Yo vi flotar a Neymar
Párese y aplauda. Porque lo bueno hay que celebrarlo.
Foto: Twitter Conmebol
Junio de 2009, esa era la fecha de mi última ida al estadio a ver a Uruguay. La verdad es que no me gusta ir; me incomoda la gente, el grito desmedido, el comentario estúpido creyendo saber lo que se debe hacer mientras están sentados comiendo un choripán y fumando un pucho. Me rompe bastante las bolas, pero bueno, cada uno vive el fútbol a su manera.
Curiosamente el rival también había sido Brasil, y también nos habíamos comido 4.
El precedente no era para nada alentador, pero algo internamente me decía que esta vez tenía que ir. Era un partidazo. Y sí, Uruguay – Brasil siempre lo es.
Nuestro equipo venía en un buen momento, se enfrentaban los dos líderes del certamen y, principalmente, estaba llenito de individualidades de gran nivel. Quería ver a Suárez y Cavani juntos, hasta que me enteré que el Lucho no estaba a la orden por tarjetas. Pero bueno, igual podía ver a Godín, por ejemplo, uno de los mejores centrales del mundo.
Para mejor, venía el Brasil que nos gusta enfrentar; o al menos el que a mí me gusta ver. El que juega bien, el del viejo y querido ‘jogo bonito’. Claro que atrás quedaron las épocas de los Ronaldo, Romario, Rivaldo, Ronaldinho, Kaká… y mejor no sigo porque se hace eterno.
Este Brasil no tiene tanto “nombre”, pero juega hermoso. Entiende el fútbol de una manera elegante. Abre la cancha para generar espacio y es ahí donde la pelota corre, donde los mano a mano se generan, donde el fútbol se siente más cómodo.
Nosotros pidiendo huevo, ellos pegados a la línea de cal. Nosotros festejando los tranques y el pelotazo en largo, y ellos llevando la pelota con la suela y con pases largos, no pelotazos. Dos polos opuestos que no es la idea analizar a fondo en este texto.
El tema es que, entre tanto para ver, había alguien que me llamaba mucho la atención y que, por suerte, pagó el costo de los 690 pesos que pagué por mi Colombes. 690, es mucho hasta escribiéndolo, pero ta, lo valió.
Llegaba Neymar y su don de flotar en la cancha. Yendo y viniendo a gusto, esquivando a cuatro o cinco jugadores, y a una cantidad aún mayor de teros.
Desde allá arriba, en el pasillo entre el segundo y tercer anillo, todo lo que hacía se veía tan fácil, tan realizable, que la gente le pedía al Mono que se retirara, por ejemplo, o al Maestro que cambiara los cuatro defensas.
¿Por qué? Eso mismo me preguntaba yo. ¿Por qué en el amistoso que había jugado con los muchachos de Carpintero FC (con quienes una vez perdimos 20-0) el domingo anterior me quedó un mano a mano idéntico y, al querer picarla, le pegué al piso y se la di al golero?
¿Por qué el pecho de los 50 mil expertos que había en el Centenario no tiene esa cualidad de controlar, perfilarse y perder la marca con tan solo tocarla?
¿Por qué la gente cree que todo es fácil? ¿Por qué hay que llegar a todas? ¿Por qué hay que tapar todas? Si la mayoría de nosotros pierde en el pique mano a mano con el 147 que va a Colón y tiene que esperar al siguiente.
‘Nah, pero a ellos les pagan por eso’, se escuchó decir tres filas más abajo. Justo desde la boca de un tipo que se escapó un rato antes del laburo para ir al partido. Pero ta, a él le pagan por eso, pero es distinto.
Mi respuesta, ante todo eso, fue la de aplaudir. No pude hacer otra cosa que maravillarme con lo que estaba viendo. De recibir cientos de miradas penetrantes mientras, ante el 1-3 de mi equipo, aplaudía y celebraba el hecho de poder contarle a mis nietos (en algún futuro) lo que vi aquel 23 de marzo.
No solo por Neymar, sino por Coutinho y su elegancia de jugar sin pelota. De moverse desde el pitazo inicial en busca del espacio vacío, de tocar de primera, de jugar al fútbol.
Un fútbol que, cada vez más, se distancia del fútbol uruguayo.
Porque iremos a Perú y, probablemente, lo ganemos a huevo como nos caracteriza. Con la fórmula del pelotazo en largo, peinada y el Lucho definiendo con tres dedos contra un palo luego de pelearla a huevo. Y lo voy a celebrar.
O con gol de Godín de cabeza tras centro desde la derecha. Y claro que voy a festejar, para luego aguantar los 75 minutos que le queden al partido.
Pero no por eso me voy a privar de disfrutar lo que vi este jueves. Un jueves en el que, pese a comernos cuatro, tuve el placer de ver flotar a Neymar. Y eso, lo aplaudo.
