En defensa de la duratividad del juego

Una opinión semiótica sobre los riesgos de la tecnología en el fútbol.

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Foto: dilofutbol.com

Dicen los que saben que la gracia de bailar tango es que cada movimiento de un miembro de la pareja obliga al otro a actuar en consecuencia, evaluando y respondiendo el paso precedido.

Concretamente, dicen, el caballero propone y la dama decide, de modo que el caballero debe adaptar su nuevo planteo a la respuesta recibida, que será nuevamente evaluada por la dama en un nuevo movimiento. Como una improvisación estructurada, se trata de una coordinación de cuerpos que hace literal aquello que un personaje de voz ronca popularizó en el fútbol hace varios años: “Esto es paso a paso”.

El semiólogo francés Eric Landowski definió este tipo de relación como “ajuste” porque precisamente sujeto y objeto de la relación se alternan en función de iniciativas recíprocas y marcan una interacción que se negocia y se renegocia en cada acto individual.

No se me ocurre una categoría más acertada para definir la relación entre un deportista y su rival en el fragor de la competencia. En casi todos los deportes (sobre todo los de contacto) lo que hace el otro es una pista valiosísima que me indicará qué hacer a continuación.

En el fútbol del Sur, como en la cultura, esta variable ha sido un ingrediente central en los logros obtenidos. Pensemos en la picardía típica del jugador criollo: desde el Pepe Sasía y su arenita en los ojos, pasando por la Mano de Dios y llegando al cuestionario de José María Giménez hay una forma de vivir el fútbol que está siempre o en los confines del reglamento o al margen de la competencia técnica por quién es el mejor desde los parámetros canónicos. Se trata en cambio de una interacción en la que el pícaro plantea un recurso que no se creía disponible y allí establece una asimetría con la que plasma la diferencia.

Quienes fuimos criados en un fútbol de este tipo vemos con sospecha la introducción de tecnología en el fútbol. “Se está perdiendo el folklore” lamentan los nostálgicos desde que en este Mundial Sub-20 de Corea del Sur se inauguró el VAR (Video Assistance Referee). Pero en realidad, esto forma parte de una tendencia que se arrastra desde el panóptico televisivo que hace que los protagonistas se tapen la boca para hablar.

El problema es que en esta ocasión la tecnología se metió con la dimensión más crítica del juego: las decisiones arbitrales, aquellas que aun acertadas preferimos usar como chivo expiatorio para justificar el desastre de nuestro equipo o anunciamos como profecía autocumplida de un complot eterno.

En lo personal creo que el problema no es ese, porque bien sabemos que el fútbol en nuestro hemisferio no vive solo de avivadas. Si analizamos qué pasa cuando la bola está en los pies el panorama se repite.

Marcello Serra, en su análisis de Maradona como figura heroica, y Paolo Demuru en su investigación sobre la relación entre fútbol y cultura brasileña, enfatizan la importancia de la gambeta como elemento característico del fútbol sudamericano.

Consiste en un despliegue físico inesperado que permite superar rivales replanteando la negociación de los movimientos del cuerpo entre atacante y defensa. No hay una superioridad atlética ni muscular de fondo sino una astucia aplicada a resolver una situación concreta.

Se podría objetar que nuestra garra charrúa presenta el ejemplo contrario y, si bien exagerado, es cierto que las hazañas uruguayas rara vez se han cimentado sobre exquisiteces individuales. Pero cualquiera que haya jugado alguna vez al fútbol sabe que la misma dinámica de engañar al rival que emplea un atacante para superarlo, la usa un defensor para hacerse de la pelota.

Y no ocurre solo a nivel individual: cubrir a un compañero, marcar el achique y hasta cometer una falta de mitad de cancha para evitar el contragolpe son todos movimientos que permiten un ajuste donde la coordinación colectiva solo llega a su máximo rendimiento con el destaque de una figura, que puede turnarse de acción en acción.

¿Cómo afecta, entonces, la tecnología en el fútbol a esta dinámica recíproca de acción/reacción, a esta alternancia táctica entre los participantes de una interacción de cuerpos? Afecta rompiendo la simultaneidad que hay entre situaciones de juego y toma de decisiones, ya sea de deportistas o de jueces.

Hace una semana Uruguay contra Italia se vio beneficiado por un penal cobrado (inocente e imperceptible si no fuera por la repetición) algunos minutos después de la supuesta falta. La pregunta no tardó: ¿qué hubiera pasado si en esa brecha entre el tiempo de la falta y el tiempo del cobro se expulsaba a un jugador o Italia convertía?

Esto lleva a que ciertas situaciones desvirtúen y anulen situaciones e interacciones sobre las que el partido se construye. Una de las razones por las que el fútbol nos resulta tan atractivo a quienes disfrutamos de una pasión fiel y sostenida pero a la vez es tan poco comercializable a efectos del espectáculo es que la tensión está distribuida de manera paulatina en este ir y venir recíproco, en un yenga al infinito entre situaciones contingentes y posibilidades descartadas, que anula la posibilidad de pausas o tiempos muertos para diagramar estrategias en momentos clave.

Como la diferencia entre teatro y cine, el tiempo del enunciado (qué está ocurriendo en el campo) se proyecta en el mismo eje del tiempo de la enunciación (quién y cómo lo está llevando a cabo).

Por eso en fútbol la dimensión semántica (es decir, si se identifica una patada en el área es penal, si la pelota pasa la línea de puerta es gol) está subsumida a la dimensión sintáctica (“penal y gol es gol”) porque cada jugada y cada movimiento es producto de la acción inmediatamente anterior.

En este caso, el VAR instala un mecanismo que separa los dos tiempos porque los jugadores nunca saben si la acción en curso puede ser interrumpida por una acción anterior olvidada y perdida en el devenir del partido.

De esta característica surge otra de las grandes fantasías de todo hincha de fútbol. Si la teoría del complot es unánime, más aún lo es el pasado condicional. “Si nos hubieran cobrado aquel penal en la 4ta fecha contra Rentistas, hubiéramos salido campeones”. Mentira.

O al menos a mí me enseñó el Doc Brown en Volver al Futuro 2 que si cambiamos un mínimo elemento de nuestra trayectoria entonces una nueva línea del tiempo se proyecta desplazando al mundo de las cosas que efectivamente ocurrieron como un paralelo mundo posible al que nunca tendremos acceso.

Pero el hincha del fútbol no piensa nunca en la ucronía y especula con que todas las contingencias del universo se hubieran mantenido del mismo modo desde el instante mismo de ese penal no cobrado.

En nombre de una pretendida justica deportiva arrastrada por la obsesión al detalle, el VAR amenaza esta continuidad tan deseable del fútbol y su correspondiente lógica de contrapunto en la relación de los actores.

Este mecanismo pone un signo de interrogación sobre el aspecto durativo del fútbol que lo diferencia y le da su valor característico, porque todo valor es diferencia. Por eso no creo que el problema sea el folklore ni lo que el juez vio o no.

Porque si bien es cierto que el error del árbitro es humano y eso lo hace parte del juego, más humano aún es decidir en el momento a partir de lo que acaba de decidir el otro.