Porque es fúbol
Fénix jugó un partido que debió suspenderse. Parece que todo se justifica “porque es fúbol”.
Jugadores de Fénix antes de salir a la cancha.
El sábado pasado Fénix llegó al Parque Central para jugar contra Nacional, algo que de unos años a esta parte es completamente habitual. Pero la policía, la que debería garantizar la seguridad de jugadores e hinchas, dio la nota y en nombre del orden y vaya uno a saber qué agredió a los futbolistas de Capurro y para colmo detuvo a Rosario Martínez.
Después de las agresiones sufridas por los jugadores albivioletas, sumadas a la detención de su DT, estaba cantado que el partido no podía jugarse. No debía. Se tenía que suspender y jugarse otro día. No hay doble lectura sobre eso. Que se jugara estuvo mal, y punto.
¿Tanto nos cuesta reconocer esto? ¿Es tan difícil? Daba lo mismo que los jugadores hubieran sido agredidos por la policía, por los hinchas o que encapuchados malvivientes hubieran rapiñado el ómnibus camino al Estadio. El partido, en la previa, se desnaturalizó completamente. Pero al parecer el fútbol está al margen de todo. Porque es fútbol, o mejor dicho, “fúbol”.
El fúbol es de hombres, y por tanto hay que aguantar lo que sea. Si los hinchas les tiran piedras a los jugadores tienen que jugar igual, porque es fúbol. Si los escupen, es fúbol. Si a Nico Olivera le dicen “negro de mierda” se la tiene que bancar, porque es el folclore del fúbol. Si tal o cual hinchada canta que “matar una gallina fue lo mejor que le pasó en la vida” o que los rivales “son todos putos”, se entiende, porque la gente lo canta sin pensar, porque es la pasión del fúbol.
El fútbol es fútbol, nada más. Y sí, es apasionante. Yo también soy hincha, y de las cosas que más disfruto es ir a ver a mi cuadro, abrazarme con un desconocido cuando hay un gol en la hora, ir caminando a la cancha con la camiseta puesta. Pero atrás de esa pasión se escuda lo más conservador que anda en la vuelta. Cuando el racismo, la homofobia y la muerte se disfrazan de pasión, se complica.
Ante esa situación hay dos veredas: una para combatirla y otra para justificarla. Resignarse a que “no se puede” o hacer malabares con “el folclore del fúbol” es, consciente o inconscientemente, pararse del lado de la violencia y legitimarla.
Y para pararse de este lado, contra el sentido común imperante donde tres puntos valen más que cualquier cosa, alcanza con poquito. No hace falta agarrar una lanza y a lo William Wallace dejar la vida luchando contra una horda de barrabravas. Alcanza con dejar de justificar que está bien que “sosnegroyputoydelotrocuadroytevamosamatar”, alcanza con no cantar eso que el fúbol canta, alcanza con decir en el Facebook que esas cosas están mal. Mirá con qué poquito podés pararte de este lado.
Pero si la postura es salir a decir que “Nacional no tuvo la culpa de nada, se juega a las 19 y si no se presentan pierden los puntos”, como hicieron muchos hinchas de Nacional, está complicado avanzar. Si como personas nos paramos en ese lugar, ¿es que entonces valen más tres puntos de un campeonato que la seguridad, la salud, la dignidad, la vida de una persona? Me imagino a esos hinchas siendo agredidos por la policía, llegando tarde a su trabajo y echados por la empresa: “Supermercado Disco no tuvo la culpa de nada. Se entra a las 8, y si no se presenta en hora está echado”
Los jugadores de Fénix resolvieron jugar el partido optando, en parte, por el “mal menor”. Si se suspendía podía armarse lío y sus familias estaban en la cancha. En síntesis, jugaron por miedo. Sí, por miedo. Un miedo que legitimamos todos. No puedo echarle la culpa a los jugadores de Fénix, los entiendo, saben que hay cosas más importantes que el fútbol: su familia, por ejemplo.
¿Tenía que recaer esta decisión en los jugadores? ¿No podía suspenderlo la Asociación? ¿Tanto drama para suspender un partido? Te devuelven la plata de la entrada, la guardás para otro día, yo qué sé. Pero no, otra vez el fúbol, el contrato de televisión y yo qué sé qué más. Es fúbol y la pelota tiene que rodar a pesar de todo.
Ya estoy corriendo el riesgo de repetir. Será porque escribir estas cosas sin ver resultados aparentes puede ser frustrante. Yo elijo no resignarme a que pensemos que las personas, nosotros mismos, valemos tan poco; que valemos menos que un triste partido del fúbol uruguayo. El fúbol, el de los vivos, el de los machos, el del aguante, se está comiendo al fútbol, al del llanto o la risa por un gol, al del abrazo en la tribuna. Intentemos hacer algo, por mínimo que sea, para que no nos ganen ese partido. En definitiva, para que no nos ganen la cabeza.
