Yo, chileno

Soy uruguayo y quiero que Chile gane la Copa América.

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Foto: fifa.com

Ese odio especial que tenemos los uruguayos hacia Chile me viene haciendo ruido hace tiempo. A grandes rasgos, parece que no los queremos porque se creen más de lo que son y nunca ganaron nada.

A mi juicio, ninguno de esos argumentos es válido para desearle lo peor a los chilenos y muchísimo menos para desatar nuestros peores instintos xenófobos como ocurrió luego que nos eliminaran de la Copa América.

Creerse más de lo que uno es, es casi una condición de todos los hinchas del mundo. Uruguay se cree que es invencible para los anfitriones, y lleva dos derrotas consecutivas en ese rubro (Brasil en la Copa Confederaciones y ahora Chile). Argentina dice tener el mejor el equipo del mundo, pero hace rato que no levanta una copa.

Ecuador dice que sí se puede, pero nunca puede. México siempre promete, pero nunca cumple. Colombia cree que sus estrellas son las mejores, pero hasta ahora no ha pasado nada. Y Chile no escapa a eso.

Claro, ¿cómo los chilenos no van a estar parados en los pedales para ganar la Copa, si nunca en su vida lo lograron y encima tienen un muy buen equipo? Se puede alegar que es mejor ser perfil bajo, mantener la humildad y no abrir la boca hasta el final. Claro que se puede.

Pero si se lo pedimos a Chile, pidámoselo también al resto del mundo. O pidámosle racionalidad a los hinchas de cualquier equipo que grita que ellos son los más grandes y los que tienen más aguante. Imposible. Creérsela es parte del fútbol.

Lo otro que nos hace odiar como sociedad a Chile es que nunca ganaron nada. Ahora que quedamos afuera, la gigantesca mayoría de los uruguayos tiene un solo deseo de aquí al final de la Copa: que ellos no salgan campeones. Según los comentarios que se leen por ahí, hasta preferimos que gane Argentina, nuestro clásico rival.

Aparentemente como país tenemos esa necesidad imperiosa de que Chile no inaugure sus vitrinas. No queremos que sea "de los nuestros" (los ganadores), queremos seguir burlándonos de él. Queremos seguir disfrutando de la desgracia ajena y seguir teniendo un argumento para refregarle la cara a un chileno que ose decirnos algo o, peor aún, ganarnos un partido.

Queremos que sigan siendo "chilenitos". Queremos que sigan siendo niños y no ingresen a nuestro mundo, el de los adultos y el de los crá. Queremos seguir perteneciendo al selecto grupo de los gloriosos y queremos que sea lo más selecto posible. Porque no nos alcanza con tener gloria: queremos también que los otros no la tengan. El egoísmo del fútbol.

Por eso quiero que Chile gane una copa. Futbolísticamente creo que está capacitado para hacerlo este año y no tengo rencor porque uno haya querido sacar ventaja con un acto antideportivo.

No me gustó lo que hizo Jara, se pasó de la raya, como se han pasado infinidad de jugadores a lo largo de la historia del fútbol, de todas las nacionalidades. No quiere decir que esté bien, pero tampoco para desearle un terremoto y un tsunami a su país.

Ni el dedo de Jara, ni los burlescos titulares de la prensa, ni las declaraciones de Sánchez, ni lo que comenten en las redes sociales algunos chilenos atrevidos. Ninguno de esos pecados es patrimonio trasandino y ninguno me parece suficiente para aplicar el egoísmo del fútbol con 17 millones de personas. Mucho menos para leer y escuchar los comentarios de tono xenófobo que nos han inundado en las últimas horas (aquí un simple ejemplo).

¿Qué nos pasa? ¿Nos creemos superiores porque en los últimos 25 años ganamos dos copas? ¿Nos creemos que los que nacen pegado al Pacífico no pueden ser mejores alguna vez que los de la encumbrada raza rioplatense? ¿El pequeño país de 3 millones, el de los humildes, se transformó en el dictador de los títulos?

Que gane Chile, que se saquen el gusto. Que a partir de ahora las bromas y las burlas -que nunca falten- sean sobre los equipos y las incidencias de turno. Democraticemos la gloria y seremos mejores personas.