede modificarse a través de la reestructuración cognitiva y de cambios en los estilos atribucionales. Lo que se trabaja es que el pesimista comience a ver desde otra óptica (“el medio vaso lleno”), focalizarse en lo positivo, encontrar las fortalezas y recursos en vez de las debilidades, a sentir que tiene el control sobre muchos de sus resultados positivos, etc.
Es decir, sí, existe la posibilidad de aprender a ser más optimista. Y vale la pena.