Oda al deporte amateur

Yo no los conocía, ni los conozco, pero ya los he visto en otros nombres y otros deportes.

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Parte del plantel femenino de Uruguay en el Mundial de beach handball de Budapest
Estaban grandes los croatas, y de brazos largos. Por si fuera poco en el mundial pasado fueron segundos, en el anterior terceros y en el 2008 campeones. 

El partido comenzó y yo, que poco sabía de este deporte, me involucré enseguida. Marcador parejo, jugándole de igual a igual a un rival superior. Paren las rotativas: yo esta historia la conozco. De pronto me encontré gritando "buenaaaa", "bien ahí", "vamo nosotros".

De repente, otro grito: "Eso, trabajen la jugada". Media vuelta y encontrarse con otro uruguayo. Bandera de Uruguay en el banco y de Peñarol en el cuello. Éramos dos uruguayos en el medio de Isla Margarita en Budapest, sin saber casi nada de beach handball, pero ahí estábamos, contagiados de lo que veíamos en la cancha.

Santiago Rodríguez se contorneaba en el aire para tirar una y mil veces esos giros de 360° que hacen que el gol valga doble, sacaba pases cuando la jugada parecía morir para que Rodrigo Bernal rematara.

El pivot era el único que miraba la pelota, el resto todavía seguía buscándola entre las manos de Rodríguez, como los perros que primero corren y luego se dan cuenta que su dueño nunca tiró la pelota. 

De pronto aparecía Martín Sequeira por la punta derecha con otro 360 y remate que tiene que eludir al arquero y al defensa que se zambulle para bloquear. Su hermano Fernando se transforma en una muralla del otro lado de la cancha, a veces saltando y ahogando los tiros, a veces aguantando hasta el final y sacando una mano de vaya a saber uno dónde.

Alejandro Lasa engañaba una y otra vez a sus rivales forzándoles a llevárselos puesto, en un deporte en el que el contacto es falta de quien lo provoca. A Matías Oholeguy lo vi defender solo a cuatro atacantes de Omán y salir airoso.

Yo no los conocía, ni los conozco, pero ya los he visto en otros nombres y otros deportes. Eran Victoria Ramos y sus cinco mundiales arriba, sacrificando licencias y algunas cosas más para poder estar; o Pilar Dibarboure inventándose remates desde la punta contra noruegas del doble de alto y ancho; o Florencia Lachaise corriendo, aunque las brasileras vayan 15 tantos arriba. Cualquiera de ellas o ellos pisando la arena con cero grado en julio para preparar este mundial. 

O son, ¿por qué no?, los mismos pies descalzos de los jugadores de fútbol playa pegándole a una pelota a las 7 AM, cuando todavía la ciudad no se despierta.

Son Renzo Cairús y Mauricio Vieyto corriendo amablemente a la gente que juega en la cancha de voley que queda debajo del farol de la Rambla y Pagola. Son Alejandro Foglia, dejándose la espalda en un barco, abriendo el camino para las Dolores Moreira por venir.

Son Emiliano Lasa haciendo malabares con la plata para poder dedicarse al salto largo, o las selecciones de handball recorriendo la ciudad para entrenar en alguna cancha libre.

O son los gurises de la selección universitaria, contando los años de vida en años de Universiada. Capitaneados por Fabián Guerrero y sus cinco Juegos Universitarios arriba, 10 años dedicados al deporte amateur.  

Las selecciones masculina y femenina de beach handball no pudieron quedar entre los seis primeros, que era su objetivo. ¿Perdieron? Ah, discúlpeme, pero para mí perder es otra cosa.