Después de las agresiones sufridas por los jugadores albivioletas, sumadas a la detención de su DT, estaba cantado que el partido no podía jugarse. No debía. Se tenía que suspender y jugarse otro día. No hay doble lectura sobre eso. Que se jugara estuvo mal, y punto.
¿Tanto nos cuesta reconocer esto? ¿Es tan difícil? Daba lo mismo que los jugadores hubieran sido agredidos por la policía, por los hinchas o que encapuchados malvivientes hubieran rapiñado el ómnibus camino al Estadio. El partido, en la previa, se desnaturalizó completamente. Pero al parecer el fútbol está al margen de todo. Porque es fútbol, o mejor dicho, “fúbol”.
El fúbol es de hombres, y por tanto hay que aguantar lo que sea. Si los hinchas les tiran piedras a los jugadores tienen que jugar igual, porque es fúbol. Si los escupen, es fúbol. Si a Nico Olivera le dicen “negro de mierda” se la tiene que bancar, porque es el folclore del fúbol. Si tal o cual hinchada canta que “matar una gallina fue lo mejor que le pasó en la vida” o que los rivales “son todos putos”, se entiende, porque la gente lo canta sin pensar, porque es la pasión del fúbol.
El fútbol es fútbol, nada más. Y sí, es apasionante. Yo también soy hincha, y de las cosas que más disfruto es ir a ver a mi cuadro, abrazarme con un desconocido cuando hay un gol en la hora, ir caminando a la cancha con la camiseta puesta. Pero atrás de esa pasión se escuda lo más conservador que anda en la vuelta. Cuando el racismo, la homofobia y la muerte se disfrazan de pasión, se complica.
Ante esa situación hay dos veredas: una para combatirla y otra para justificarla. Resignarse a que “no se puede” o hacer malabares con “el folclore del fúbol” es, consciente o inconscientemente, pararse del lado de la violencia y legitimarla.
Y para pararse de este lado, contra el sentido común imperante donde tres puntos valen más que cualquier cosa, alcanza con poquito. No hace falta agarrar una lanza y a lo William Wallace dejar la vida luchando contra una horda de barrabravas. Alcanza con dejar de justificar que está bien que “sosnegroyputoydelotrocuadroytevamosamatar”, alcanza con no cantar eso que el fúbol canta, alcanza con decir en el Facebook que esas cosas están mal. Mirá con qué poquito podés pararte de este lado.
Pero si la postura es salir a decir que “Nacional no tuvo la culpa de nada, se juega a las 19 y si no se presentan pierden los puntos”, como hicieron muchos hinchas de Nacional, está complicado avanzar. Si como personas nos paramos en ese lugar, ¿es que entonces valen más tres puntos de un campeonato que la seguridad, la salud, la dignidad, la vida de una persona? Me imagino a esos hinchas siendo agredidos por la policía, llegando tarde a su trabajo y echados por la empresa: “Supermercado Disco no tuvo la culpa de nada. Se entra a las 8, y si no se presenta en hora está echado”
Los jugadores de Fénix resolvieron jugar el partido optando, en parte, por el “mal menor”. Si se suspendía podía armarse lío y sus familias estaban en la cancha. En síntesis, jugaron por miedo. Sí, por miedo. Un miedo que legitimamos todos. No puedo echarle la culpa a los jugadores de Fénix, los entiendo, saben que hay cosas más importantes que el fútbol: su familia, por ejemplo.
¿Tenía que recaer esta decisión en los jugadores? ¿No podía suspenderlo la Asociación? ¿Tanto drama para suspender un partido? Te devuelven la plata de la entrada, la guardás para otro día, yo qué sé. Pero no, otra vez el fúbol, el contrato de televisión y yo qué sé qué más. Es fúbol y la pelota tiene que rodar a pesar de todo.
Ya estoy corriendo el riesgo de repetir. Será porque escribir estas cosas sin ver resultados aparentes puede ser frustrante. Yo elijo no resignarme a que pensemos que las personas, nosotros mismos, valemos tan poco; que valemos menos que un triste partido del fúbol uruguayo. El fúbol, el de los vivos, el de los machos, el del aguante, se está comiendo al fútbol, al del llanto o la risa por un gol, al del abrazo en la tribuna. Intentemos hacer algo, por mínimo que sea, para que no nos ganen ese partido. En definitiva, para que no nos ganen la cabeza.