La vida en naranja según Killy
Yo, como el Killy, espero. Sigo alentando al lado del alambrado con el mismo orgullo buzón de siempre.
El sábado la hinchada buzona tuvo de nuevo que hacer un centenar de kilómetros de ida y otro tanto de vuelta, para ser local en San José. Ese ritual de emprender el pequeño éxodo buzón para pelear por lo que más queremos: seguir en Primera, acomodarnos entre los que no sufren semanalmente mirando los números del descenso, tranquilizarnos y hasta soñar con pelear por algo más.
Esta vez, con mi ausencia ya prevista, encomendé la tarea de ayudarme a dar contenido a esta columna a uno de mis queridos compañeros del alambrado, esos que tanto sufrieron conmigo codo a codo ese ya lejano período de 17 años en la B. Es el Killy. Así, a secas.
No importa mucho su nombre (pucha, ¿cómo era que se llamaba el Killy?). pero a cualquier hincha de Sud América que le nombrás al Killy, enseguida puede pensar tres cosas:
“Ah, sí, el hijo de Ludys” (Ludys Rodrìguez, divertidísimo cómico, carnavalero de ley, hincha de la IASA desde que me acuerdo, y me acuerdo por lo menos desde fines de los 70 y principios de los 80).
“Ah, sí, el que de chiquito prácticamente aprendió a caminar por el costadito del alambrado del Fossa”.
O, con menos información sobre su historial buzón: “Ah, sí, uno de los del puñado de enfermitos que siempre están, llueva o truene, en la cancha que sea, con la racha que sea”.
Sea como sea, ese es el Killy, mi amigo buzón. El hijo del Ludys.
Me dijo el Killy que “fue un partido típico del Sud América de tantos años de la B, de esos que crecí viendo, en los que matábamos a pelotazos al rival pero la pelota no entraba. Ya fuera por el arquero (como ayer, que fue figura), o por los palos (como ayer, y como la fecha anterior, o simplemente por errores nuestros, errando goles increibles (como ayer, también)".
Y cuando me dijo eso, entendí todo y fue como ver esa película otra vez, esa pesadilla en la que nuestros jugadores le pintaban la cara al más osado y terminábamos marchando en la hora, con un penalcito en contra o con un rebote casual.
Enseguida, mi pesimismo me llevó a preguntarle al Killy (porque al fin y al cabo es muy joven aún y tiene el deber sudamericano del optimismo) cómo veía el futuro cercano.
Y el hijo de Ludys fue claro, como lo es siempre , ya sea cuando analiza con sensatez a la IASA o cuando putea al línea sin barreras lingüísticas de ningún tipo: “Esta situación puede revertirse, claro que sí. Para eso hay que afinar la puntería y esperar a ligar un poquito más. Creo que cuando se nos abra el arco rival podemos aspirar a mucho más”, sentenció.
Y también puedo cerrar los ojos y ver esa película que también vimos muchas veces. “Jugando asi, le vamos a robar puntos a unos cuántos”, dijo Killy. Y volví a recordar tanta remontada, tanto pequeño milagro en naranja y negro.
El vaso está por la mitad. El que tenga ganas de ver la mitad llena dirá que van tres partidos seguidos que no perdemos. Que jugamos bonito, que mejoramos técnicamente cada vez, que de a poquito vamos terminando de definir un equipo titular que se afina jugando.
El que prefiera la mitad vacía verá que llevamos cinco al hilo sin ganar, que nos cuesta mucho mandarla a la red rival, que erramos goles increíbles, que dejamos pasar partidos que están para ser ganados y terminamos con empates.
Sea la llena o la vacía la mitad elegida, lo cierto es que en los últimos dos partidos (Peñarol y Cerro), más alla de cómo se haya jugado, al final fue el travesaño del golero rival el que le dijo que no a nuestra victoria. Mala suerte, claro, ni más ni menos.
Yo, como el Killy, espero. Sigo alentando al lado del alambrado con el mismo orgullo buzón de siempre. Disfruto del buen juego, de ser de Primera, de luchar contra todos siempre, de ser la piedra en el zapato del que quiere caminarte por arriba.
Los Rodríguez son una linda familia, toda buena gente, bien naranja. En tanto compañeros de la ruta de la pasión, en tanto Hinchas de Sud América, así, todo con mayúsculas, en tanto buena gente comprobada con el paso inexorable de décadas y décadas, los quiero mucho al Ludys. Y al Killy, el hijo. Pura sangre naranja.