Curiosamente el rival también había sido Brasil, y también nos habíamos comido 4.
El precedente no era para nada alentador, pero algo internamente me decía que esta vez tenía que ir. Era un partidazo. Y sí, Uruguay – Brasil siempre lo es.
Nuestro equipo venía en un buen momento, se enfrentaban los dos líderes del certamen y, principalmente, estaba llenito de individualidades de gran nivel. Quería ver a Suárez y Cavani juntos, hasta que me enteré que el Lucho no estaba a la orden por tarjetas. Pero bueno, igual podía ver a Godín, por ejemplo, uno de los mejores centrales del mundo.
Para mejor, venía el Brasil que nos gusta enfrentar; o al menos el que a mí me gusta ver. El que juega bien, el del viejo y querido ‘jogo bonito’. Claro que atrás quedaron las épocas de los Ronaldo, Romario, Rivaldo, Ronaldinho, Kaká… y mejor no sigo porque se hace eterno.
Este Brasil no tiene tanto “nombre”, pero juega hermoso. Entiende el fútbol de una manera elegante. Abre la cancha para generar espacio y es ahí donde la pelota corre, donde los mano a mano se generan, donde el fútbol se siente más cómodo.
Nosotros pidiendo huevo, ellos pegados a la línea de cal. Nosotros festejando los tranques y el pelotazo en largo, y ellos llevando la pelota con la suela y con pases largos, no pelotazos. Dos polos opuestos que no es la idea analizar a fondo en este texto.
El tema es que, entre tanto para ver, había alguien que me llamaba mucho la atención y que, por suerte, pagó el costo de los 690 pesos que pagué por mi Colombes. 690, es mucho hasta escribiéndolo, pero ta, lo valió.
Llegaba Neymar y su don de flotar en la cancha. Yendo y viniendo a gusto, esquivando a cuatro o cinco jugadores, y a una cantidad aún mayor de teros.
Desde allá arriba, en el pasillo entre el segundo y tercer anillo, todo lo que hacía se veía tan fácil, tan realizable, que la gente le pedía al Mono que se retirara, por ejemplo, o al Maestro que cambiara los cuatro defensas.
- ‘¿Cómo no va a cortarlo antes?’, decía uno mientras yo veía como el 10 controlaba con el pecho un pase largo y le sacaba, solo con ese movimiento, tres metros a su marcador.
- ‘¿Por qué no salió mejor?’, gritaba otro al ver como la pelota que Neymar había controlado de primera con el muslo para quedar mano a mano con el golero, llegaba al fondo de la red luego de un sombrerito maravilloso.
¿Por qué? Eso mismo me preguntaba yo. ¿Por qué en el amistoso que había jugado con los muchachos de Carpintero FC (con quienes una vez perdimos 20-0) el domingo anterior me quedó un mano a mano idéntico y, al querer picarla, le pegué al piso y se la di al golero?
¿Por qué el pecho de los 50 mil expertos que había en el Centenario no tiene esa cualidad de controlar, perfilarse y perder la marca con tan solo tocarla?
¿Por qué la gente cree que todo es fácil? ¿Por qué hay que llegar a todas? ¿Por qué hay que tapar todas? Si la mayoría de nosotros pierde en el pique mano a mano con el 147 que va a Colón y tiene que esperar al siguiente.
‘Nah, pero a ellos les pagan por eso’, se escuchó decir tres filas más abajo. Justo desde la boca de un tipo que se escapó un rato antes del laburo para ir al partido. Pero ta, a él le pagan por eso, pero es distinto.
Mi respuesta, ante todo eso, fue la de aplaudir. No pude hacer otra cosa que maravillarme con lo que estaba viendo. De recibir cientos de miradas penetrantes mientras, ante el 1-3 de mi equipo, aplaudía y celebraba el hecho de poder contarle a mis nietos (en algún futuro) lo que vi aquel 23 de marzo.
No solo por Neymar, sino por Coutinho y su elegancia de jugar sin pelota. De moverse desde el pitazo inicial en busca del espacio vacío, de tocar de primera, de jugar al fútbol.
Un fútbol que, cada vez más, se distancia del fútbol uruguayo.
Porque iremos a Perú y, probablemente, lo ganemos a huevo como nos caracteriza. Con la fórmula del pelotazo en largo, peinada y el Lucho definiendo con tres dedos contra un palo luego de pelearla a huevo. Y lo voy a celebrar.
O con gol de Godín de cabeza tras centro desde la derecha. Y claro que voy a festejar, para luego aguantar los 75 minutos que le queden al partido.
Pero no por eso me voy a privar de disfrutar lo que vi este jueves. Un jueves en el que, pese a comernos cuatro, tuve el placer de ver flotar a Neymar. Y eso, lo aplaudo.