A lo Nacional
Tengo esta anécdota para compartir, y contar que la viví de la mejor forma posible, junto a quien me hizo hincha de la más linda, la más gloriosa y a la que nunca hay que dar por muerta.
¿Qué decir del domingo? ¿Qué decir que no sean lugares comunes, o dichos por cualquier hincha? Solo me queda compartir lo que experimenté. Cómo buen gurí bolso que creció en los 90, jugar contra Peñarol no era una dicha.
Es más, mis más tristes recuerdos son del año 97 y 99. Hay como en mí el miedo latente de que nos vuelvan a ganar tirándonos la camiseta encima y que con eso baste. Para este clásico estaba mentalizado de otra manera, veníamos bien -me dije- (no confundir con el slogan -Vamos Bien, de efímera duración) y dentro de todo estábamos jugando un fubol prolijo.
Compartimos esta pasión con mi padre y es una de las cosas más bonitas que atesoro. Compartir la alegría y el dolor, sin llegar nunca al fanatismo irracional, pero sí sentirlo es algo distinto. Con papá, al igual que con algunos pocos amigos, uno de los cuales cumple años esta semana (tremendo regalo se llevó), compartimos otra debilidad: Recoba.
Tuve la suerte de ver a Ruben Sosa, también a O'Neill y las últimas pinceladas de Juan Ramón Carrasco, pero para nosotros el Chino es mágico. Es por todas estas cosas que el domingo me dejó como si hubiera corrido un maratón.
El partido fue malo, muy malo. La pelota iba de lado a lado en el aire, pero como partido de futból tenis estaba bueno, hay que decirlo. Acá es donde la tarde parecía ponerse negra, no estábamos jugando a nada.
Tampoco jugamos después, pero no importa. Parecía un bosquejo de los últimos clásicos: sin ideas, sin peligro, alguna jugada aislada, pero sin un esquema claro de que queríamos hacer. Más allá del triunfo, hay que repensar estas cosas. Por favor, Guti.
Cuando se cobra el penal, uno pensaba: no de nuevo. Diez años más tarde, en el mismo arco, otro capitán del rival le va a romper el invicto a Munúa y de penal. Y ta, pasó, festejo y el partido se ponía cuesta arriba, de forma inmerecida.
Cambio de actores y entran el Seba, Recoba y un árbol. Cabe mencionar que aunque le hicieron la falta, Taborda ganó una vez sola de los 362 pelotazos que le mandaron. Estimo que el hecho que los pelotazos fueran de área a área no colaboraba con el ariete tricolor, el cual estaba jugando su segundo encuentro en todo el campeonato.
Los próximos diez minutos fueron criminales. Entre puteadas y pelotazos, Munúa salvó lo que era el fin del partido y pareció que nos acomodábamos. Nunca se fueron tan rápido los minutos de un segundo tiempo, hasta que Macaluso se hizo echar.
Ahí como que alguien les gritó: "Che, saben que Rampla casi les encajó 4 la semana pasada, medio como que si los atacan pueden convertir". Lo debe haber gritado con otros términos menos académicos y un tanto hómofobos.
Pasaban los minutos y el gol no llegaba, cuando Jopito Alonso tuvo una afuera del área y no fue: Dijimos. "Ta, otro más perdido". Es en el momento que veo una figura color vino ir a cabecear.
Mi padre dice: "Lo hace Munúa porque nadie lo está marcando". No sé si cabeceó él o Arismendi, no me importa. Para mí fue el arquero y el gol de Sebita, con la mano, también fue en offside.
Locura total. Nos paramos, gritamos, mi padre a los 74 años perdido en el éxtasis. Instantes antes, casi se levanta y se va, cuando Rafael García al minuto 42 la mandó al corner por error.
¿Cómo explicarles ese pasaje tan diametral? De la derrota a la alegría del empate. Mientras quedaba contento por eso, llega la falta que todos conocemos.
Seguíamos parados los dos y yo decía: "No papá, no creo que lo haga, está muy lejos". A lo cual el veterano me corrige y menciona: "Mirá, llevó la pelota para atrás, le va a dar con un fierro y va a entrar". Yo quería creerle pero no podía.
Y pasó, pasó que dimos vuelta un partido en 4 minutos, en tiempo de descuento. No nos creía posibles, tanto me calaron los 90, que ni las otras remontadas con Abreu, Romero, Medina y las del mismo me llevaban a imaginármelo.
