Será culpa de todos

Poner la competencia por delante de la formación tiene su precio.

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Jugué al fútbol casi 23 años de mi vida. Entrené dos, tres y hasta cinco veces por semana; la gran mayoría del tiempo en el amateurismo. Casi todos los entrenadores que tuve tenían algo en común: mucha pasión por el fútbol, muy poca formación y el ganar como principal objetivo.

Recuerdo que casi todos esos entrenadores me pedían que no perdiera la pelota, que no trasladara, que la tirara lejos, que hiciera tiempo si era necesario, que ganara como sea. Perder estaba mal. Sin tener en cuenta que en una etapa de formación (enfocándonos en lo futbolístico y dejando de lado por ahora la transmisión de valores) son mucho más importantes los pasos técnicos que se van adquiriendo durante el crecimiento del niño que ganar a como dé lugar.

En etapas de formación, de 5 a 12 años más que nada, encontramos a cargo de la gran mayoría de los equipos de baby fútbol de Uruguay, un número importante de personas como las que describí en el primer párrafo: amantes del fútbol no del todo preparados para la docencia. Hay varios perfiles, algunos preferibles por su calidad humana, pero casi todos ellos con cierta tendencia a poner por delante la alegría momentánea de los tres puntos del domingo antes que el aprendizaje y crecimiento deportivo de cada jugador. La superación personal de cada niño. Esa que les daría alegría todos los días de entrenamiento y no un rato, si ganan.

A mí no me sorprende que haya jugadores de la selección uruguaya que cada vez que quieren controlar una pelota se les va un metro hacia adelante. Que después dar un pase se queden parados como estacas. Que jueguen mirándose los pies en vez de estar con la cabeza levantada para saber donde está un compañero, el juez, el rival, el espacio vacío o una oportunidad de sacar ventaja. Nadie se los enseñó cuando debían aprenderlo y ahora nos preguntamos, mientras los criticamos, ¿por qué no pueden hacerlo?

Actualmente tengo 27 años y me encuentro realizando un curso de entrenador en Barcelona, un lugar donde el fútbol se respira igual que en cualquier rincón de Uruguay. En unas de las primeras clases me dijeron (y me quedó marcado): “lo más importante es que los niños aprendan cada aspecto técnico cuando corresponde, teniendo en cuenta sus intereses y posibilidades en todo sentido a lo largo de su desarrollo. Que se superen como futbolistas, que adquieran conocimientos en todos los entrenamientos, enfocándonos en que sean buenas personas antes que ganadores, ya que la mayoría de ellos no podrá jugar al fútbol profesionalmente”.

El niño a los 5 o 6 años quiere correr tras la pelota, regatear, pegarle al arco. A los 7 u 8 años empieza a asociarse (crea amistades) y es donde aprende a pasar la pelota, controlarla, apoyar a sus compañeros para volver a recibir. De los 9 a los 10 años empieza a pulir cuestiones técnicas y comienza a entender de táctica, de estrategia. De los 11 en adelante aparecen los cuestionamientos, los descubrimientos, las decisiones dentro de los contextos creados. Esto debería ser así, pero en Uruguay casi todas estas etapas se saltean o, con algo más de suerte, se desordenan. Lo que importa es ganar. O peor aún: no perder. Porque perder es lo peor que te puede pasar.

Obviamente en la clase profundizamos sobre los contenidos y consignas a trabajar en las distintas etapas: qué se debía enseñar, cómo y por qué. Logré entenderlo, pero se me hacía muy difícil no distraerme viajando en el tiempo y pensando en distintos momentos de mi niñez. Me veía a los seis años tirándole un caño a otro niño y al entrenador diciéndome que no lo hiciera porque no servía de nada, olvidado que eso podía divertirme o fomentar mi creatividad. O recordaba alguna de las tantas veces que se la quise pasar a un compañero cercano y un padre me gritó que la sacara de allí, que no valía la pena correr el riesgo. Pensaba en el miedo que me daba que me dieran la pelota; si la perdía iba a ser terrible. Parecía que de perderla o no dependía mi vida.

Otra vez recuerdo… Se me vienen a la cabeza mis llantos por no cumplir con mis expectativas, pero más que nada con la de los demás. Muchas veces siento que no disfruté de algo que amaba hacer: jugar al fútbol. Siento que en todas esas horas de prácticas, muy pocos fueron los que me enseñaron a jugar al fútbol. Fui víctima de una picadora para la que no estaba preparado. Al menos no en Uruguay, en donde solo seguirán llegando (de seguir así) aquellos realmente talentosos innatos, los elegidos. Porque a Luis Suárez seguramente muy pocos le enseñaron a jugar a lo largo de su niñez, tuvo la suerte de nacer así, pero estoy seguro que a Xavi o Iniesta sí le dieron las herramientas.

Ahora, ese miedo que tenía yo es el que veo en la mayoría de los jugadores uruguayos. Ese que prefiere que la tiren larga, que no se la den o prefiere sacarla lejos para que el problema sea de otro. También veo que se hace bastante poco por cambiarlo. Que los entrenadores prefieren poner excusas a intentar modificar lo que evidentemente está mal por miedo, otra vez, a perder.

Todos los días veo a los dirigentes preocupados en sacar ventajas, comiéndose los ojos por pequeñeces insólitas, en vez de buscar una solución para sacar adelante algo que muchos amamos. Todos los días veo cómo periodistas se embanderan según el jefe de turno sin preocuparse en lo más mínimo en instalar debates más constructivos que un error puntual de un juez que tuvo una mala tarde.

Veo cómo los hinchas nos manifestamos en las canchas dejando expuestas nuestras más tristes miserias. Argumentando “pago la entrada y hago lo que quiero”, nos paramos en el tejido para pedir “más huevo”, putear al que se equivoca o gritarle fracasado al que está haciendo los que nos gustaría hacer a nosotros. Difícilmente un niño que ve y sufre todo esto aprenda a jugar bien al fútbol en estas condiciones.

Que esto cambie depende de todos. Cuestionemos y elijamos a nuestros dirigentes con responsabilidad, pensemos qué periodistas escuchamos, veamos a cargo de quién dejamos a los niños y exijámosles la formación adecuada. Dejemos de ir a la cancha a descargarnos y empecemos a sufrir un poco menos el fútbol para empezar a disfrutarlo. Creo, tal vez equivocadamente, que por allí está el camino. Me gustaría desarrollar más profundamente y discutir más por separado sobre los aspectos técnicos y los culturales, pero quedará para otra oportunidad.