El sueño del pibe

La bienvenida a Sebastián Rodríguez, de Salinas a Nacional.

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Seba Rodríguez, ayer y hoy.

Allá por los 90 y algo, en la hermosa ciudad de Salinas había un equipo de fútbol. Intentó tener un equipo mayor para pelear en las ligas de Canelones, pero nunca lo logró, y su fuerte era año tras año el baby fútbol.

Al principio fue todo muy complicado y la pasábamos realmente mal,  intentando pelear contra los gigantes que ya existían desde otros tiempos de ciudades gigantes como Pando, Las Piedras y alrededores.

Pero llegó un momento en el que una generación se hizo fuerte y la pisada comenzó a cambiar. Esos rivales que antes nos sacaban a pasear, ahora sufrían esa generación que los vapuleaba, al punto que los partidos no terminaban

Esa generación que iba a las entregas de premio y se traía un camión repleto de medallas, trofeos, copas de goleadores, revelaciones, vallas menos vencidas, etc.

Esa generación se fue haciendo grande hasta que un día ya no jugó más al baby y el equipo un tiempo después dejó de existir. Dejó de existir en esa cancha y con esos colores, dejó de existir como Club Social y Deportivo Salinas, pero siguió vivo en los bailes, en los potreros, en el liceo, en otros equipos y hasta el día de hoy sigue existiendo en padrinos, en tíos del alma y hasta en cuñados.

No hay día que no te cruces con alguien de ese Salinas y no tenga un recuerdo cariñoso por esa gran familia. Seguramente varios estén muy felices de que hoy, un "hijo" de esa filosofía de vida llega a vestir los colores más gloriosos del fútbol. Ese niño que con solo 4 años ya le pegaba a la pelota como nadie y no pasó mucho tiempo para que empezara a dar sus primeros pasos en las infantiles de Danubio.

"Cabecita" ya era el orgullo del barrio en esas épocas. Después la vida del fútbol se lo llevó del campito, ya lo veíamos más en el diario que en la calle, hasta que un día emigró.

España y Suiza fueron algunos de sus destinos. Ahí se terminó de hacer un jugador con todas las letras, hasta que eligió pegar la vuelta para jugar en Liverpool, donde pudo mostrar un indicio de lo que puede hacer: marca, buen juego, pegada, inteligencia y, sobre todas las cosas, compañerismo.

En su cara sigue viviendo ese niño pillo que andaba por el barrio siempre con la redonda abajo del brazo, y en sus piernas seguro siga viviendo el talento de algo de lo que aprendió en esa época.

Pero lo más importante que mantuvo ese niño es la humildad y el compañerismo, la amistad y el jugar en equipo, no olvidarse de sus raíces y siempre acordarse de dónde salió. Esa es la humildad de los grandes.

Hoy somos muchos los que estamos felices, nosotros obviamente triplemente felices. Por él, que se lo merece; por nosotros que estamos felices de su éxito; y por Nacional, que se hizo de uno de los mejores jugadores de su generación y que seguramente defienda la camiseta con ese plus de poder hacer realidad su sueño, que también era nuestro sueño de chicos y que hoy lo disfrutaremos desde el mejor lugar del mundo.

¡Bienvenido a casa!