No sé cuanto grité, no sé cuanto gritó mi viejo, pero sé que tengo esta anécdota para compartir, y contar que la viví de la mejor forma posible, junto a quien me hizo hincha de la más linda, la más gloriosa y a la que nunca hay que dar por muerta.
Es más, mis más tristes recuerdos son del año 97 y 99. Hay como en mí el miedo latente de que nos vuelvan a ganar tirándonos la camiseta encima y que con eso baste. Para este clásico estaba mentalizado de otra manera, veníamos bien -me dije- (no confundir con el slogan -Vamos Bien, de efímera duración) y dentro de todo estábamos jugando un fubol prolijo.
Compartimos esta pasión con mi padre y es una de las cosas más bonitas que atesoro. Compartir la alegría y el dolor, sin llegar nunca al fanatismo irracional, pero sí sentirlo es algo distinto. Con papá, al igual que con algunos pocos amigos, uno de los cuales cumple años esta semana (tremendo regalo se llevó), compartimos otra debilidad: Recoba.
Tuve la suerte de ver a Ruben Sosa, también a O'Neill y las últimas pinceladas de Juan Ramón Carrasco, pero para nosotros el Chino es mágico. Es por todas estas cosas que el domingo me dejó como si hubiera corrido un maratón.
El partido fue malo, muy malo. La pelota iba de lado a lado en el aire, pero como partido de futból tenis estaba bueno, hay que decirlo. Acá es donde la tarde parecía ponerse negra, no estábamos jugando a nada.
Tampoco jugamos después, pero no importa. Parecía un bosquejo de los últimos clásicos: sin ideas, sin peligro, alguna jugada aislada, pero sin un esquema claro de que queríamos hacer. Más allá del triunfo, hay que repensar estas cosas. Por favor, Guti.
Cuando se cobra el penal, uno pensaba: no de nuevo. Diez años más tarde, en el mismo arco, otro capitán del rival le va a romper el invicto a Munúa y de penal. Y ta, pasó, festejo y el partido se ponía cuesta arriba, de forma inmerecida.
Cambio de actores y entran el Seba, Recoba y un árbol. Cabe mencionar que aunque le hicieron la falta, Taborda ganó una vez sola de los 362 pelotazos que le mandaron. Estimo que el hecho que los pelotazos fueran de área a área no colaboraba con el ariete tricolor, el cual estaba jugando su segundo encuentro en todo el campeonato.
Los próximos diez minutos fueron criminales. Entre puteadas y pelotazos, Munúa salvó lo que era el fin del partido y pareció que nos acomodábamos. Nunca se fueron tan rápido los minutos de un segundo tiempo, hasta que Macaluso se hizo echar.
Ahí como que alguien les gritó: "Che, saben que Rampla casi les encajó 4 la semana pasada, medio como que si los atacan pueden convertir". Lo debe haber gritado con otros términos menos académicos y un tanto hómofobos.
Pasaban los minutos y el gol no llegaba, cuando Jopito Alonso tuvo una afuera del área y no fue: Dijimos. "Ta, otro más perdido". Es en el momento que veo una figura color vino ir a cabecear.
Mi padre dice: "Lo hace Munúa porque nadie lo está marcando". No sé si cabeceó él o Arismendi, no me importa. Para mí fue el arquero y el gol de Sebita, con la mano, también fue en offside.
Locura total. Nos paramos, gritamos, mi padre a los 74 años perdido en el éxtasis. Instantes antes, casi se levanta y se va, cuando Rafael García al minuto 42 la mandó al corner por error.
¿Cómo explicarles ese pasaje tan diametral? De la derrota a la alegría del empate. Mientras quedaba contento por eso, llega la falta que todos conocemos.
Seguíamos parados los dos y yo decía: "No papá, no creo que lo haga, está muy lejos". A lo cual el veterano me corrige y menciona: "Mirá, llevó la pelota para atrás, le va a dar con un fierro y va a entrar". Yo quería creerle pero no podía.
Y pasó, pasó que dimos vuelta un partido en 4 minutos, en tiempo de descuento. No nos creía posibles, tanto me calaron los 90, que ni las otras remontadas con Abreu, Romero, Medina y las del mismo me llevaban a imaginármelo.
No sé cuanto grité, no sé cuanto gritó mi viejo, pero sé que tengo esta anécdota para compartir, y contar que la viví de la mejor forma posible, junto a quien me hizo hincha de la más linda, la más gloriosa y a la que nunca hay que dar por muerta.