Ser de Cerro
Que digan lo que quieran...
Soy hincha de Cerro gracias o por culpa -según cómo haya salido el partido- de mi familia.
Ir a la cancha todos los fines de semana es casi un ritual entre mi hermano, mi padre y yo. Es el momento en la semana donde seguro estamos los tres juntos. A veces pasamos bárbaro y a veces nos queremos pegar un tiro en las bolas, pero siempre juntos. ¿Por qué? Porque eso es Cerro. Es familia. Es barrio. Es estar en las buenas y en el “te querés matar”.
Ser de Cerro es sentarte siempre en el mismo lugar y meter charla con los que están al lado, que siempre son los mismos, o escuchar a las viejas que gritan como unas desesperadas a los jugadores que, en ocasiones, son sus hijos o nietos. Es ver a la vieja que tira las alpargatas cada vez que el cuadro de sus amores hace un gol y a los nenes que, aburridos de ver los partidos, se ponen a pescar no sé qué bichos en el agua estancada de una zanja que hay en el glorioso estadio Luis Tróccoli.
Es fumarte una espera de 30 minutos en tu cancha para que salga la hinchada del cuadro visitante que está dando la vuelta en tu cara y después de un partido donde deseás que el rifle sanitario sea legal.
Pueden decir que es un club de mierda, que nunca ganó nada y cualquier disparate más. Pero cómo no vamos a haber ganado nada si tenemos todo un barrio a favor. Si tenemos hinchas que los fines de semana se ponen a laburar en el estadio para acondicionarlo y mejorarlo en vez de estar rascándose en su casa.
Puede sonar un poco cursi todo -recuerden que soy nena- pero los clubes también tienen que ganar el afecto de la gente que todos los fines de semana compran la entrada o pagan la cuota de socio, y eso Cerro -para mí- lo tiene re ganado.